El 24 de noviembre de 2015, cuando el ejército turco destruyó un avión Surhoi Su-24 ruso, se generó una fuerte crisis entre Moscú y Ankara. Pero la disputa se disipó rápidamente, ya que desde comienzos de la década de 2010, Turquía y Rusia eligieron compartimentar su diálogo, minimizando los temas de conflicto (Siria, Alto Karabaj) y exhibiendo ostensiblemente su concordia.
Alimentadas por los intercambios económicos mutuamente beneficiosos, las relaciones entre Turquía y Rusia pueden parecer el resultado de un acercamiento insoslayable, sobre todo porque los dos Estados parecen tener un perfil similar (tendencia autoritaria y personalizada del poder, voluntad de afirmación en la escena internacional, etc.) y Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdoğan sobreactúan su concordia en el contexto de sus contrariadas relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea (UE).
Convergencias y divergencias en el conflicto en Siria
El hecho más destacado de los últimos años en el marco de la política exterior turca reside en sus dificultades de aprehensión de la crisis siria. Prueba de ello es la revisión radical de la posición de Ankara, que hasta julio de 2016 pasó de exigir la partida de Bachar al-Assad como condición previa a cualquier negociación a aceptar su permanencia en las negociaciones más recientes. Ahora la única restricción es la presencia en la mesa de negociación de los nacionalistas kurdos del Partido de la Unión Democrática (PYD), considerado por Ankara como la rama siria del Partido de los trabajadores de Kurdistán (PKK).
En un contexto de relativo aislamiento, Turquía pretendía volver a colocarse en el centro del juego político-militar regional. Ese objetivo exigía una reconciliación con Rusia, que fue sellada el 9 de agosto de 2016, cuando Erdoğan viajó a San Petersburgo para reunirse con Putin. El acercamiento fue facilitado por la vigorosa condena efectuada por el presidente ruso del intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016 en Turquía, mientras que las reacciones de la mayor parte de los dirigentes occidentales fueron más tardías y ambiguas.
La reconciliación con Rusia le permitió a Turquía intervenir militarmente (operaciones «Escudo del Éufrates» a partir de agosto de 2016, «Rama de olivo» en enero de 2018, «Fuente de paz» en octubre de 2019) para detener los avances del PYD en el norte de Siria. Rusia le dio libertad de acción a Turquía, porque el gobierno turco mantenía vínculos con diversos grupos de insurrectos (Ejército Libre Sirio, grupos sunitas radicales, incluso yihadistas, y grupos turkmenos) que eran lineamientos de redes indispensables para la implementación de la solución política negociada necesaria para la realización de los objetivos de Moscú.
Sin embargo, entre Rusia y Turquía había más divergencias que convergencias en torno a la cuestión de los kurdos. Los rusos, y anteriormente los soviéticos, utilizaban la «carta kurda» para la defensa y el despliegue de sus intereses en la región, y por lo tanto no tenían ninguna animosidad particular con el PYD, e incluso con el PKK. Por lo tanto, la apertura en febrero de 2016 de un comité de representación del PYD en Moscú y también las controversias entre rusos y turcos debido a la invitación del mismo PYD a la conferencia de Sochi en noviembre de 2017 ilustran a las claras los desacuerdos en ese asunto central para Ankara. Si bien las autoridades rusas comprendieron que no podían solucionar el conflicto sin un cierto grado de cooperación de Turquía, se mantuvieron en posición de fuerza respecto a Ankara y no estuvieron dispuestas a hacer concesiones significativas, en particular respecto al futuro del régimen sirio.
Como sucede con frecuencia, las victorias militares turcas fueron antes que nada políticas. Esas victorias contribuyeron a debilitar a las fuerzas vinculadas al PKK y realzaron la posición de Turquía en el reparto de roles para resolver la crisis siria junto a Irán y Rusia. En ese sentido, la decisión de lanzar las intervenciones militares tomada en el verano boreal de 2016 resultó redituable en términos tácticos para Erdoğan. Sin embargo, a pesar de la buena relación que parecía haber con Putin y Hasán Rohaní en relación al grupo de Astaná, quedó claro que ni los objetivos ni las agendas de los tres protagonistas convergían verdaderamente en el tema de la crisis siria. Pero para las autoridades turcas, la capacidad de frenar y reducir a las fuerzas ligadas al PKK era primordial.
