España

La memoria olvidada del Madrid Islámico

La historia de Madrid comenzó en el siglo IX, cuando los omeyas decidieron construir una línea de fortificaciones en el centro de la Península Ibérica para defender las fronteras de al-Andalus. En estos tiempos de islamofobia, el redescubrimiento deste patrimonio oculto de la capital española se ha convertido en una necesidad.

Madrid. Restos de la muralla islámica del siglo IX en el Parque del Emir Mohamed I
Luis García/Flickr

Entre los chalets de lujo de una zona residencial al norte de Madrid existe una pequeña plaza con el misterioso nombre de «Maslama». Es el único recuerdo que la ciudad tributa a quien fue en otro tiempo el más famoso de sus hijos: Abu al-Qásim Maslama al-Maŷriti, es decir «el Madrileño», matemático, astrónomo y astrólogo, nacido en Madrid en el año 338 de la Hégira (950 de la era cristiana) y muerto en Córdoba en el 398 (1007). Fue, según sus coétaneos, el científico más importante de su tiempo.

Su fama traspasó las fronteras de al-Ándalus y también corrió por la Europa cristiana, aunque en este caso no tanto por su contribución a la ciencia como por un manual de magia que se le atribuía erróneamente, titulado en árabe Gayat al-hakim (La meta del sabio) y en latín Picatrix. En el Madrid actual es un perfecto desconocido. También para los vecinos de la plaza que lleva su nombre. De hecho, es difícil encontrar un repertorio de madrileños ilustres que se remonte más allá del patrón cristiano de la ciudad, San Isidro Labrador, nacido según la leyenda a finales del siglo XI.

Madrid: única capital europea de origen islámico

Sin embargo la historia de Madrid empieza mucho antes, a mediados del siglo IX, cuando los emires Omeyas decidieron construir, al pie de las montañas que atraviesan el centro de la Península Ibérica, una línea de fortificaciones que defendieran las fronteras de al-Ándalus y sirvieran para habitar la región. Una de esas plazas fuertes fue Madrid, llamada en árabe Maŷrit, nombre de etimología incierta y posiblemente híbrido, como lo era la población y la cultura de al-Ándalus. Madrid nació como un hisn o castillo y muy pronto las fuentes empezaron a referirse a ella como madina, ciudad, debido a que se convirtió en un foco de atracción de población civil y en capital de una pequeña comarca. El geógrafo magrebí al-Idrisi escribió en el siglo XII: «Entre las poblaciones con minbar situadas al pie de esas montañas está Maŷrit, ciudad pequeña y fortaleza potente y próspera. Tenía, en tiempos del islam, una mezquita aljama donde regularmente se pronunciaba el sermón».

Existen, en efecto, diversas fuentes árabes que mencionan la existencia y desarrollo del Madrid islámico. Algunas de ellas, como los escritos de al-Idrisi, lo hacen cuando la ciudad ya había dejado de pertenecer a al-Ándalus, pues había sido conquistada y anexionada al reino de Castilla a finales del siglo XI. Pero muchas otras son contemporáneas a la existencia del Maŷrit andalusí y proporcionan no pocos datos sobre la ciudad, sus territorios, sus gobernadores, ulemas y otros habitantes ilustres, así como sobre aquellos de sus paisanos que prosperaron en otros lugares de al-Ándalus o incluso en Oriente y fueron conocidos por el sobrenombre al-Maŷriti, «el Madrileño», como el astrónomo Maslama.

Por contraste, la única fuente cristiana que menciona Madrid antes de la conquista castellana del siglo XI es una crónica del obispo Sampiro de León en la que se relata de pasada cómo el rey Ramiro II de Asturias, en una de sus expediciones contra la tierra de los «caldeos» (modo de referirse a los musulmanes), atacó y destruyó los muros de «la ciudad que llaman Magerit». Magerit es la forma latina y castellana medieval de transcribir el árabe Maŷrit, y origen del actual nombre de la ciudad.

Madrid es la única de las capitales europeas que tiene un origen islámico. De hecho, también como ciudad islámica es más antigua que muchas de las grandes urbes musulmanas actuales. Durante sus primeros dos siglos y medio de existencia, Madrid fue una ciudad situada en el extremo norte del Mundo islámico clásico, que se extendía desde el río Duero hasta el desierto del Sáhara y desde el Atlántico hasta las fronteras de China.

La conquista cristiana de la ciudad

Tras su conquista por el rey Alfonso de León y Castilla hacia el año 1085, la ciudad tuvo aún durante más de cuatrocientos años una minoría musulmana, que dominaba la herrería y las obras públicas y tenía buena relación con las autoridades y la mayoría cristiana. Fueron los Reyes Católicos quienes acabaron con la diversidad religiosa que había caracterizado la Península durante los siglos medievales y que resultaba extraña al Estado moderno que trataban de construir, así como a los ojos de sus nuevos aliados europeos.

