Movimiento popular

Irán. La rebelión de la tercera generación

Desde 1979, la sociedad iraní ha cambiado profundamente. La rebelión actual, la de la generación de los nietos y nietas de Jomeiní, sacude los equilibrios, pero su éxito depende de la ampliación del movimiento.

Washington, 15 de octubre de 2022. Manifestante de la «Marcha de Solidaridad con Irán».
Stefani Reynolds/AFP

La valiente rebelión de las jóvenes iraníes va más allá del símbolo opresor de verse obligadas a llevar el velo islámico. Ha provocado una marea de solidaridad internacional sincera, profunda y necesaria en apoyo a un movimiento que es mucho más que un levantamiento. En efecto, por un lado es un conflicto de baja intensidad, con mil pequeñas manifestaciones locales y sin grandes concentraciones en las grandes ciudades. Y también es un conflicto de fuerte intensidad, porque traduce la culminación, la síntesis de las dramáticas, complejas y paradójicas dinámicas que nunca dejaron de impulsar, a pesar de la represión, a una sociedad iraní que no es de ningún modo la que había derrocado al sah en 1979.

¿Esta nueva realidad sociopolítica puede traducirse en un cambio político? La habilidad y la experiencia y la fuerza represiva de las facciones islámicas que dirigen Irán desde hace cuatro décadas nos obligan a no ser ingenuos y a evitar empujar a los manifestantes a un dramático callejón sin salida. Los países occidentales, que nunca dejaron de entremeterse en los asuntos iraníes por medio de golpes de Estado, sanciones e incluso la guerra, ahora quizás tienen la oportunidad de revisar su política.

La protesta, herencia de la revolución

El poder controlado desde hace cuatro décadas por el clero chií ha sido cuestionado con frecuencia, pero siempre ha gozado de un apoyo popular incuestionable, construido en torno al consenso revolucionario y nacionalista consolidado por los mitos fundadores, que son el derrocamiento de la monarquía, la personalidad de Ruhollah Jomeini, y sobre todo, la guerra Irak-Irán (1980-1988). El otro consenso proveniente de la revolución de 1979 es el apego de todos los iraníes a la república, a la libertad, al derecho al voto y a expresarse, a cuestionar y, de ser necesario, a rebelarse.

Ese espíritu “revolucionario” lo reivindican todos los iraníes, ya sean partidarios u opositores al régimen islámico. Para los partidarios, la “revolución” se realizó y se terminó en 1979. Es un modelo sagrado, inmutable y fijo que no puede cambiar. Para los opositores, el espíritu “revolucionario” y contestatario de quienes se atrevieron a derrocar al régimen imperial se mantiene intacto. A pesar de la represión, las tres generaciones que crecieron bajo la república islámica jamás dejaron de expresarse y de reclamar en asuntos políticos, económicos, y actualmente, culturales.

El presidente Ebrahim Raisi, de 63 años, es el ejemplo perfecto de esos jóvenes militantes islamistas, nacionalistas o tecnócratas que no teorizaron sobre la revolución pero la sirvieron, y luego impusieron y dirigieron el nuevo régimen político. Son más “apparátchiks” que ideólogos. No son los compañeros de Jomeiní sino sus “hijos”. La guerra unió a los millones de jóvenes de esa generación que combatieron como soldados, Guardias Revolucionarias o como simples milicianos (bassiji). Como excombatientes, luego gozaron de ventajas materiales. Todo el país está en sus manos, desde el ministro hasta el empleado local del correo. Muchos se mantienen apegados a su revolución, a su guerra heroica y al lema de “Independencia, Libertad, República islámica”, y a veces lamentan que la última palabra haya asfixiado a las otras tres. Pero no cuestionan su juventud y el sistema que los crio. Durante décadas, “conservadores” y “reformistas” coadministraron el sistema y asumieron el consenso revolucionario, nacionalista, islamista y antiestadounidense de 1979. En 2009, muchos de ellos denunciaron el fraude electoral (“¿Dónde está mi voto?”) con las manifestaciones más importantes desde 1980 en Teherán, pero el Movimiento Verde que apoyaba Mir-Hosein Musaví, ex primer ministro durante la guerra, nunca llegó a tomar vuelo. Para esa generación (quienes tienen más de 60 años representan el 12% de la población), la prioridad es la estabilidad del régimen islámico y la protección de las ventajas morales y materiales –inmensas o modestas– que han adquirido.

