Los singulares perfiles de Kais Saied y Nabil Karoui, los dos finalistas de la elección presidencial de septiembre de 2019, vuelven a plantear interrogantes sobre la emergencia del fenómeno populista en la escena política tunecina. El populismo ya estuvo presente durante la revolución del invierno boreal de 2010-2011. Si bien la consigna «que se vayan todos» traducía la voluntad de terminar con Zine El Abidine Ben Ali y su sistema, también era un componente del populismo.
El “llamado al pueblo” ha sido una constante del movimiento revolucionario y de la primera secuencia de la transición. Entró en somnolencia bajo la presidencia de Béji Caïd Essebssi, entre comienzos de 2015 y su fallecimiento en julio de 2019. Essebssi se dirigía con paternalismo más bien a su base que al conjunto del pueblo. Pero Kais Saied, elegido a la presidencia de la república el 13 de octubre de 2019, encarna verdaderamente “el hombre-pueblo” que opone claramente el “pueblo puro” a la incuria de las élites y se insurge contra aquellos que socavaron el ímpetu de la renovación de la vida política.
Primer momento: el pueblo, figura central del cambio
Ya en 2011 estaba muy presente la oposición del pueblo a las élites, ya fueran las élites políticas del antiguo régimen o el personal político designado para gobernar el país de manera provisoria hasta las primeras elecciones. Esa oposición se cristalizó en torno al sentido que se le dio a la ruptura con el pasado político y el mantenimiento de las instituciones del Estado tras la partida de Ben Ali. En ese entonces, las ideas populistas eran movilizadas por lo que comúnmente llamamos “la calle”. Una calle que hablaba en nombre del pueblo y aludía sin cesar a la voluntad popular. La expresión “el pueblo quiere”, en referencia a los versos del poeta tunesino Aboul-Qacem Echebbi:
Si el pueblo, un día, quiere vivir
el destino debe responder
se volvió el elemento referencial de ese período.
El conflicto oponía a aquellos que, por temor al vacío político, pretendían conservar la Constitución de 1959, con aquellos que en nombre de la ruptura de la “protección de la Revolución” se negaban a enmendar parcialmente esa misma Constitución. Los segundos consideraban que la ley fundamental de 1959 era el producto de Habib Burguiba y que llevaba en sí los estigmas y las derivas de su gobernanza: no era la emanación del pueblo. Para ellos, el pueblo debía ser la primera fuente del poder y podía, si lo deseaba, abolir la Constitución. Los manifestantes que se reivindicaban del pueblo cuestionaron igualmente la formación de los dos primeros gobiernos de Mohamed Ghannouchi, ex primer ministro de Ben Ali. Ghannouchi fue confirmado interinamente en el cargo por el jefe de Estado y formó un gobierno de unidad nacional que incluía figuras del antiguo régimen. El 23 de enero de 2011, desde diversas regiones desfavorecidas, llegó una caravana “de la libertad” compuesta de jóvenes.
Los manifestantes ocuparon la plaza de la Kasbah, sede del primer ministro, y reclamaron la renuncia del gobierno que, según ellos, “traiciona los ideales de la Revolución”. Entonces se formó un segundo gobierno, sin los ministros que habían pertenecido al partido de Ben Ali, la Agrupación Constitucional Democrática (RCD), pero eso no logró calmar la cólera de los manifestantes, que se organizaron y el 11 de febrero formaron un Consejo Nacional de la Protección de la Revolución (CNPR) que incluía asociaciones de defensa de los derechos humanos, partidos de la izquierda radical y cuadros de Ennahda.
El CNPR exigió obtener poder de decisión para instaurar legislaciones relativas a ese período de transición. El Consejo, que ganó rápidamente la adhesión de diversas organizaciones, convocó a una manifestación en la Plaza de la Kasbah el 25 de febrero. Numerosas caravanas llamadas “populares”, provenientes de las regiones interiores, respondieron a la convocatoria. La manifestación, que según la policía reunió a 220.000 personas, llevaba tres reivindicaciones: la disolución de la RCD, la elección de una Asamblea constituyente y la salida del primer ministro Mohamed Ghannouchi. Las tres demandas fueron satisfechas. Ese movimiento que ocupó la plaza de la Kasbah en dos ocasiones fue el promotor de consignas significativas que nutrieron un vocabulario revolucionario y situaron al pueblo voluntario en el centro de todas las acciones y decisiones políticas. Ya no se trataba del pueblo beneficiario de un proyecto construido desde arriba del que hablaba Habib Burguiba, sino de un pueblo actor, dueño de su destino y promotor de un deseo de reconstruir el país sobre bases nuevas.
