Pakistán, India, China: Realineamiento de los planetas en Asia del Sur

Las viejas alianzas forjadas durante la Guerra Fría en Asia del Sur cambian lenta y silenciosamente. Pakistán, India y China modifican sus políticas exteriores, no en función de consideraciones ideológicas, sino de lo que perciben como sus intereses nacionales.

Islamabad, 14 de febrero de 2020. — El primer ministro pakistaní Imran Khan habla con el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan en una ceremonia de firma de acuerdos
Oficina del Primer Ministro del Pakistán/AFP

A partir de mediados de la década de 1950, el marco estaba bien definido: en nombre de un anticomunismo compartido, los Estados Unidos apoyaban a Pakistán, al que no le escatimaban su respaldo. Para mantener a flote al joven Estado nacido en 1947 en nombre del islam, los norteamericanos sabían que podían contar con el apoyo político (y económico) de Arabia Saudita. Esa triple alianza pudo observarse magistralmente a comienzos de la década de 1980, cuando le brindó apoyó a los muyahidines afganos en su combate contra el Ejército Rojo.

India, por su parte, oficialmente no alineada, en realidad se inclinaba significativamente por el bando soviético, que le había prestado todo su apoyo tras el enfrentamiento militar chino-indio que terminó con la derrota de India en las montañas del Himalaya.

La distensión entre China y Estados Unidos que tuvo lugar en la década de 1970 por iniciativa del presidente estadounidense Richard Nixon vino a completar el conjunto: como Pekín y Washington compartían un antisovietismo intransigente, nada se oponía a que China se acercara a Pakistán en una alianza de retaguardia que apuntaba sobre todo contra India, que comparte sus dos fronteras terrestres más largas con esos dos países, que le libraron las únicas guerras de su existencia luego de su independencia en 1947.

El “no” de Islamabad a MBS

Las primeras tensiones visibles entre Islamabad y Riad aparecieron en 2015. En abril de ese año, unos días después de que Arabia Saudita, líder de una coalición de nueve países, lanzara la operación Tormenta Decisiva –o, dicho de otro modo, una campaña de bombardeos aéreos en Yemen–, Pakistán comunicó oficialmente que, al contrario de la información difundida por Arabia Saudita, no integraba esa coalición. Con el objetivo de clarificar las cosas y apuntalar los esfuerzos del gobierno de Islamabad frente a las presiones saudíes, el parlamento pakistaní prohibió por votación que el gobierno participara en esa coalición. Unos meses más tarde, el 14 de diciembre de 2015, el caudillo de Arabia, Mohammad bin Salmán (MBS), que en ese entonces era “solamente” ministro de Defensa y vice príncipe heredero, anunció la conformación de una “coalición antiterrorista” compuesta por 34 países musulmanes. Pero durante los días posteriores, tres países citados por MBS comunicaron que no habían expresado su acuerdo: Líbano, Malasia y, una vez más, Pakistán. Para calmar esas crispaciones perjudiciales para ambas partes, en marzo de 2016 el gobierno pakistaní autorizó a su jefe del Estado Mayor, Raheel Sharif, que acababa de retirarse, a tomar el mando militar de la coalición. El honor de ambos países quedó intacto, pero eso no borró de ningún modo las diferencias de fondo.

Durante años, el alineamiento de Pakistán con Arabia Saudita fue uno de los axiomas de la geopolítica regional, en particular durante la época del general pakistaní Zia ul-Haq, que gobernó entre 1977 y 1988, y gracias al apoyo saudí acentuó la islamización de Pakistán. El ejército pakistaní mantenía una presencia discreta en el reino saudí destinada a garantizar la permanencia del régimen en caso de perturbaciones en las fuerzas armadas de ese país. Arabia Saudita, por su parte, le brindaba apoyo presupuestario, incluido el financiamiento de las investigaciones nucleares pakistaníes, orientadas a facilitar la producción de la “bomba atómica islámica”.

Como los intereses estratégicos de Islamabad y Riad estaban alineados en los asuntos esenciales, los inevitables desacuerdos se arreglaban discretamente. A partir del momento en que la mayor parte del poder quedó concentrado en manos de MBS, cuya paciencia y tacto diplomático no son cualidades que lo distingan, la situación cambió por completo. Un hombre capaz de secuestrar al primer ministro libanés porque su política interior no le resultaba conveniente evidentemente no iba a sentirse en la obligación de respetar las sensibilidades de Pakistán, que se suponía debía alinearse con la política saudí. Como era de esperar, las presiones brutales y visibles que MBS ejerció sobre su aliado pakistaní terminaron siendo contraproductivas y derivaron en la humillación pública que representó la reiterada negativa a participar en las dos coaliciones creadas por MBS.