El caso de Idlib es diferente, porque el parámetro kurdo no interfiere directamente. La provincia de Idlib forma parte de las llamadas «zonas de desescalada», donde Turquía, según el Acuerdo de Sochi contraído con Moscú el 17 de septiembre de 2018, se comprometió a lograr implementar un alto el fuego y el desarme de las milicias yihadistas. Desde 2015, luego de cada una de sus derrotas en Siria, las fuerzas yihadistas se dirigieron a Idlib, así que con los años la ciudad se convirtió en su verdadero punto neurálgico. Por esa razón, las autoridades turcas se mostraron extremadamente imprudentes y presumieron de sus capacidades al aceptar la misión que les asignó Vladimir Putin en Sochi, quien por su parte dio muestras, al contrario, de su talento como jugador de ajedrez. La situación de esas últimas semanas indica claramente que Turquía cayó en la trampa.
Putin ocupa el primer plano de la escena
Moscú y Ankara comparten la visión de un mundo multipolar en el que sus respectivos países ocuparían un lugar preponderante dentro del marco de la relativización de la potencia de los Estados occidentales, percibidos como hostiles y en decadencia. Sin embargo, es necesario advertir que a pesar de las posturas a veces convergentes, las ambiciones de ambos países —de escala mundial para uno y regional para el otro— en realidad entran en competencia, en particular en el conflicto sirio.
Desde la llegada de Vladimir Putin al poder en 2000, Rusia nunca dejó de intentar reconquistar el lugar que ocupaba la URSS en el primer plano del sistema internacional. Una conjunción de factores y de crisis hizo que desde mediados de la década de 2010 sea posible afirmar que logró ese objetivo, en el sentido en que el Kremlin llegó a convertirse en un actor ineludible en los principales asuntos internacionales del momento.
Así, desde 2015, Rusia supo sacar ventaja de su capacidad de diálogo con todos los actores de Oriente Próximo. Aprovechando el espacio suplementario ofrecido por los vaivenes de la dirigencia estadounidense, terminó sacándole ventaja a Recep Tayyip Erdoğan y derrotó la línea política encarnada durante mucho tiempo por el ex primer ministro turco Ahmet Davutoğlu, teórico de la política extranjera turca que precisamente esperaba que Turquía jugara ese papel central en la región.
Desde entonces, aunque probablemente solo sea coyuntural, Ankara conduce una política de reacción ante los acontecimientos. La incapacidad de Erdoğan de tomar distancia y la impulsividad que lo caracteriza son marcas de debilidad preocupantes que indican los límites de un país que sin embargo posee numerosas virtudes para hacer valer. Aunque no hay duda de que el conflicto sirio no puede solucionarse sin la cooperación del líder turco, la forma que tome dicha cooperación será fruto de negociaciones en las que Turquía no gozará de una posición dominante.
Relaciones contrariadas pero no rotas con Occidente
El asunto de los misiles S-400 rusos destinados a Turquía, cuya entrega comenzó en julio de 2019, ilustra muy concretamente esa relación contrariada de Ankara con Occidente que hizo correr ríos de tinta. Incompatible con las normas de la OTAN, el despliegue de esos misiles plantea interrogantes sobre el alcance del compromiso turco en el seno de la alianza atlántica. Sin embargo, Turquía no se inscribe en una lógica de ruptura, y las garantías de seguridad proporcionadas por su pertenencia a la OTAN siguen siendo determinantes. Ankara es consciente de que ningún país o grupo de países es capaz de concederle algo similar.
