Editorial

Impunidad de Israel, complicidad de Francia

La imagen muestra a dos hombres en un entorno formal, aparentemente en un edificio gubernamental. Uno de ellos viste un traje oscuro y tiene una expresión seria mientras se acerca al otro, quien lleva una camisa negra. Ambos parecen en una conversación cercana, rodeados por varias personas que observan la interacción. La atmósfera sugiere un momento significativo, posiblemente de diálogo o entendimiento.
Jerusalén, 24 de octubre de 2023. El primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu (derecha), y el presidente francés, Emmanuel Macron (izquierda), tras su rueda de prensa conjunta.
Christophe Ena / POOL / AFP

Demasiado poco y demasiado tarde. No hay otro modo de calificar la mojigatería de las palabras de Emmanuel Macron frente a la actual guerra genocida en la Franja de Gaza. Arrancó balbuceando sus buenas intenciones, que sonaron totalmente falsas: “Las operaciones israelíes en Rafah deben cesar”. Pero contrariamente a la lacónica afirmación del presidente francés, no es de hoy ni de ayer que los palestinos no tienen ninguna zona segura adonde ir, sino desde hace meses.

¿Quién recuerda que el presidente Emmanuel Macron había declarado que Rafah era “una línea roja”? Desde Alemania, el mandatario francés fingió mantener sus posiciones, que sin embargo no dejaron de retroceder con cada nueva violación de parte de Israel. Con firmeza, recordó “el derecho de Israel a defenderse”, como si el derecho internacional pudiera concebir que es posible defenderse de aquellos a quienes se ocupa. Pero Macron apuntó sobre todo contra un solo culpable: “Hamas es responsable de esta situación”. La chutzpah israelí también se exporta al país galo.

Elementos discursivos vacíos de sentido

Seamos claros: la Francia oficial es cómplice de lo que ocurre en Gaza. Al justificar de ese modo el genocidio en curso, el país convalidó, con los miembros de la mayoría parlamentaria y con frecuencia los de la oposición de derecha y de extrema derecha —y a veces incluso de la izquierda—, todos los argumentos que sirven para limpiar la imagen del gobierno de Benjamín Netanyahu.

La Francia de Emmanuel Macron no tomó ninguna medida concreta para detener esta ofensiva. Las sanciones económicas, las medidas simbólicas de invisibilización de la bandera, el boycott deportivo en vísperas de los Juegos Olímpicos, la cuestión de las armas: todo eso vale solo contra Rusia. Cuando se trata de Tel Aviv, la imaginación se queda sin ideas.

Hasta el día de hoy, la diplomacia francesa no creyó necesario reaccionar a las órdenes de captura emitidas por la Corte Internacional de Justicia. Tuvieron que pasar cuatro días y algunas masacres —otras más— para que el jefe de Estado —y él solo— mencionara, sin emitir comentarios, las órdenes de detención solicitadas por la más alta instancia judicial internacional, cuyas decisiones son vinculantes para los países de la ONU. Para todos, salvo Israel, que hace caso omiso del derecho internacional y humanitario. Para todos, salvo sus aliados, como Estados Unidos y también Francia, cuya complicidad en el genocidio en desarrollo es irrefutable. Al igual que la Presidencia, o más bien por instancia suya, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia (Quai d’Orsay) ya no es el mismo que, hace veinte años y a través de su ministro, honraba a Francia oponiéndose en la sede de la ONU a la invasión norteamericana de Irak; tampoco es aquel que, en 1980, empujaba a Europa a reconocer el derecho a la autodeterminación de los palestinos y a negociar con la Organización para la Liberación de Palestina, denunciada en ese entonces por Israel y Estados Unidos como “organización terrorista”. Pero ahora, en su último comunicado, el Quay d’Orsay se encierra en elementos discursivos vacíos de sentido: “gravedad de la situación”, “indignación”. Es como si Francia hubiera dejado de ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y contribuyera a torpedear la credibilidad de sus organismos, como hizo con la UNRWA, siguiendo el discurso israelí.

Será necesario algo más que algunos llamados tardíos, puramente declamatorios, a un alto el fuego. Será necesario algo más que algunas votaciones en las Naciones Unidas sobre la admisión de Palestina, que estuvieron acompañadas por un rechazo al reconocimiento del Estado palestino; España, Irlanda y Noruega no tuvieron ese pudor. Será necesario algo más que el comunicado verboso del Quai d’Orsay sobre la decisión del fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) de solicitar órdenes de captura contra dirigentes israelíes y palestinos, acompañado de circunloquios que dan a entender que Israel podría continuar con los crímenes cometidos por su ejército y dejar sin efecto esas órdenes, cuando en décadas la justicia israelí jamás sancionó a militares de alto rango. Y aguardamos las protestas de París frente a la campaña impulsada desde hace una década para desacreditar a ese tribunal y amenazar a sus dirigentes, como acaba de revelar el periódico israelí +9721.

