Reportaje

Baréin cultiva el recuerdo de la perla

Punto neurálgico del comercio perlífero durante mucho tiempo, Baréin es uno de los pocos países del Golfo Pérsico que dispone de un patrimonio urbano que da cuenta de ese pasado. El gobierno lo reacondiciona actualmente para posicionar al archipiélago en el mapa mundial del turismo, pero también para reforzar el relato nacional favorable a la familia reinante Al Jalifa.

En Muharraq, la casa restaurada del jeque Issa Ben Ali Al-Jalifa, gobernante de Bahréin de 1869 a 1932

Un laberinto de callecitas estrechas bordeadas de pequeños comercios y casas tradicionales. Transeúntes aglutinados frente a los mostradores de halva, una masa azucarada y colorida que se mezcla con nuez, cardamomo o agua de rosas. Personas mayores sentadas en sillas de plástico tomando un café al sol y comentando el desfile urbano que se despliega ante sus ojos. Pasear por Muharraq, ciudad histórica de Baréin, es vivir una experiencia poco frecuente en el Golfo: la de un espacio abierto a la deambulación, donde el paisaje no se resume a un horizonte poblado de rascacielos ostentosos ni a una sucesión de aglomeraciones carentes de atractivo, destinadas a ser recorridas en automóvil. El encanto del paseo a pie está asociado a un elemento histórico: Muharraq conserva varios restos de las actividades vinculadas con el comercio de la perla, que marcó el destino de la península arábiga durante mucho tiempo, antes de la industria del petróleo.

Inscrito en el Patrimonio Mundial de la UNESCO

En 2012, la UNESCO declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad a 17 edificios admirablemente preservados, algunos de los cuales pertenecieron a mercaderes y a los nakuda, los capitanes de los barcos. Ahora forman parte de un itinerario turístico bautizado “la ruta de la perla”, que también incluye tres bancos de ostras perlíferas, parte de la costa y la fortaleza de Qal’at Bu Mahir, en la punta sur de la isla, desde donde otrora partían los barcos en busca de las preciosas esferas nacaradas.

Noura Al Sayeh, directora de asuntos arquitecturales en la Autoridad Bareiní para la Cultura y las Antigüedades, supervisa las obras de reacondicionamiento de este patrimonio “un poco olvidado y descuidado”. “Muharraq es uno de los ejemplos de arquitectura islámica mejor preservados de la región”, se entusiasma la arquitecta, de origen palestino, que vivió en Amsterdam, Nueva York, Jerusalén y París antes de instalarse en el archipiélago. “Kuwait, por ejemplo, prácticamente demolió su ciudad vieja.”

Un dosel de hormigón rojo

La joven, de silueta delgada y envuelta en una abaya, nos guía bajo un monumental dosel de hormigón rojo, atravesado por columnas y captadores de viento. Imaginado por el arquitecto suizo Valerio Olgiati, el complejo expone los vestigios de una estructura histórica llamada amara, un lugar que combinaba almacenes, mercados y talleres. “Revivir el pasado no significa renunciar a los códigos de la arquitectura contemporánea”, comenta la arquitecta con una sonrisa.

El edificio contiene un centro de recepción para los visitantes y es la puerta de entrada a la ruta de la perla, que se extiende por las curvas sinuosas de la ciudad vieja. “Desgraciadamente, perdimos la conexión con el mar”, deplora Noura Al Sayeh. “Ahora se encuentra a 1,5 kilómetros.” Como en otros lugares del archipiélago, las operaciones de relleno, que Baréin utilizó sobradamente para aumentar la superficie habitable, hicieron retroceder las aguas y terminaron con la identidad marítima del barrio.

Entre Mesopotamia y el valle del Indo

La historia que vincula a Baréin con el comercio perlífero es muy antigua. Ya en el siglo I D.C., Plinio el Viejo relataba que las perlas eran las joyas más preciadas y que “las más estimadas son las de la costa de Arabia, en el golfo Pérsico”. Además de sus abundantes bancos de ostras, el archipiélago, situado en la ruta que conecta el valle del Indo con Mesopotamia, era un punto de encuentro ideal para los mercaderes. Un indicador de su importancia es que los mapas antiguos de comienzos del siglo XVIII le otorgan a toda la costa este de la península arábiga, desde los Emiratos Árabes Unidos hasta Kuwait, el nombre de Baréin.

En el siglo XIX, las esferas nacaradas valían más que los diamantes, y los compradores, provenientes de Arabia, Persia, las Indias e incluso París, se desvivían por ellas. El comercio contribuía a la riqueza del archipiélago, a pesar de que las condiciones de trabajo de los pescadores de perlas eran miserables. Muchos se endeudaban para poder salir al mar, y a veces volvían con las manos vacías. También corrían innumerables riesgos, como ataques de tiburones, picaduras de medusa, deshidratación, afecciones pulmonares y pérdida de la visión.

Albert Londres relata la importancia de la pesca

En su viaje por la península arábiga a fines de la década de 1920 para documentar la situación, Albert Londres advirtió la presencia de “quinientos barcos sin matrícula” y “quince mil buzos”. “Baréin solo existe por las perlas”, escribe el célebre periodista francés en su relato “Pescadores de perlas”1. Gracias a su riqueza, los Al Jalifa impusieron su autoridad tribal sobre las comunidades chiíes, que vivían de la agricultura principalmente en los pueblos. “Volver a poner en escena el pasado perlífero es una forma de reavivar el relato de que los Al Jalifa son los constructores de la nación” comenta Nelida Fuccaro.

