Estados Unidos. La amenaza terrorista es interna y blanca

Veinte años después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos debe rendirse ante la evidencia: el mayor peligro que lo acecha no proviene de extremistas afiliados al llamado “Eje del mal”, sino de terroristas nacidos y educados en su propio seno y a veces alistados en sus fuerzas armadas, que recorren los cuatro rincones del planeta intentando construir Estados conformes a su imagen mitificada.

«Proud Boys» en una protesta en Raleigh, Carolina del Norte, el 28 de noviembre de 2020

En su edición del 1º de noviembre de 2020, el sitio web The Conversation informó que “cerca de un quinto de los militares dicen haber percibido señales de supremacía blanca o de racismo dentro de las fuerzas armadas, como la utilización sin reservas de insultos racistas y de una retórica antisemita, y hasta el despliegue deliberado de explosivos en forma de esvástica”. Y según un informe del exagente del FBI Michael German publicado por el diario The Guardian en su edición del 27 de agosto de 2020, las fuerzas del orden estadounidenses también están infiltradas por supremacistas blancos en más de una docena de estados norteamericanos.

Dentro de la policía, esta ideología no es puramente teórica y se ha expresado de manera funesta en homicidios como el de George Floyd, de 40 años, perpetrado en 2020 en Mineápolis; el de Atatiana Jefferson, de 28 años, acaecido en 2019 en Fort Worth; el de Freddy Gray, de 25 años, en 2015, en Baltimore; y el de Michael Brown, de 18 años, y el de Tamir Rice, de 12 años, en 2014, abatido por un policía blanco mientras jugaba con una pistola de plástico en un parque en Cleveland. Desgraciadamente, esta lista no es exhaustiva. Todas estas víctimas eran negras. Como advierte Françoise Coste, profesora en la Universidad Toulouse-Jean-Jaurès:

Todo lo que sucede en Estados Unidos tarde o temprano está relacionado con la esclavitud, con la división de la población en blancos y negros. […] El sistema esclavista era tan terrible y bárbaro que los amos y las autoridades políticas rápidamente se dieron cuenta de que se trataba de un sistema injustificable, pero tenían que justificarlo porque debían perpetuarlo por razones económicas. La herramienta que se inventó para justificar lo injustificable –sobre todo cuando se pretendía ser cristiano y ferviente adepto de la Biblia, con todos los hombres hechos a imagen y semejanza de Dios– es la supremacía blanca. En ese entonces no se empleaba ese término, pero adoptaron la idea de que los negros y los africanos merecían ser esclavos, y que no había que culpabilizarse, porque eran inferiores y no eran humanos como nosotros, los blancos. Y eso fue muy poderoso psicológicamente, porque logró adherir a la causa esclavista a los “pequeños blancos”, es decir, los blancos que no eran lo suficientemente ricos como para poseer esclavos.

De modo que, para analizar el riesgo terrorista que se cierne sobre Estados Unidos, la cuestión racial sigue siendo central. Los supremacistas blancos (la mayoría de ellos “pequeños blancos”), sea cual sea el grupo al que pertenecen, y dejando de lado su ambición recurrente de hacer desaparecer el Estado federal –origen de todos los males, desde su punto de vista–, aspiran esencialmente a revivir los principales combates del Ku Klux Klan (KKK), su gran antepasado en materia de odio racial. Esos combates llevaron a los estados del sur a promover hacia 1870 las leyes Jim Crow, que obstaculizaban el ejercicio de los derechos constitucionales de los afroamericanos adquiridos tras la guerra de Secesión. Así ocurrió con la decimoterciera enmienda, que abolía la esclavitud; la decimocuarta, que otorgaba la ciudadanía a cualquier persona nacida o naturalizada en Estados Unidos, y prohibía cualquier restricción a este derecho; y la decimoquinta, que garantizaba el sufragio a todos los ciudadanos estadounidenses. Estas leyes recién se aplicaron en su totalidad en 1964. A esta aversión por los afroamericanos, las nuevas generaciones de supremacistas le sumaron el odio a los “latinos”, los musulmanes, los asiáticos y, desde luego, los LGBTIQA+. Y tampoco amainó su antisemitismo, otra herencia del KKK.

