Análisis

De Sudáfrica a Israel, los tres pilares del apartheid

¿Qué siente un sudafricano exmilitante contra el apartheid cuando visita Israel y los territorios palestinos ocupados? Clasificación de la población, importancia de la seguridad, libertad de movimiento y de elección del lugar de residencia: basándose en estos tres motores centrales de la separación, Naeem Jeenah considera que el apartheid israelí es peor que el sudafricano.

La imagen muestra a dos personas subiendo una pared de concreto alta. Una de ellas está en la parte superior, mientras que la otra está en una escalera de madera, intentando escalar. En la pared hay alambres de púas en la parte superior y también se pueden ver algunas inscripciones y grafitis en varios idiomas. El ambiente parece ser tenso y el contexto sugiere una situación de conflicto o segregación.
Jóvenes palestinos intentan cruzar el muro de separación en el puesto de control de Qalandia, en la Cisjordania ocupada, el 9 de junio de 2017, para asistir a las oraciones del viernes en la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén
Abbas Momani/AFP

Para un sudafricano como yo, visitar Palestina (incluida su parte israelí) puede resultar una experiencia traumática. Es recordar un pasado caracterizado por la discriminación, el “desarrollo separado”, el robo de tierras, la violencia y el control extremos de parte del Estado. Descubrí que, en efecto, Israel se parecía mucho a la Sudáfrica del apartheid. En un grado mucho, mucho más grave.

Ni siquiera en Sudáfrica había visto soldados inspeccionando regularmente nuestras playas, como pude comprobar durante un paseo por una playa “tranquila” de Tel Aviv, la última vez que las autoridades israelíes me autorizaron a entrar en Palestina, en 2010. En 2011, cuando intenté regresar por un trabajo de investigación, me detuvieron en el aeropuerto durante aproximadamente 12 horas y luego me expulsaron sin contemplaciones “por razones de seguridad”.

Este desengaño ya lo habían vivido otros compatriotas. Denis Goldberg, juzgado con Nelson Mandela en el proceso de Rivonia (1963-1964) y liberado tras 22 años de prisión, se exilió en un principio en Israel. Al llegar allí, declaró que Israel era el equivalente de la Sudáfrica del apartheid en Oriente Próximo. Luego se fue a vivir al Reino Unido. Hasta su muerte, en 2020, apoyó la campaña Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) contra la ocupación israelí.

Otras personalidades sudafricanas han establecido el mismo paralelo, como el expresidente Kgalema Motlanthe o el arzobispo Desmond Tutu, gran figura de la lucha contra el apartheid: “La visita a Tierra Santa me conmovió profundamente. Me recordó mucho lo que nos sucedió en Sudáfrica a nosotros, los Negros”1.

El término “apartheid” para designar la realidad israelí fue adoptado recientemente por Amnesty International, Human Rights Watch, la ONG israelí B’Tselem y muchas organizaciones palestinas. Pero para los sudafricanos, el apartheid israelí es mucho más personal, más emotivo, más real que un texto de ley internacional. Después de todo, esa palabra la inventamos nosotros.

Los judíos, privilegiados en relación con los no judíos

Sin embargo, la similitud se termina cuando un sudafricano bordea el muro del apartheid, como he hecho durante mi última visita. El muro atraviesa pueblos, patios de casas, separa a los agricultores de sus campos o rodea una ciudad como Kalkilia, apartándola del resto del mundo. En Sudáfrica, el apartheid significaba que los blancos eran privilegiados en relación con los negros; en el contexto palestino e israelí, significa que los judíos son privilegiados en relación con los no judíos. En Sudáfrica, el apartheid se construyó sobre tres pilares. El primero era la demarcación formal de la población en grupos raciales por medio del Population Registration Act (1950). Yo, por ejemplo, fui clasificado como “indio”, en segunda posición en la jerarquía racial: primero estaban los “Whites” (a veces llamados “Europeans”); luego, en este orden, los “Indians”, los “Coloureds” y los “Africans”.

Pasé doce años de escolaridad en una escuela “india”. La educación “india” no era tan buena como la educación de los blancos, pero era superior a la educación africana. No estoy seguro de saber para qué función debían educarme; para los estudiantes africanos, no había dudas. En un discurso pronunciado en junio de 1954, el primer ministro Hendrik Verwoerd, considerado el arquitecto del apartheid, declaró que los africanos no tenían lugar “más allá de algunas formas de trabajo… ¿Para qué enseñarle matemática a un niño bantú si no puede utilizarla en la práctica?”