Desánimo de la nueva clase media

Estos “nietos de Jomeiní”, de entre 30 y 50 años, se beneficiaron en masa con la política muy voluntarista de instrucción pública implementada por la república islámica en la década de 1980 para islamizar (y “chiizar” en las provincias suníes) a la sociedad por medio de la escuela y la universidad. Actualmente, casi la totalidad de la población –incluidas las niñas de las zonas rurales o de los suburbios– está alfabetizada, e Irán cuenta con más de 4 millones de estudiantes, con frecuencia, de muy alto nivel. Esta nueva clase media es numerosa (el 40% de los iraníes tienen entre 25 y 60 años) y de un origen modesto. Sus padres hicieron la Revolución. La mayoría son buenos musulmanes, pero se mantienen reservados respecto a la ideología islámica y los ideales “revolucionarios”, porque la enseñanza que recibieron les abrió la mente, les hizo descubrir el mundo contemporáneo y les hizo nacer nuevas ambiciones personales. El éxito social y económico compartido entre la mayor cantidad de personas es un objetivo mayormente compartido. Se indignan por la corrupción de las élites, pero terminaron aceptando un modus vivendi.

En 2015, la firma del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por su sigla en inglés) negociado principalmente por los Estados Unidos de Barak Obama y el Irán de Hasán Rohaní, con el acuerdo tácito del Guía Alí Jamenei, suscitó una inmensa esperanza de cambio en todos esos ingenieros, directivos, simples técnicos u obreros bien instruidos, pero desempleados. El levantamiento de las sanciones económicas generó inmediatamente una avalancha de empresas extranjeras con intereses en Irán. Tras la dura experiencia de cuatro décadas de islam político, el país, que se había mantenido al margen de la globalización, salía finalmente del aislamiento revolucionario para expresarse al máximo como potencia emergente en todos los ámbitos: tecnológico, industrial y artístico. La prosperidad y el poder blando iraní venían a suplantar por fin la “amenaza iraní” y los discursos revolucionarios.

Pero la euforia duró poco. En 2018, al destrozar el acuerdo sobre el programa nuclear, Donald Trump “asesinó” literalmente a esa clase media ambiciosa y terminó con las esperanzas de cambio político. En efecto, las nuevas sanciones económicas llevaron a Irán a retomar su programa nuclear, provocaron una crisis económica sin precedentes y facilitaron el acceso al poder de las facciones conservadoras más radicales. El desánimo de esos jóvenes adultos, los “nietos de Jomeiní”, es inmenso. La mayoría se abstuvieron durante la elección de Ebrahim Raisi a la presidencia en 2021, y aunque aprueban la rebelión de sus hijos, no se sumaron a su movimiento porque están aplastados por la crisis económica, desmoralizados por el fracaso de su carrera profesional, desalentados por la ausencia de alternativa política y decepcionados con los países europeos, que hicieron poco contra Donald Trump.

Tras la elección de Joe Biden, se reanudaron las conversaciones en Viena para intentar reparar los daños y firmar un nuevo JCPOA, pero las condiciones políticas han cambiado, y las negociaciones se bloquean una y otra vez por las exigencias cada vez mayores de una y otra parte. Los norteamericanos, sujetos a un potente lobby israelí, y algunos países europeos –entre ellos, Francia– siguen siendo muy puntillosos con las cuestiones nucleares, mientras que el Irán de Raisi, que incluye a muchos opositores a cualquier apertura económica o política, exige garantías económicas imposibles. La rebelión de las jóvenes estalló en este contexto de desamparo.

Todos quieren simplemente ser libres

Paradójicamente, las jóvenes de 15 a 25 años son el resultado puro de tres valores heredados de la Revolución, que a veces son olvidados por la república islámica: la educación generalizada, el respeto de la libertad de expresión y sobre todo, el espíritu de rebelión. Esta joven generación es poco numerosa porque sus madres suelen tener menos de dos hijos, y no tiene las responsabilidades económicas y sociales de sus padres. Estudiantes, jóvenes desempleados y estudiantes secundarios no están impregnados por los mitos y los recuerdos de una Revolución y una guerra ocurrida hace más de cuarenta años, incluso antes de la caída de la Unión Soviética. Para ellos, llevar el velo islámico –que en 1978 había convencido a las mujeres de extracción popular a unirse en masa a las manifestaciones contra el sah– es una simple reliquia histórica que ha perdido todo su valor “revolucionario” y que ya no se corresponde con las normas morales actuales, incluso en los entornos populares. Todos quieren simplemente ser libres.

En este contexto, el lugar de las mujeres es excepcional. Numerosos estudios sociológicos han demostrado hasta qué punto las iraníes forman un grupo social más “cohesivo” que el de los hombres porque han vivido transformaciones profundas (caída de la fecundidad, educación, lugar en la familia, trabajo…) que el régimen islámico no dejó de combatir a pesar de que era, paradójicamente, su artífice. Así que el levantamiento de las jóvenes marca un giro en la historia de la república islámica, porque marca el final del consenso revolucionario de 1979 que unificaba, a pesar de todo, la vida política del país. Esto no significa que las instituciones vayan a derrumbarse.