El 22 de mayo, Stéphane Séjourné, ministro de Asuntos Exteriores de Francia, recibió en París a Yisrael Katz, su par israelí. Katz es uno de los pocos dirigentes que según la CIJ emitieron palabras que equivalen a un llamamiento al genocidio. De hecho, el 13 de octubre de 2023, Yisrael katz había declarado en X: “Vamos a combatir a la organización terrorista Hamás, y a destruirla. Toda la población civil de Gaza recibió la orden de partir de inmediato. Venceremos. No recibirán una gota de agua ni una sola batería hasta que dejen este mundo.” Katz le agradeció a su par francés su oposición al reconocimiento de un Estado palestino y su negativa a poner en el mismo plano a Hamás e Israel, como hizo el fiscal de la CPI. Esta recepción tan calurosa ocurría en el mismo momento en que Israel intensificaba sus masacres en Gaza, especialmente en Rafah.

Un socio de seguridad de primer nivel

¿Qué puede hacer Francia para presionar a Israel para que detenga sus operaciones en la Franja de Gaza? El 35% de las exportaciones de Israel van a parar a Europa, pero ni se habla de hacer valer esa palanca económica; tampoco de la suspensión de las entregas de armas, de municiones o de componentes de fabricación (las cifras de exportación de Francia siguen siendo opacas); tampoco existe el más mínimo interés en hacer respetar el derecho internacional, sancionando a las empresas francesas que, como Carrefour o Alstom, están presentes en los territorios ocupados. Tel Aviv sigue siendo un socio de seguridad para Francia, ya sea por las cámaras de vigilancia con programas de reconocimiento facial que serán utilizadas en los Juegos Olímpicos, o por la fabricación de drones de vigilancia, utilizados sobre todo en el control de la frontera sur de Europa.

En el plano de la Unión Europea, Francia se opone a aquellos que quieren suspender los acuerdos de asociación con Israel, como sus vecinos belgas, que ahora prohíben el tránsito por el aeropuerto de Lieja de los aviones que transportan armas a Israel. Y cuando las y los estudiantes de Sciences Po, de la École Normale Supérieure (ENS) o la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) ocupan pacíficamente las instalaciones de sus instituciones para exigir la suspensión de los acuerdos de cooperación con las universidades israelíes, con frecuencia ligados a la industria de la defensa y del armamento, son expulsadas y expulsados manu militari, acusadas y acusados, erróneamente, de antisemitismo y de poner su establecimiento “a sangre y fuego”. Sin embargo, la estrategia de masacre del ejército israelí solo podría verse afectada por medidas concretas que hagan que Israel pague el precio de su aventura. Ahora Francia está a la retaguardia de otros países europeos en el apoyo al derecho internacional y los derechos de los palestinos.

La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio obliga a todos los Estados signatarios a tomar medidas para “prevenir un genocidio en curso”, aun cuando no se desarrolle en su propio territorio. Al negarse a hacerlo, Francia, país signatario, se expone a ser demandado judicialmente por sus incumplimientos. Pero su respuesta utiliza un axioma que intenta instrumentalizar cobardemente el sentimiento de culpabilidad histórica frente a la Shoá: “Acusar de genocidio al Estado judío es atravesar un umbral moral”.

Gritos de ira en París y más allá

Hay que tomar dimensión de la degradación de la imagen de Francia en los países del Sur global; basta con ver la Embajada Francesa apedreada en Beirut, escuchar los gritos de ira de los manifestantes frente al Instituto Francés de Túnez y comprender la decepción de los palestinos, antes tan dispuestos a rendirle homenaje al país de De Gaulle y de Jacques Chirac. En el ámbito interior, todos los días aumenta la brecha entre el discurso oficial y una parte de la población, que, horrorizada por ese cheque en blanco dado a Israel, sale a la calle a gritar su desesperación y su desasosiego. En París, varios miles de personas participan desde el último lunes en manifestaciones casi espontáneas, que se transforman en marchas de rebelión en varios barrios de la ciudad. Las banderas francesas se mezclan con las de Palestina, Sudáfrica y Kanaky, llevadas por ciudadanos que rechazan que su gobierno y su presidente legitimen en su nombre casi ocho meses de genocidio.

En este momento en que, al asalto del Parlamento Europeo, las extremas derechas ceban por todos los medios la hediondez identitaria de electores nostálgicos de la grandeza de antaño, existe una sola manera de estar del lado correcto de la Historia: tomar partido para detener el primer genocidio del siglo XXI.

1Yuval Abraham y Meron Rapoport, “Surveillance and interference: Israel’s covert war on the ICC exposed”, +972, 28 de mayo de 2024.