Además, los dirigentes pakistaníes no dejaron de destacar la ausencia de entusiasmo de la Organización para la Cooperación Islámica (OCI) para condenar las acciones del gobierno indio en Jammu y Cachemira y, más recientemente, Arabia Saudita habría exigido el reintegro de un préstamo de tres mil millones de dólares que le había otorgado a Pakistán en 2018. A pesar de sus dificultades económicas, en lugar de solicitar una prórroga, Pakistán acató y para diciembre de 2020 ya había reintegrado dos mil millones, y la deuda debía saldarse completamente en el transcurso de enero de 2021. Dicho de otro modo, el matrimonio ideológico-estratégico forjado hace medio siglo no solo no anda nada bien, sino que hasta parece encaminarse a la disolución.

Alianzas de retaguardia

Durante mucho tiempo, a pesar de que su no alineamiento se inclinaba claramente por el bando de Moscú, India intentó mantener buenas relaciones con todo el mundo (salvo con Pakistán y China). Sin anunciar propiamente una reorientación de las prioridades diplomáticas de su país, el primer ministro nacionalista hindú Narendra Modi imprimió cambios de rumbo sensibles en la política exterior india.

Reputado por ser hostil a los musulmanes y por su cercanía al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, Modi generó sorpresa al multiplicar desde el comienzo de su mandato las visitas a los países árabes del Golfo, en particular a los Emiratos Árabes Unidos. Luego de cada una de sus visitas, el comunicado común publicado denunciaba no solo el terrorismo, sino también los Estados que lo favorecen o lo apoyan. Pakistán, que comprendió perfectamente que lo estaban señalando, no tardó en padecer la eficacia de la realpolitik de Modi al constatar que los lazos muy estrechos que el país había tejido antaño con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos se distendían sensiblemente. Esas alianzas de retaguardia pusieron a Pakistán en dificultades frente a sus aliados de larga data.

Los cambios impulsados por Modi no se limitan a Oriente Próximo. El acercamiento hacia Estados Unidos, propio de la época en que el partido del Congreso Nacional Indio dirigía el país, se aceleró a partir de 2014, y cobró aún más vigor en 2016, tras la elección de Donald Trump. Más allá de los vínculos personales que forjaron ambos dirigentes, lo que impulsó esa proximidad es la amenaza china, marcada principalmente por la reactivación del “Quad”. En 2004, Japón, Australia, India y Estados Unidos lanzaron el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, más conocido por su diminutivo Quad. Pero este grupo informal, denunciado por Pekín como una OTAN asiática, cayó rápidamente en hibernación luego de la negativa de India y Australia a convertirlo abiertamente en una alianza antichina. Las cosas cambiaron hace tres años debido a la política conducida por Xi Jinping, percibida como una amenaza por todos sus vecinos asiáticos. En noviembre de 2020, las marinas de los cuatro países efectuaron su ejercicio naval más importante en el Océano Índico como parte de las maniobras “Malabar”. El Quad todavía no es una alianza formal, pero se le parece cada día más, lo que provoca la cólera de Pekín y también el descontento de Moscú, que tampoco nunca admitió el concepto de “Indopacífico”, que comprende, además del Quad, a otros países vecinos de los océanos Índico y Pacífico, incluido Francia. Este enfoque estratégico y militar orientado ostensiblemente contra China también deja al margen a la potencia rusa.

Ese es el contexto en el que sin duda debe comprenderse el aplazo sine die de la cumbre anual ruso-india prevista para el otoño boreal, que hasta ahora venía celebrándose todos los años desde 2000, cuando se firmó la “Declaración sobre la asociación estratégica India-Rusia”. La razón aducida –la pandemia de COVID-19– no convence a nadie. A fines de 2020, tanto el presidente ruso Vladimir Putin como el primer ministro indio Narendra Modi multiplicaron las videoconferencias con los principales dirigentes del mundo. Las causas del descontento ruso ya las hemos mencionado. India, por su parte, no parece haber apreciado las tentativas de mediación rusa en el conflicto fronterizo entre India y China en torno a la región de Ladakh, porque sospecha que Moscú es demasiado favorable al punto de vista chino.