Segundo momento: la marginación del pueblo
A partir de marzo de 2011, cuando cayó el gobierno de Mohamed Ghannouchi, se convocó a un hombre de 84 años, Béji Caïd Essebsi, para conformar el gobierno y conducir la transición hasta las elecciones de octubre de 2011. Para ese exministro de Burguiba, la idea del pueblo que gobierna contra las élites era simplemente insoportable. Inscribiendo su acción en el prolongamiento del proyecto modernista de Habib Burguiba, Essebsi fundó en 2012 un partido político, Nidaa Tounès, que le permitió posicionarse capitalizando los fracasos de la clase política que gobernó desde la Revolución. Un año más tarde, en el verano de 2013, cuando el país vivía una grave crisis política, Essebsi le tendió la mano a Rached Ghannouchi, el líder de Ennahda, para superar ese momento de tensión extrema durante el cual una parte de la sociedad exigía la salida del gobierno de Laarayedh.
Esa concordia —contra natura, ya que los proyectos de ambas formaciones eran antagonistas— les permitió a Caïd Essebsi imponer su joven partido en la escena política y a Ennahda, hacer olvidar su mal desempeño en el gobierno desde 2011 y su aislamiento regional e internacional. Ese acercamiento volvió a configurar el espacio político, produciendo una bipolaridad frente al pluralismo anterior que se había impuesto tras la Revolución. Evocando un acuerdo, Béji Caïd Essebsi dejó creer en un reparto del poder, cuando en realidad se trataba de un arreglo entre dos líderes que marginarían al pueblo como actor de la vida política. Durante cinco años, de 2014 a 2019, Nidaa Tounès y Ennahda impusieron en Túnez un bipartidismo de connivencia entre conservadores, sin responder a las expectativas económicas y sociales de los tunecinos, y a su vez borraron alegremente el primer momento de la transición, cuando el ciudadano se había reconciliado con el espacio público participando en la vida de la sociedad.
Tercer momento: Kais Saied, “el hombre-pueblo”
Los resultados de la elección presidencial de 2019, donde se distinguían dos figuras exteriores al mundo político, Kais Saied y Nabil Karoui, no generaron ninguna sorpresa. El éxito de los candidatos independientes en las elecciones municipales de mayo de 2018 ya había revelado el rechazo de un pueblo invisible y silencioso contra las élites políticas enquistadas en los partidos.
En su campaña electoral totalmente atípica, Kais Saied alteró el esquima instaurado por Béji Caïd Essebsi y Rached Ghannouchi atacando la lógica de reproducción del antiguo régimen bajo nuevas apariencias. A los tunecinos cansados de una vida política hecha de arreglos e intereses personales que dejaba al pueblo fuera del debate, Kais Saied quería ofrecerles lo que Guy Hermet llama “un populismo de ruptura, que apunta a desbaratar el sistema en su conjunto”1. Como todos los populistas, su proyecto, que no era en absoluto un programa articulado, erigió al pueblo como figura central de una democracia a construir. En efecto, Saied tenía la ambición de implementar una democracia nueva, pensada con lo que él denominaba el pueblo. Su discurso se volvió aún más inteligible porque él mismo decía pertenecer a ese pequeño pueblo, aplastado por las élites, que había sido desposeído de la Revolución de 2011. Saied decía formar parte del “frente del rechazo” que reclamaba la disolución de las instituciones heredadas del antiguo régimen y la elección de una Asamblea constituyente.
Así que para dirigirse a sus semejantes durante su campaña electoral, Saied no tuvo necesidad de recurrir a discursos construidos ni a expertos en comunicación, y menos aún a fondos públicos destinados a la campaña electoral. Al hablarle al pueblo, Saied se dirigía en realidad a sus diferentes componentes, que al igual que aquellos que se habían pronunciado por la ruptura institucional y simbólica en 2011, eran socialistas, nacionalistas árabes e incluso islamistas, y así volvió a conectarse con el movimiento que desató la Revolución. De ese modo, Saied desorientó a quienes tienen una grilla de lectura clásica de la vida política y clasifican a sus actores en categorías y partidos políticos ideológicamente distintos.
En las elecciones presidenciales de septiembre de 2019, con una tasa de participación del 52% y el 72,71% de votos favorables, Saied demostró que logró seducir a numerosos tunecinos que vieron en él a un hombre derecho e íntegro, portador de una verdad nueva en materia política. Los tunecinos se sintieron mayormente reconocidos en ese pueblo que Kais Saied presentaba como virtuoso, compuesto de personas dejadas a un lado y víctimas de un sistema político que solo beneficia a las élites.