Las reivindicaciones y las consignas de las manifestantes (Mujer, libertad, vida) tienen pocos puntos en común con las consignas políticas revolucionarias de sus abuelos y con los problemas económicos de sus padres. La utilización de internet y de las redes sociales crea un mundo virtual que se topa con la realidad de la calle, la sociedad y las instituciones. La revolución de Jomeiní fue hecha con ayuda de minicassettes, pero eran escuchados en los círculos culturales (dowreh) o de vecinos que todavía estructuran a la sociedad iraní “tradicional” de los barrios y los pueblos. De modo que, en muchos aspectos, la ruptura es grande entre esta tercera generación y las dos anteriores, lo que explica a su vez la admiración que suscitó esta rebelión y su fragilidad, con el riesgo de aislamiento y de represión violenta, a pesar del apoyo moral que recibe tanto en el propio país como en el exterior.

En todo el país, muchos jóvenes y adultos de diversos grupos sociales se unieron a la protesta, pero según la información de la que disponemos, la adhesión de la segunda generación de adultos parece limitada, y varias regiones, especialmente en el centro del país, parecen estar poco afectadas por levantamientos que podrían entonces ser fácilmente reprimidos por las fuerzas de seguridad interior (policía y Guardias de la Revolución), que fueron restructuradas en diciembre de 2021. Mutatis mutandis, esto puede traer a la memoria el Mayo del ’68 y recordarnos que el movimiento estudiantil en Francia recién ganó dimensión cuando los sindicatos obreros se unieron a la protesta.

Firmar cuanto antes el acuerdo sobre el programa nuclear

La rebelión de las jóvenes no es un nuevo accidente dramático, sino la prueba de que Irán cambió profundamente. Para acompañar este cambio, parece urgente y realista un cambio de política de parte de Europa y de Francia en particular. En el pasado, Francia y sus socios europeos adoptaron en muchas oportunidades iniciativas constructivas, en especial en 2003, al firmar el primer acuerdo sobre el programa nuclear iraní. Desgraciadamente, aparte de bellas palabras, ni Estados Unidos ni los europeos propusieron acciones concretas, salvo la imposición de nuevas sanciones que tendrán, como ya ocurrió en el pasado, consecuencias inversas al efecto buscado, con el régimen islámico reafirmado en su lógica represiva contra los “agentes extranjeros”. ¿Qué acción política internacional podría ser tan potente como para modificar de manera pacífica y profunda las relaciones de fuerza en la vida social y política iraní y apoyar de ese modo el movimiento de las mujeres? A juzgar por las evidencias, la única respuesta rápida y realista es la firma en Viena de un nuevo acuerdo sobre el programa nuclear que termine con las sanciones económicas impuestas por Donald Trump y que al mismo tiempo confirme que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) controlará el programa nuclear iraní.

Hoy, la segunda generación, la de los jóvenes adultos desalentados por la crisis económica, casi no tiene peso político y no ve qué papel podría jugar en la rebelión de sus hijos. Irán está cerrado con llave. Actualmente no hay casi ningún extranjero residiendo de manera permanente en Irán, ni periodistas ni investigadores, salvo en la cárcel. Cortar internet no plantea entonces ningún problema. ¿A quién le importa un ingeniero desempleado? La pregunta sería diferente si ese hombre, en lugar de estar desocupado, dirigiera una empresa internacional, reactivada en Irán tras el final de las sanciones. ¿O quién podría imaginar que encarcelen a la directora de una empresa europea por no haberse colocado el velo como corresponde? Las cuestiones del empleo de las mujeres, del paternalismo, de los sindicatos vendrían a agregarse a la del hiyab, y traerían nuevas perspectivas para toda la sociedad.

Desde luego, la llegada de capitales le permitirá al gobierno comprar la paz social y beneficiará, como siempre, a las élites corruptas, pero implicaría, sobre todo, darle los medios a la sociedad iraní para liberarse pacíficamente. Lejos de ser un regalo para el gobierno de Teherán, sería un regreso a las esperanzas y dinámicas de 2015, contra las que se opusieron en ese entonces los conservadores que invocaban la “resistencia económica y cultural”. En ese momento se horrorizaron –y todavía se horrorizan– por la perspectiva de la llegada masiva de residentes extranjeros y por la apertura económica, que sería incontrolable, y a la cual le seguirían cambios sociales, culturales y a la larga, políticos.

Desde hace más de un año que se eternizan las negociaciones conducidas por la Unión Europea en Viena. La rebelión de las mujeres iraníes les impone a los europeos, y sobre todo a Francia, adoptar las iniciativas políticas y diplomáticas necesarias para lograr que Irán acepte un nuevo JCPOA durante la próxima sesión de negociación, a principios de noviembre, en Viena. Así, al imponerle al gobierno de Teherán una apertura económica –preludio necesario para otros cambios, para otro consenso nacional–, la rebelión de las jóvenes de la tercera generación no habrá sido en vano.