Libertad de circulación y de elección del lugar de residencia

El segundo pilar obligaba a los diferentes grupos a residir en zonas geográficas diferentes y limitaba la circulación de las personas entre esas zonas. Esa era la base del “gran apartheid”, que había creado “homelands” –llamados más tarde, extraoficialmente, “bantustanes”– para los sudafricanos “africanos”. El objetivo era privar a la población africana de la ciudadanía y de la nacionalidad en la “República de Sudáfrica” y transferir su nacionalidad a los bantustanes, aunque no residieran o nunca hubieran residido allí. Sin embargo, los “indians” y los “coloureds” no podían ser asignados a un bantustán. El gobierno del apartheid entonces decidió cooptarnos como asociados júniors, organizando incluso elecciones parlamentarias para esos grupos, lo que condujo a un parlamento tricameral. La mayoría de nosotros, clasificados como “coloureds” e “Indians”, boicoteábamos las elecciones, que apenas alcanzaban una tasa de participación cercana al 2%.

La seguridad, un aspecto central

El tercer pilar era la “seguridad”. Los instrumentos de represión incluían la detención administrativa, la tortura, la censura, la prohibición y los asesinatos extrajudiciales, tanto en el interior como en el exterior de Sudáfrica. El aparato represivo no apuntaba solamente contra los militantes, sino también contra quienes violaban las leyes de salvoconductos o ejercían su libertad de expresión, o contra quienes contraían matrimonio o tenían relaciones sexuales fuera de la división “racial”. Yo, por ejemplo, violaba la ley si me casaba con una mujer africana, si me quedaba en la provincia del Estado Libre de Orange durante más de 24 horas o si residía en la provincia del Transvaal. Mi familia vivió durante tres años en Johannesburgo, hasta que tuve seis años. Luego tuvimos que regresar a Durban porque ninguna escuela de Johannesburgo quería inscribirme, ya que mis padres eran “Indians” de Natal.

En el propio Estado israelí, en los territorios ocupados, en Cisjordania, en Jerusalén Este y en Gaza, el apartheid israelí descansa, más o menos, sobre esos mismos tres pilares.

El primero de ellos delimita las personas en grupos diferentes: judíos y no judíos, a través de la Ley del Retorno de 1950 (el mismo año en que Sudáfrica adoptó el Population Registration Act, con el mismo objetivo). La Ley define quién es judío y otorga a los judíos del mundo entero el derecho de inmigrar a Israel o a los territorios palestinos ocupados. El resultado es un sistema institucionalizado que privilegia a los ciudadanos judíos de Israel en relación a los ciudadanos no judíos. En los territorios ocupados, contrariamente a la Sudáfrica del apartheid, que había transferido la ciudadanía de los “africanos” a nuevas entidades políticas ficticias, los palestinos están privados de cualquier estatus.

En Israel, la “Ley fundamental: Israel como el Estado-nación del pueblo judío”, adoptada el 19 de julio de 2018, declara que Israel es un “Estado judío”, aunque más del 20% de su población no lo es. También reconoce la idea, contraria a la concepción de todas las democracias, de que existe una diferencia entre ciudadanía y nacionalidad. Es imposible imaginar que la Sudáfrica del apartheid declarase que los blancos del mundo entero tenían acceso a la nacionalidad sudafricana, mientras que los Negros (aquellos clasificados como “coloureds” e “Indians”) podían ser ciudadanos, pero no nacionales de ese país.

Discriminación en la vida cotidiana

En Israel, la discriminación incluye restricciones en las prestaciones sociales, en algunos tipos de empleos y en lo que puede enseñarse en las escuelas. La ley de 2003 sobre la ciudadanía y la entrada a Israel, que prohíbe la unificación de las familias palestinas, es otro ejemplo de legislación discriminatoria. En los territorios ocupados, a los palestinos les niegan el derecho de salir de su país y de regresar, así como el acceso a la tierra y la libertad de movimiento y de residencia. Esto se aplica también a los palestinos de Jerusalén Este, que tienen un estatus diferente. La disparidad de trato entre ambos grupos queda en evidencia por la aplicación de leyes más severas y de tribunales diferentes para los palestinos de los territorios que para los colonos judíos, por las restricciones impuestas por los sistemas de permisos y de documentos de identidad, y por el acceso al agua en los territorios ocupados: los colonos reciben la mayor parte del agua y a una fracción del precio que se les pide a los palestinos.