El hecho de que el rey Hamad, que ahora exige que lo llamen “Su mayor Majestad”, haya supervisado los trabajos del camino de la perla habla de la importancia de la obra para la familia reinante, cuestionada por una parte de la población. Hasta hace poco, las montañas de neumáticos en llamas formaban parte del decorado de la vida cotidiana bareiní, “aunque con el covid se calmó”, dice un chofer de taxi indio. La población chií, mayoritaria, se ha levantado en varias oportunidades contra los Al Jalifa, una disputa que tiene raíces antiguas y que afecta principalmente a las comunidades que viven en los pueblos. “En Baréin, el problema no es ser chií: es ser un chií que vive en las zonas rurales”, aclara Nelida Fuccaro. En la década de 1990, el archipiélago fue el teatro de varios levantamientos que terminaron en baños de sangre. La Primavera Árabe es solo el último episodio de una larga serie.

Las dificultades económicas del archipiélago son el otro elemento que compone el fondo de este proyecto de restauración. A pesar de ser un productor menor en comparación con sus vecinos, el gobierno de Baréin obtiene aún en la actualidad el 70% de sus ingresos de la venta de hidrocarburos. En 2014, las finanzas públicas de Baréin fueron afectadas tan gravemente por la caída de los precios del petróleo que Arabia Saudita, los Emiratos y Kuwait tuvieron que volar al rescate del reino, otorgándole préstamos sin interés por 10.000 millones de dólares. De esa forma contenían la crisis financiera y se aseguraban de que no contaminara su propia economía y la confianza de los inversores en la región. Como señaló en 2018 el investigador Eckart Woertz en un informe sobre la economía bareiní, de esa forma también garantizaban la estabilidad política del país.

Al igual que Riad y Abu Dabi, que invierten masivamente en el sector, Baréin considera el turismo como “un catalizador de su futuro crecimiento económico”. En el Ministerio de Turismo presentan con mucho gusto la nueva estrategia “agresiva” del país, destinada a colocarlo en el mapa mundial de los operadores turísticos. “Los ingresos del sector representaban 7% antes del Covid. Queremos que asciendan a 12% para 2026”, confiesa Nasser Qaedi, CEO de la Autoridad de Turismo y Exposiciones de Baréin. Y enumera las inversiones realizadas últimamente: un nuevo aeropuerto, el centro de conferencias “más grande de Oriente Medio”, hoteles nuevos al borde del mar o incluso la puesta en valor de sitios patrimoniales notables, como la ciudad vieja de Muharraq. Volver a la perla para preparar el pospetróleo: con esta pirueta, el gobierno bareiní realza el legado de la familia reinante, en busca de legitimidad, y al mismo tiempo intenta atraer a los turistas que buscan una experiencia más “auténtica” del Golfo.

1Publicado en francés en 1931, reeditado en particular por ediciones Serpent à Plumes en 2006 [en español, incluido en ALBERT LONDRES: OBRA PERIODÍSTICA COMPLETA VOL.1, Editorial ECC, 2014, traducción de Mireia Rué Gòrriz]. “No se construyen barcos, no se cosen velas, no se abren comercios, nadie se agita ni zarpa al mar, ni regresa a tierra, ni se pone las manos en los bolsillos, ni se las saca, ni se las vuelve a poner si no es por la perla.”

Gracias al éxito de este comercio, el archipiélago construyó, mucho antes de sus vecinos, una red eléctrica e inmuebles de varios pisos. Sin embargo, la actividad se derrumbó luego de la visita del reportero francés. La aparición de las perlas de cultivo, menos caras y más fáciles de obtener, arruinó el comercio, a pesar de que Baréin ordenó su prohibición dentro de su territorio. Los ricos neoyorquinos, debilitados por la crisis de 1929, tenían menos dólares para gastar en alhajas. Y más tarde se descubrió petróleo: el primer pozo de la región fue perforado en 1932, en el sur de Baréin.

“El frenazo fue tan brutal que aún hoy los descendientes de las familias de los comerciantes de perlas siguen vendiendo las existencias acumuladas por sus ancestros a comienzos del siglo XX”, observa Noura Al Sayeh. Al restaurar este patrimonio antiguo, el objetivo del gobierno bareiní es doble: volver a dinamizar una construcción urbana excepcional y al mismo tiempo volver a darle un lugar a la perla en la identidad nacional.

“Poner en evidencia el carácter tribal y árabe”

Este proceso no es para nada neutro. Como señala Nelida Fuccaro, historiadora y especialista de la urbanización de las ciudades del Golfo, la recuperación de las tradiciones y del diseño urbano de antes de la llegada del petróleo en los Estados del Golfo resulta en muchas ocasiones un medio para construir un relato nacional y “poner en evidencia el carácter tribal y árabe de las sociedades del Golfo, en detrimento de su dimensión cosmopolita”. Así, Muharraq no solo fue el centro del comercio de la perla, sino también el bastión histórico de la familia reinante, los Al Jalifa, originarios de la confederación Utub, en la actual Arabia Saudita.

Estos sunitas del desierto llegaron al archipiélago en 1783 y construyeron Muharraq con los ingresos generados por la actividad perlífera, cuyo control consiguieron con ayuda de familias aliadas. “Eso les permitió construir una estrecha red de lealtades políticas”, recalca Fuccaro, que escribió un libro apasionante sobre el tema [[Histories of City and State in the Persian Gulf : Manama since 1800, Cambridge University Press, 2009)