El 6 de junio de 2021, el termómetro alcanzó los 51,7 ºC en Sweihan, una ciudad al este de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Se trata de la temperatura más elevada que se haya registrado en junio en los EAU. Otros cinco países de la región superaron los 50º ese fin de semana, lo que la convierte en la ola de calor de junio más dura de la historia en la región del Golfo. En julio de 2020, una ola azotó la región y castigó a Bagdad con la temperatura más elevada que se haya registrado en la ciudad: 51,8 ºC, mientras que en Kerbala llegó a 52,4 ºC.
Disminución de la resistencia
Para el ejército estadounidense, que cuenta con un promedio de 60.000 personas operando en la región MENA (Middle East and North Africa/Medio Oriente y África del Norte) y que ha desplegado más de 2,7 millones de militares desde 2001, el calor extremo forma parte de las amenazas de primer orden para sus capacidades de combate. El grupo de batalla del portaaviones USS Dwight D. Eisenhower opera actualmente en el espacio de batalla1 del mar Arábigo del Norte. En semejantes condiciones, las temperaturas en el espacio de catapultaje de los portaaviones pueden llegar hasta los 65,5 °C y todos los días hay que tratar a marineros por patologías vinculadas al calor. Con un personal de cerca de 7.000 hombres que participan en operaciones de vuelo y de reconocimiento 24 horas por día y siempre preparado para encarar una acción de guerra, resulta esencial que el grupo aeronaval disponga de procesos que permitan reducir el estrés térmico, los golpes de calor o el agotamiento por el calor de los marinos: se trata fundamentalmente de programas de prevención de los golpes térmicos o de los “Black Flag Days”, durante los cuales la carga de trabajo se ve reducida.
En agosto de 2004, durante la batalla de Náyaf, en Irak, los infantes de marina estadounidenses combatieron cuerpo a cuerpo en túneles y sobre los techos de los mausoleos del cementerio de Wadi al Salaam con un calor de 50 ºC. Cuando se amontonaban para protegerse en sus vehículos de combate Bradley, la temperatura interior podía llegar a superar los 65 ºC, lo que provocó muchos casos de deshidratación, pérdida de conciencia, agotamiento debido al calor y fallecimientos por golpe de calor. En el personal que efectúa misiones de infantería en semejantes condiciones, la llamada “fatiga térmica” puede provocar una disminución de la resistencia por la combinación de temperatura extrema, del peso del equipamiento y del ejercicio físico. Durante el verano del año 2003, 50 de cada 1000 miembros del personal desplegado en Irak sufrieron traumatismos y disfunciones ligadas al calor. Entre los soldados británicos, el 15% de las hospitalizaciones eran afecciones causadas por el calor, con más de 800 casos en total.
Cambios de táctica
Semejantes temperaturas durante períodos prolongados también generan fallas del material necesario para el cumplimiento de las misiones. En esas temperaturas extremas, la climatización, los sistemas de control de tiro y la electrónica de los Bradley han resultado con frecuencia poco fiables. Los grupos aeronavales desplegados durante meses en el Golfo reportan desde hace tiempo una corrosión intensificada del equipamiento y problemas técnicos en sus buques; la salinidad aumentada también favorece las averías de las turbinas. La fiabilidad general de los aviones de combate F-35 de quinta generación en condiciones de calor extremo es desde hace tiempo un tema de preocupación. Les resulta más difícil despegar, transportar la carga útil prevista para la misión, mantener el estado de alistamiento para el combate, estabilizar el combustible, evitar las fallas eléctricas y mantener aclimatados a los pilotos en sus cabinas. Para los planificadores de ataques aéreos en los centros de operaciones aéreas combinadas (CAOC), las “cúpulas de calor” prolongadas aumentan la cantidad de días en los que se debe reducir el peso cargado por los aviones, lo que requiere cambios de táctica que disminuyen la capacidad de ataque y el radio de acción de combate.
Los riesgos combinados del calor extremo, la humedad y las temperaturas de superficie del mar, que producen temperaturas extremas según el índice TW (termómetro de bulbo húmedo) y la correspondiente disminución del rendimiento individual o incluso la muerte, en particular para aquellos que trabajan al aire libre, constituyen una “incógnita conocida”2. Las tendencias al alza de la frecuencia y del nivel de las temperaturas extremas superiores a 30 ºC ya son evidentes en toda la región: una temperatura de 35 ºC o más de temperatura de bulbo húmedo (TW) supera el límite de supervivencia humana. Semejantes efectos de calor y humedad vienen produciéndose todos los años desde 1979 a lo largo de las aguas poco profundas del litoral del Golfo, y para el año 2075 se prevé que superarán regularmente los 35 ºC; el mar de Omán y el mar Rojo podrían experimentar aumentos similares de los TW máximos.