En Israel mismo, el segundo pilar, la separación, está sostenida por la Ley de Propiedad de los Ausentes, que garantiza el robo de tierras a gran escala. Actualmente, las tierras de Israel están divididas en tierras nacionales (93% de las tierras) y tierras privadas (7%). Las tierras nacionales incluyen las tierras del Estado y las tierras del Fondo Nacional Judío, y están destinadas para uso exclusivo de los judíos. Los palestinos israelíes solo pueden poseer tierras privadas. Así, el 20% de la población solo puede utilizar una parte de ese 7%.

Israel no posee una ley equivalente a la ley sudafricana que obligaba a los diferentes grupos “raciales” a vivir en sus propias zonas. Pero las decisiones de la justicia israelí han tenido el mismo efecto, impidiendo que las familias palestinas vivan en las zonas judías. La ley israelí impide incluso que los cónyuges de sus ciudadanos palestinos sean naturalizados, lo que obliga a partir a muchas familias palestinas.

Fragmentación de los territorios ocupados

En los territorios ocupados, el segundo pilar se traduce por una fragmentación. Se trata, sobre todo, del robo masivo de tierras palestinas por parte de Israel. Esto sucede de diversas maneras: por medio del muro del apartheid; a través del cierre hermético de Gaza, de la separación de Jerusalén Este del resto de Cisjordania y del despedazamiento de Cisjordania en una red de colonias conectadas para los judíos israelíes y en enclaves palestinos asediados y no contiguos.

Los israelíes no tienen derecho a ingresar a esos bantustanes, así como los blancos no tenían derecho a ingresar a los townships africanos. Pero gozan de la libertad de movimiento en el resto del territorio palestino. Mientras me encontraba bloqueado en un embotellamiento en un taxi con chofer palestino, veía que otros automóviles circulaban tranquilamente a unas decenas de metros, en caminos reservados para los colonos judíos. Ni siquiera el Estado de apartheid sudafricano había creado caminos separados para los diferentes grupos raciales.

El tercer pilar del apartheid israelí –sus leyes y sus mecanismos represivos de “seguridad”– no se parece mucho al de la Sudáfrica del apartheid. Desde luego, las ejecuciones extrajudiciales (incluso en territorio extranjero), la tortura, la detención administrativa, etc., es algo parecido a lo que nos ha tocado vivir. En los territorios ocupados, la “seguridad” se utiliza para justificar las restricciones a la libertad de opinión, de expresión, de reunión, de asociación y de movimiento de los palestinos. Pero incluso en los peores días del apartheid sudafricano nunca vimos helicópteros y aviones de combate sobrevolando las zonas residenciales de los negros, ni tanques patrullando esas zonas, bombardeando nuestras casas y lanzando obuses y misiles contra nuestras escuelas.

Los tres pilares parecen más visibles en Hebrón o, como la llaman los palestinos, Al Jalil. Allí es donde un racista sionista masacró a palestinos en un lugar de culto; donde los colonos viven literalmente sobre los palestinos y vierten basura sobre sus cabezas; donde las entradas de las casas de la gente están bloqueadas, lo que les obliga a buscar otros medios para entrar y salir de su propiedad; donde la mayor parte de sus patios están ocupados por colonos; donde los niños son golpeados regularmente por soldados y colonos; donde calles palestinas enteras que antaño eran zonas comerciales dinámicas fueron cerradas y reservadas para uso exclusivo de los judíos.

La cuestión religiosa, otro punto en común

Nada de todo esto puede resultar conocido para los sudafricanos que vivieron bajo el apartheid. Existe una diferencia de naturaleza entre ambos: en Israel, el apartheid y el colonialismo están reunidos en un solo paquete.

Algunos analistas mencionan otra diferencia: la religión desempeñaría un rol importante en el contexto palestino, contrariamente al apartheid sudafricano. Es un error. El apartheid sudafricano estaba justificado sobre la base de la Biblia, como el apartheid israelí. Mi educación “india”, la educación “bantú” de mis amigos y la educación “blanca” de los nietos de Verwoerd formaban parte todas ellas de lo que se llamaba la “educación nacional cristiana”. La religión era un instrumento de opresión crucial en Sudáfrica, al igual que en Palestina. Los sudafricanos recuerdan que Israel es uno de los pocos países que no aplicó sanciones internacionales contra Pretoria. Israel mantuvo relaciones fluidas en el ámbito militar, la inteligencia y el desarrollo de armas nucleares. Aunque los paralelos entre Israel y la Sudáfrica del apartheid son impresionantes, para muchos sudafricanos –en particular los sudafricanos negros–, las políticas, las leyes y las acciones de Israel de las que somos testigos van mucho más allá del apartheid que nos tocó sufrir en Sudáfrica.

1Tribuna libre en el periódico británico The Guardian, 29 de abril de 2002.