Los “emprendedores de violencia”

Son miembros de la secta conspirativa QAnon, de The Base (en referencia a los métodos organizativos y terroristas de Al Qaeda, que en árabe significa “la base”), de los Proud Boys (a quienes Donald Trump había invitado a “permanecer preparados” durante el primer debate presidencial contra Joe Biden) o del movimiento Patriot Prayer, integrado por cristianos fundamentalistas. Como señaló ante el medio Insider Vegas Tenold, investigador del Anti-Defamation League’s Center on Extremism, esos dos últimos movimientos tienen una ideología “extremadamente difusa. Solo puede decirse que son pro Dios y pro primera enmienda (la que garantiza la libertad de expresión). Lo que tienen en común todos estos individuos es la certeza de que la ‘raza’ blanca es superior a todas las otras. Y tienen la convicción de que esa presunta supremacía corre peligro, así que, con tal de mantenerla, no hay nada prohibido.

En connivencia con esos grupos de ultraderecha se encuentra una quincena de grupúsculos neonazis como Storm Front, el partido nacional-socialista Vanguard America –que retomó el lema hitleriano de “blood and soil” (sangre y tierra)– y también Atomwaffen Division (AWD), establecido en Estados Unidos, pero con “franquicias” en Reino Unido, Alemania y los países bálticos. Están dispuestos a todo. Incluso a perpetrar atentados suicidas. En un artículo en línea publicado en junio de 2019, un miembro de AWD declaraba: “La cultura del martirio y de la insurrección dentro de grupos como los talibanes y Estado Islámico es admirable y tiene que reproducirse en el movimiento terrorista neonazi”. En 2019, Brandon Russell, fundador y líder del grupo, fue detenido y condenado por posesión de material explosivo y de un artefacto destructivo.

En esta lista incompleta habría que agregar a los “incels” (involuntary celibates o célibes involuntarios), que predican una misoginia militante. Creado en 1993, este grupo de hombres frustrados que responsabiliza a las mujeres por su celibato forzado y que recluta internacionalmente a través de internet es considerado una amenaza seria por el FBI, y ya ha sido declarado responsable de varios atentados. En mayo de 2014, uno de sus adeptos, Elliot Rodger, asesinó a seis personas e hirió a otras catorce en Isla Vista, California, antes de suicidarse.

Este cuadro dantesco no estaría completo sin los “boogaloo”, cuya obsesión maníaca gira en torno a la necesidad de provocar una guerra civil antes de que les confisquen las armas, a pesar de que la segunda enmienda es celosamente respetada en Estados Unidos. Vestidos en muchos casos con camisas hawaianas (lo cual revela su mal gusto), llegaron a marchar junto con manifestantes que protestaban contra el asesinato de George Floyd, con la esperanza de desatar una insurrección contra las autoridades (lo cual revela su confusión mental). Son favorables a la guerra (civil) preventiva, independientemente de quiénes la inicien. Al igual que todos los otros conspiracionistas, están armados hasta los dientes, y a pesar de su confusión y su aspecto folklórico, son peligrosos.

Se calcula que estos “emprendedores de violencia”, según la expresión del politólogo Bertrand Badie, concentran en total unas 100.000 personas. Es una cifra pequeña en un país que posee poco más de 328 millones de habitantes, pero también suficiente para desarrollar redes sociales nocivas y crear hubs en línea como MyMilitia (subtitulado “An American Patriot Network”), que permiten encontrar milicias existentes o incluso fundarlas, o participar en plataformas como Gab, Discord, Minds y Bitchute o en foros como Stormfront y IronForge, que insisten con la teoría del “Gran Reemplazo”, o desestabilizar procesos democráticos (como por ejemplo, la “toma” del Capitolio por parte de un puñado de estos militantes). También pueden instigar acciones criminales de gran calibre.

Según un informe del 17 de junio de 2020 del Center for Strategic & International Studies, los extremistas de derecha perpetraron dos tercios de los atentados y de las conspiraciones en Estados Unidos en 2019, y más del 90% entre el 1º de enero y el 8 de mayo de 2020. Estas cifras preocupantes llevaron al Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS) a concluir en un informe publicado en octubre de 2020 que “los extremistas violentos con motivaciones raciales y étnicas –en particular los extremistas supremacistas blancos– seguirán siendo la amenaza más persistente y más mortífera en la patria”.