Durante los meses de verano, en la base aérea de Incirlik, en Turquía, que concentra cerca de 5.000 personas y armas nucleares y cumple un papel de tránsito para los despliegues en Irak y Afganistán, se realizan actualizaciones diarias de la TW, expresada mediante una norma militar de cinco categorías llamada Wet Bulb Globe Temperature (WBGT). La base es particularmente vulnerable a las condiciones de WBGT extremas que provocan fatiga y deshidratación. Los procedimientos de aclimatación del personal al estrés térmico elevado implementados por el ejército estadounidense ya no son muy eficaces, porque con frecuencia se avecina el límite de supervivencia.
Vulnerabilidad de la guerra electromagnética
Los elevados valores de la TW y los episodios de tormentas extremas también pueden reducir la capacidad de ataque, la maniobrabilidad de combate y la resiliencia en el conjunto del espectro electromagnético (EMS) en lo que la US Navy denominó la Guerra de Maniobra Electromagnética de la Flota, vital para el dominio de los Estados Unidos en la región MENA. Las comunicaciones de voz y datos esenciales, incluida la inteligencia por imágenes, el acceso a “la nube”, la interferencia de las comunicaciones enemigas, el enlace de datos para designación de blancos sensible a la meteorología, el seguimiento de los sensores terrestres y espaciales, el control de los enjambres de drones, los sistemas de comando y control autónomos o el mantenimiento de la precisión esperada de las futuras armas hipersónicas pueden ser vulnerables a las temperaturas extremas y a las lluvias torrenciales frecuentes en la región.
La frecuencia y la creciente gravedad de las tormentas de arena y de polvo plantea otros peligros inmediatos. La región MENA es la más polvorienta del mundo, y la cantidad y la intensidad de las tormentas de arena aumenta de manera espectacular. Los efectos que produjo en los combates se volvieron evidentes cuando los marines estadounidenses zarparon hacia Bagdad en marzo de 2003. Sobre los atacantes se desató una enorme tormenta de polvo de tres días que redujo la visibilidad a diez metros y penetró en las piezas mecánicas de sus sistemas de armas. Los helicópteros se quedaron clavados en tierra, pero la fuerza aérea pudo arrojar a través de la nube de polvo bombas guiadas con precisión sobre la Guardia Republicana Iraquí, que permaneció estática. Las tormentas de arena producen efectos mecánicos a corto plazo, como importantes problemas de bloqueo o de disfunción de los fusiles M16 y de las carabinas M4 utilizadas en Irak y en Afganistán, que parecen haber sido reducidos recientemente gracias a correcciones y nuevos diseños.
La exposición de los motores de avión al polvo, tanto en tierra como en los portaaviones en el Golfo, tiene impacto a corto y largo plazo sobre el mantenimiento, la preparación al combate y las operaciones en los aeropuertos. La visibilidad reducida modifica la planificación de los itinerarios de vuelo y reduce la capacidad para localizar y atacar a los tanques o a las fuerzas terrestres en movimiento. Además, los traumatismos agudos asociados al asma y las lesiones pulmonares a largo plazo constituyen importantes riesgos sanitarios para los soldados.
Los efectos devastadores de las inundaciones
Las crecidas repentinas y las tormentas destructivas representan otro peligro climático inmediato y ponen en peligro la preparación al combate de los sitios formales e informales de los Estados Unidos. En julio de 2019, Irán y el sudeste de la península arábiga padecieron las peores inundaciones en 70 años, con muchos civiles muertos y centenas de heridos. Dos meses más tarde, el puerto de Duqum y la base aérea de Masira en Omán –utilizados por la marina y la fuerza aérea norteamericanas– se inundaron luego de una caída de 116 mm de lluvia y de marejadas ciclónicas causadas por el ciclón tropical Hikaa. En diciembre de 2019, la base aérea de Incirlik fue azotada por crecidas repentinas que dejaron a su fábrica de tratamiento de aguas bajo 1,5 metros de agua. En enero de 2020, se inundaron ocho aviones en Khazor, una base de la fuerza aérea israelí que alberga aviones de combate F-16 y participa en ejercicios conjuntos con los cazas estadounidenses de las bases de Al Udeid y Al Dhafra en los Emiratos Árabes Unidos.
El Pentágono y la OTAN reconocen que la crisis climática genera “un impacto sobre las misiones, los planes y las capacidades” y produce “Climate Action Failures in combat capabilities” (fallas de las capacidades de combate por razones climáticas). Las condiciones meteorológicas extremas figuran en primer lugar en la lista de riesgos y golpean más fuerte y más rápido de lo previsto. Como es de esperar cuando se trata de las fuerzas armadas, se han dedicado esfuerzos y recursos significativos para la reoptimización del paradigma riesgo climático-rendimiento destinados a: una mejora considerable de la investigación y desarrollo y de la concepción creativa de la resiliencia de los materiales; nuevas prácticas de aclimatación al calor; ingeniería bioambiental mejorada; escenarios de misión y juegos de rol alternativos; y desplazamiento de la vulnerabilidad y de la capacidad de ataque “más allá del horizonte”.