Crisis de confianza con Moscú

En este punto es conveniente insistir en un asunto capital: la política exterior y de seguridad de Pakistán está determinada esencialmente por un solo y único factor: la hostilidad a India, que va acompañada del temor –no solo teórico– a una intervención militar de su grande y potente vecino. Ese miedo se mantiene vivo a través de la retórica marcial y belicosa de numerosos dirigentes del BJP (Bharatiya Janata Party) en el poder y de sus medios de comunicación aliados, que alientan a Narendra Modi a multiplicar los “ataques quirúrgicos” en territorio pakistaní. La paranoia pakistaní está justificada, sobre todo luego de febrero de 2019, cuando la aviación india efectuó una incursión en el espacio aéreo pakistaní, en territorios pertenecientes a la parte de Cachemira bajo administración pakistaní. Y desde luego, ese temor también abona la influencia del ejército y de los servicios secretos (Inter-Services Intelligence, ISI) sobre las instituciones de Pakistán.

El enfoque actual de las autoridades pakistaníes debe leerse a la luz de esta visión del mundo y de los acontecimientos ocurridos recientemente. Pakistán también se adapta a esta nueva situación. El país tiene una imagen deplorable en Occidente, y es totalmente consciente de eso. Sus acciones (o inacción ante los movimientos terroristas) son ampliamente responsables de ello, pero eso no es motivo para subestimar su capacidad para extraer las enseñanzas necesarias de las dinámicas recientes. ¿India se acerca a los Estados Unidos? Pakistán hace lo mismo con Rusia. Durante mucho tiempo, en épocas fastas y nefastas, India pudo contar con Moscú, que fue su aliado tras la debacle de 1962 frente a China. En agosto de 1971, India firmó con Rusia un “Tratado de paz, amistad y cooperación”, justo antes de la guerra de secesión de Pakistán Oriental que le dio nacimiento a Bangladés gracias a la intervención militar india, y en ausencia absoluta de injerencia de China, que prefirió no intervenir debido a esa alianza político-militar que no decía su nombre.

Pero Rusia, que durante estos últimos años se vio superada por Israel, Francia y Estados Unidos en su papel de principal proveedor de equipamiento militar de India, se inclinó a su vez por Pakistán y le proveyó algunos helicópteros y aviones de combate, e inició negociaciones por la venta de tanques. Por supuesto, el mercado pakistaní no se compara con el mercado indio, pero la señal dirigida a Nueva Delhi fue lo suficientemente clara para que India, para gran disgusto de los Estados Unidos, encargara hace unos meses el sistema de defensa aéreo ruso S-400 por un monto estimado en 5.400 millones de dólares. Sea como sea, la relación entre India y Rusia en el subcontinente ya no es exclusiva y es un indicador de la crisis de confianza que se ha instalado estos últimos años entre Moscú y Nueva Delhi.

Privado del apoyo garantizado de los Estados Unidos (y de otros países occidentales) y de las monarquías del Golfo, Pakistán no se encuentra sin embargo desprovisto de otras opciones. Cuando mira a su alrededor, constata que algunos países musulmanes (no árabes, como él) pueden hacerle frente a Arabia Saudita y cuestionar su influencia: Turquía, Irán, Malasia. Muy lógicamente, Pakistán se acercó a Turquía y Malasia, y se empeñó en borrar las causas de tensión que lo enfrentaban a Irán.

Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos habrían presionado a Islamabad para sumar a Pakistán a la lista de países musulmanes que normalizan sus relaciones con Israel. Hasta ahora el gobierno pakistaní se había negado a hacerlo, pero recientemente dejó que se filtrara información sorprendente sobre las visitas secretas efectuadas a Israel por parte de funcionarios pakistaníes, incluidos miembros de la oposición.

Como la India de Narendra Modi se determinó a volver a trazar la geopolítica de la región, Pakistán está decidido a no quedarse atrás y responde a su manera al nuevo eje Estados Unidos-Arabia Saudita-Emiratos Árabes Unidos-Israel participando en una especie de alianza compuesta por China, Turquía, Irán y Malasia, mientras intenta obtener la neutralidad benevolente de Rusia.

Así que la configuración geoestratégica actual está compuesta por un conjunto de acciones-reacciones en lo que se parece a un juego de suma cero en el que, por lo demás, la mayor parte de los actores –excepto los Estados Unidos y China– evitan ponerle todas las fichas al mismo caballo. Cuando India se acerca demasiado y sin tapujos a los Estados Unidos, Rusia da un paso hacia Pakistán. Cuando sus antiguos aliados (Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos) parecen tomar partido por India, Pakistán se acerca a los adversarios de esas monarquías en la península arábiga.

En el fondo, no ha ocurrido un vuelco total, sino un cambio relativo de los equilibrios que sigue estando en movimiento, y la hostilidad y la desconfianza no impiden un cierto grado de cooperación, incluso entre India y China. Pero al fin de cuentas, en Asia del Sur actualmente estamos asistiendo a un realineamiento de los planetas en función de un nuevo paradigma.