A pesar de las fricciones entre Turquía y sus socios occidentales, esas iniciativas no constituyen sin embargo un vuelco en sus alianzas, y seguimos considerando que la relación de Turquía con las potencias occidentales sigue siendo estructurante. Hace mucho tiempo que Turquía busca reorganizar su relación con sus aliados tradiciones, aunque sin llamar a la ruptura. Su política exterior no constituye un juego de suma cero, y aunque ahora se fije el objetivo de desplegarse a 360 grados, no dejará de mantener lazos estrechos con las potencias occidentales, a pesar de las turbulencias actuales.
En ese contexto, las relaciones con la UE probablemente constituyan un elemento determinante de la relación entre Rusia y Turquía. Un acercamiento de Rusia con la UE probablemente resulte beneficioso para Turquía, ya que no opondría dos vectores importantes de su diplomacia, pero al mismo tiempo, la privaría de algunas palancas de influencia y negociación frente a ambas partes. Rusia, por su parte, tendría más para perder, política y económicamente, si se redinamizaran las relaciones entre Turquía y la UE.
Superar las confrontaciones directas
Los acontecimientos de estos últimos años tienden a demostrar que entre Rusia y Turquía no puede haber ni alianza estratégica ni ruptura completa. Si bien sus trayectorias pueden cruzarse y sus intereses mutualizarse, Rusia y Turquía no pertenecen en esencia a la misma categoría de actores. Mientras Moscú recupera progresivamente su lugar en el escenario internacional, Ankara todavía lo sigue buscando. Este estado de cosas conduce a una asimetría duradera y una inestabilidad estructural debido a fuentes de tensiones recurrentes entre ambos países, que los intereses económicos mutuos no logran obliterar. Una prueba de ello es que el regreso de Rusia al centro del tablero internacional de estos últimos años se realizó a expensas de la voluntad turca de afirmarse como líder regional. A través de su acción en la crisis siria, Rusia ahora mantiene relaciones con todos los actores regionales y dispone de facto del rol que Turquía se había asignado hace algunos años.
Dadas las trayectorias, los recursos y los objetivos de las políticas extranjeras respectivas, una alianza estratégica entre ambos países sigue siendo muy poco probable. En términos más generales, un concepto como el de alianza o asociación, que supondría un cierto grado de atadura ideológica y/o política, no permitiría captar la naturaleza puramente funcional de la relación entre Rusia y Turquía. Desde un punto de vista político y económico, la necesidad estructural de cooperación de ambos actores no debe confundirse con un acercamiento estratégico en una lógica de bloque, ni ocultar la constante revaluación de los intereses respectivos y la evolución de la relación de fuerzas entre ambos países.
En cambio, esta necesidad estructural de cooperación de ambos actores hace que una ruptura completa también sea un escenario poco probable. Aunque los episodios de confrontación directa siguen siendo factibles, como lo demostró la secuencia iniciada el 24 de noviembre de 2015 o la actual crisis de Idlib, Turquía sigue siendo un socio indispensable para el éxito de las ambiciones de Moscú en Siria, vinculadas a su vez con las ambiciones a escala mundial de Putin.
El Kremlin parece haber tomado nota de eso al dejarle a Ankara un cierto margen de maniobra frente a los kurdos organizados por el PYD en el noreste sirio. Erdoğan, por su parte, estima que la cooperación con Putin es la única manera de tener influencia sobre la cuestión kurda, cuya importancia considera existencial para su régimen. Al contrario, en el caso de Idlib es probable que Moscú otorgue pocas concesiones, porque la cuestión es permitir que el régimen sirio reconquiste la totalidad de su territorio nacional. En ese caso, el objetivo es obligar a Turquía a retirar sus soldados, pero sin humillarla.
A corto plazo, la relación entre Rusia y Turquía estará determinada por la evolución del conflicto sirio y las negociaciones en pos de su resolución. Esa relación también habrá que leerla a la luz de las relaciones respectivas con la UE y Estados Unidos. Por razones económicas como de estatuto, es probable que las relaciones que Moscú y Ankara puedan tejer individualmente con sus socios occidentales sigan teniendo más prioridad que su propia relación bilateral.