Desde la operación Tormenta del Desierto, se han destinado importantes recursos al control de la meteorología gracias a una nueva modelización, al refuerzo del organismo meteorológico de la fuerza aérea y a una superinformática capaz de dejar en manos de los soldados y los Equipos Meteorológicos de Combate (CWT) en el terreno las actualizaciones meteorológicas, lo que permite que esta tecnología reachback (de retroalimentación) suministre datos directamente al escuadrón meteorológico operacional MENA instalado en la base aérea Shaw, en Carolina del Sur. El sitio de ensayos climáticos más grande del mundo –el McKinley Climatic Laboratory (MCL) en la base de la fuerza aérea Eglin, en Florida– permite ensayar con las aeronaves y los equipamientos militares en toda la gama de condiciones climáticas para descubrir dónde y cómo se producen las fallas, mejorando la capacidad operacional en entornos con riesgos climáticos.
“Consecuencias catastróficas para la seguridad”
El G7 y la cumbre de la OTAN celebrada el 14 de junio de 2021 inscribieron en su orden del día un debate sobre el peligroso “elefante en la habitación”, a saber, el vínculo altamente probable, de fuerte impacto y sin embargo desatendido, entre crisis climática y seguridad internacional. El 7 de junio, el grupo de expertos del Consejo Militar Internacional sobre Clima y Seguridad (IMCCS) publicó su segundo informe anual sobre el clima y la seguridad en el mundo y advirtió acerca de las “consecuencias catastróficas del cambio climático sobre la seguridad”, que exigen que se adapte inmediatamente en todos los niveles la seguridad internacional al clima y que se concentre más atención en el rol de las fuerzas armadas en la respuesta a los riesgos emergentes en materia de seguridad climática.
Estas discusiones deben ir mucho más allá de la preocupación inmediata en torno al riesgo climático para las capacidades de combate y concentrarse más en: la preparación a los efectos crecientes de la crisis climática sobre las sociedades frágiles en términos de geopolítica, sociedad, conflicto y movilidad; la mitigación de las consecuencias de la crisis climática sobre la seguridad y sus efectos multiplicadores, con énfasis en la reducción de la huella de carbono de las fuerzas armadas y la conversión de las fuerzas armadas norteamericanas, el mayor consumidor de petróleo del mundo, en unas “fuerzas armadas verdes”; la reducción de las vulnerabilidades operacionales que rápidamente quedan al descubierto en los campos de energía, infraestructura y cadena logística. Las amenazas del aumento del nivel del mar durante los próximos veinte años en los puertos de la marina norteamericana y en las bases de la fuerza aérea, como en Kuwait y Bahréin, requieren una atención particular si se pretende que esas instalaciones sigan cumpliendo sus misiones.
Sin embargo, existen puntos de cambio, efectos en cascada y “cisnes negros” totalmente desconocidos en el futuro próximo en la región MENA que no podrán resolver “el aguzamiento de nuestro avance tecnológico” ni la “cooperación entre militares”. Los intentos de mejora de modelos del clima, de renovaciones de equipo con material mejorado, de reorientación de las compras de defensa, de formación preventiva o de medidas paliativas para mejorar el desempeño en combate y la resiliencia del material llevan a seguir luchando contra los fenómenos climáticos de ayer.
El mundo se prepara para un futuro de la guerra que está detrás de nosotros o nunca existió. El poeta irlandés W.B. Yeats nos advirtió en 1919 que hay “una bestia tosca, cuya hora ha sonado, que se arrastra hacia Belén para nacer”. El Antropoceno, este desorden planetario generalizado, ha llegado. Nos obliga a repensar la región MENA más allá de los programas de prevención de las patologías térmicas, de la protección contra el clima o de una mejora de la protección del espectro electromagnético; nos obliga a empezar a comprender los riesgos a los que se enfrentan los pueblos de la región en materia de seguridad alimentaria, agua y salud; a terminar con las intervenciones militares, y a promover la buena gobernanza y los derechos humanos.
1En 2001, el ejército estadounidense definió el espacio de batalla como “el ambiente, los factores y las condiciones que los comandantes deben comprender para aplicar exitosamente la potencia de combate, proteger la fuerza o cumplir la misión”.
Este concepto integrador reúne los componentes materiales, comportamentales, cognitivos y geográficos del combate y de la gestión de la guerra en un todo conceptual gracias al cual los comandantes pueden elegir y concentrar múltiples acciones basadas en los efectos para dominar el espectro de los conflictos que atañen a la misión.
2Efectos cuya existencia es conocida pero que se tiene dificultades en comprender.