La bendita época de Donald Trump

Si bien después del atentado en 2019 en El Paso (Texas) que causó 22 muertos –14 estadounidenses y 8 mexicanos– el DHS diseñó programas específicos contra las amenazas del nacionalismo blanco, la administración Trump se dedicó a quitarles recursos, y hasta llegó a desmantelar algunos de ellos. En 2017, cuando después de una manifestación de extremistas que chocaron con “antifas” en Charlottesville, Virginia, el presidente Trump dijo que “había gente buena de ambos lados”, el movimiento cobró impulso y no dejó de fortalecerse con el paso del tiempo. Poder desfilar en las calles con armas de guerra sin que el presidente formulara ninguna objeción fue sentido desde la extrema derecha como un respaldo, incluso como una arenga. En cierto modo, era como si uno de ellos se hubiera instalado en la Casa Blanca, en particular porque el presidente en ejercicio no había dudado en el pasado en retuitear posteos de cuentas de neonazis y supremacistas.

Durante la campaña presidencial de 2016, marcada por enfrentamientos verbales de una brutalidad inusitada, el entorno del candidato Trump no se quedó atrás y alentó esa tendencia en ascenso que expresa su punto de vista mediante fusiles automáticos, embestidas de vehículos o secuestros de personalidades. Su hora de gloria llegó cuando Steve Bannon fue designado director general de la campaña presidencial de Donald Trump. Bannon dirigía el imperio mediático Breitbart, vitrina del movimiento Alt-Right (“derecha alternativa”), un movimiento fundado por Richard Spencer a finales de la década de 2000 y que le debe mucho a Alain de Benoist, teórico francés de “la nueva derecha” desde hace más de cuarenta años, y al escritor nacionalista francés Jean Raspail.

Tomando el relevo de los neoconservadores, ampliamente desprestigiados, Bannon se dedicó a instilar sus ideas nauseabundas en el Partido Republicano. Justo en ese momento Donald Trump retuiteó un meme encontrado en uno de los foros “alt” donde se ve una imagen de Hillary Clinton rodeada de billetes de 100 dólares y una estrella de David, acompañada con este comentario: “Most corrupt candidate ever!” (¡La candidata más corrupta de toda la historia!).

Richard Spencer reivindica una depuración étnica pacífica, y según la revista norteamericana Mother Jones, declara querer promover el concepto de “racismo cool”. Sin embargo, el 12 de agosto de 2017, en Charlottesville, se dijeron las cosas menos “cool” que puedan decirse de Alt-Right, luego de que sus miembros se encontraran con neonazis y miembros del KKK para proclamar consignas como “white lives matter” (la vida de los blancos importa) o “Jews will not replace us” (los judíos no nos remplazarán). Ese día se celebró un encuentro titulado “Unificar a la derecha”, organizado para protestar contra el desmantelamiento de la estatua del general confederado Robert Lee. Una militante antifascista perdió la vida y otros manifestantes fueron heridos de gravedad.

Desde su asunción, Joe Biden toma el asunto con seriedad, y en su discurso de investidura declaró: “Actualmente vemos surgir el extremismo político, la supremacía blanca y el terrorismo interior. Debemos hacerles frente y vamos a vencerlos”. En junio de 2021, fue el primer presidente en visitar el barrio de Greenwood (apodado Black Wall Street), en Tulsa (Oklahoma), donde en 1921 fueron masacrados centenas de negros estadounidenses. En esa oportunidad, declaró: “Algunas injusticias son tan atroces, tan aterradoras, tan dolorosas que no pueden permanecer enterradas”, y agregó: “Lo que sucedió en Greenwood fue un acto de odio y de terrorismo interior, con una línea de fondo que todavía existe hoy en día”.

Biden también envió un informe a la Cámara de Representantes y al Senado en el que señaló que el racismo cada vez más violento de los supremacistas blancos podría degenerar en atentados mortíferos y masivos contra civiles. Durante su audiencia en el Congreso, el secretario de seguridad interior Alejandro Mayorkas afirmó que el peligro más importante que corre Estados Unidos es el terrorismo interior y agregó que la administración Biden lo había designado como una de sus prioridades.

Una medida sin duda necesaria. ¿Pero Estados Unidos no debería preguntarse también por qué, veinte años después de la mayor agresión que haya sufrido en su territorio, el terror ya no viene del cielo, sino de sus propias entrañas?