Su candidato corresponde a lo que Pierre Rosanvallon llama “el hombre-pueblo”2, capaz de corregir la mala representación del pueblo. A falta de programa, Saied tiene un proyecto que consiste en darle la palabra al pueblo, poniéndolo en el centro de la vida política. Su llamado al pueblo se sitúa en una perspectiva de alternativa a la democracia representativa y promete una refundación total de la representación popular.
Esa forma de democracia directa consiste en derribar el sistema institucional anclando la legitimidad a nivel local a través de los consejos elegidos en el escrutinio uninominal, del que emanarían consejos regionales, y finalmente la Asamblea Nacional. Así invertida, la pirámide de los poderes sería el medio más eficaz para marginar a las élites corrompidas e volcadas a sus mezquinos cálculos políticos.
Esa propuesta inédita deja perplejos a muchos tunecinos, más aún cuando Saied sigue cultivando singularidades. Desde su amplia victoria a la elección presidencial, los interrogantes tienen que ver con su capacidad para transformar esa confianza en margen de maniobra. Sin partido político, y debiendo actuar dentro del marco de un sistema semiparlamentario, la implementación de su proyecto le impone una relación de confianza con el gobierno y con el Parlamento. Sin embargo Ennahda, que posee 52 diputados del total de 217, no comparte su proyecto de refundar las instituciones reforzando los poderes locales. Encerrado en un marco político en el que todavía no logró imponer su voluntad, el presidente Saied sintió la necesidad de reencontrarse con ese pueblo que le fue favorable en el momento del voto.
Cuarto momento: “Con la voluntad de Dios y la de ustedes”…
El 17 de diciembre de 2019, Saied se trasladó a Sidi Bouzid para celebrar el noveno aniversario de la inmolación por fuego de Mohamed Bouazizi y el comienzo de la Revolución. Recibido por una multitud alegre, pronunció un extenso discurso digno de los más grandes líderes populistas: decretó feriado el 17 de diciembre y reiteró que hará realidad las principales reivindicaciones de esa región, a saber: trabajo, libertad, dignidad. Saied halagó a su auditorio cuando le dijo que él es el verdadero pueblo, el pueblo que escribió una página de la historia que hoy se enseña en las universidades de todo el mundo. Confundíendose con su auditorio y poníendose a su nivel, Saied dijo con fuerza y elocuencia que la presidencia de la república no es en absoluto una finalidad para él, sino que la única cosa que importante a su criterio son sus reivindicaciones. Todo se realizará con la voluntad de Dios y la de ustedes, agregó, dejando entender sin embargo que si demora en actuar es porque hay complots urdidos que se traman detrás de bambalinas. Incluso habló de maquinación.
Pragmático, un joven de la asistencia le preguntó en qué fecha estimaba poder satisfacerlos. “Rápidamente, muy rápidamente, trabajo en silencio”, respondió, impasible, el presidente Saied, que esta vez se dirigió a su base y no al pueblo en su conjunto. Ese “trabajo en silencio” del que habló fue detenido por la crisis del coronavirus. Las reglas del confinamiento pauperizan aún más a los desempleados y a los trabajadores jornaleros que, desafiando la orden de quedarse en sus hogares, se reagruparon delante del domicilio del jefe de Estado para exigir una rápida distribución de las ayudas anunciadas.
Evidentemente, Saied no tiene nada para ofrecerles a esos necesitados que dicen no importarles morir por hambre o por una pandemia. En un discurso pronunciado el 31 de marzo, Saied reactivó un proyecto de 2012 que nunca fue implementado, relativo a una redistribución de los activos de los “corruptos” en beneficio del pueblo. Una medida populista suplementaria que no constituye en absoluto una respuesta suficiente a las expectativas de aquellos que creyeron en él.
Si bien el populismo no irrumpió en la vida política tunecina con Kais Saied, él es quien mejor lo encarna con su estilo que lo distingue de aquellos que lo precedieron desde 2011. Sin embargo, Saied comparte con ellos la incapacidad para reformar profundamente el sistema político y económico, y para poner en funcionamiento los servicios públicos indispensables para la vida de los tunecinos. Ese inmovilismo da la sensación de que la retórica populista, así como el proyecto de modernización de Béji Caïd Essebsi, tenía como objetivo ocultar la incompetencia de todos para responder a las necesidades elementales de la población.