Antoine de Lalaing, que acompañó al yerno de los reyes, Felipe de Habsburgo, en su primer viaje a Castilla, cuenta cómo el príncipe quedó impresionado «por la multitud de moros blancos que habitaban las Españas»1 —moro era la forma tradicional española de referirse a los musulmanes—, y que aconsejó a la reina Isabel que pusiera fin a esa monstruosidad, lo que ella hizo para complacerle. Los musulmanes de Madrid, como los de toda Castilla, tuvieron que convertirse al cristianismo en 1502 y cambiar sus nombres de resonancias árabes por otros castellanos.

Aun así, siguieron sobreviviendo bajo la vigilancia de la Inquisición y cuando la Corona finalmente decidió, un siglo más tarde, expulsar de sus reinos a todos los moriscos —descendientes de aquellos musulmanes convertidos—, en Madrid no pudieron hacerlo porque no había modo de encontrarlos. «Tienen muchas personas que los ayudan y cubren», se lamentaban los responsables de aquella expulsión, que pretendía extirpar los últimos restos de al-Ándalus.

Alterización y destrucción de la herencia islámica

Para entender por qué la mayoría de los madrileños lo ignoran casi todo sobre la historia islámica de la ciudad hay que remontarse al emperador Felipe II, nieto de aquel a quien le repugnaban los «moros», que fue quien decidió en 1561 hacer de Madrid la capital de su imperio.

Por aquel entonces, Madrid era una población pequeña, que se beneficiaba de su posición central en la Península ibérica pero carecía del legado histórico monumental que podía esperarse de la residencia de un emperador cuyos dominios abarcaban cuatro continentes. Lo que hicieron entonces fue inventarse el pasado, reconstruirlo desde cero para hacer de Madrid una ciudad más ilustre y antigua que Roma, sede del poder espiritual católico, y que Constantinopla-Estambul, capital del Imperio otomano rival y del antiguo Imperio bizantino, así como sede del cristianismo ortodoxo. Por tanto, el emperador y sus sucesores arrasaron prácticamente todas las construcciones medievales de la ciudad, especialmente aquellas que delataban su pasado islámico. A continuación, se quedaron sin dinero para construir la ciudad monumental con la que soñaban, pero lo que sí hicieron fue reinventarse la historia, remontando los orígenes de Madrid a la mitología griega y a la presencia de celtas, romanos y godos. Dentro de esa narración, los «moros» tenían un papel menor, no como fundadores sino apenas como conquistadores que habían ocupado brevemente la ciudad y que finalmente habían sido expulsados.

La historia de Madrid concuerda así con la idea que la mayoría de los españoles han recibido sobre al-Ándalus, y que hoy en día se sigue transmitiendo en las escuelas y en la cultura popular, por ejemplo través de series de televisión históricas de gran éxito. Desde la época de los Habsburgo, que se presentaban como los grandes defensores del catolicismo frente a los protestantes y frente al islam, el Estado español se ha construido como esencialmente católico y europeo. El surgimiento del nacionalismo moderno en el siglo XIX acabó consagrando la identidad española como opuesta a la figura del «moro».

De hecho, el gran mito fundador de la nación española sigue siendo la llamada «Reconquista», es, decir, la lucha medieval de los reyes cristianos contra el islam, hasta su definitiva erradicación del territorio peninsular. Hoy en día, siguen siendo frecuentes los discursos políticos que agitan la figura de don Pelayo o el Cid —personajes vinculados a la «Reconquista»— como bandera contra la inmigración, contra el multiculturalismo o contra cualquier otra cuestión que se considere amenazadora para la integridad nacional.

Al contrario de lo que ocurre con las otras dos grandes influencias de origen foráneo de la historia española —la conquista romana y las invasiones germánicas—, los ocho siglos de existencia de al-Ándalus tienden a ser considerados no como parte del patrimonio español sino como una larga dominación extranjera, un desgraciado paréntesis en la historia que se cerró definitivamente con la conquista de Granada en 1492 y la expulsión de los últimos musulmanes en 1609. Evidentemente, han existido posiciones más amigables hacia la extensa y evidente influencia andalusí en la cultura española, pero siempre minoritarias. La idea hegemónica sigue siendo la de la «Reconquista».

Por este motivo, no es extraño que entre las casi diez mil denominaciones del callejero de Madrid, solo cuatro recuerden los ochocientos años de historia y civilización andalusí: la discretísima placita de Maslama, en honor al astrónomo, al nombre del cual se ha añadido muy recientemente el sobrenombre al-Maŷriti; una pequeña calle dedicada al filósofo Averroes (Ibn Rushd), seguramente más por su influencia en la Escolástica cristiana que por méritos propios; y, finalmente, un parque que lleva el nombre del Emir Mohamed I, fundador de la ciudad. Este último reconocimiento es algo totalmente inusual y se debe a las circunstancias políticas de finales de los años ochenta y la existencia de un periodo de relativa simpatía hacia el islam, antes de que se impusiera, poco después, la lógica del «choque de civilizaciones». De hecho, las grandes placas en castellano y árabe que se pusieron en su momento en el parque para explicar el origen islámico de la ciudad y que, se dice, estaban orientadas hacia la Meca, desaparecieron algunos años después, ya que se adaptaban mal al espíritu de nuestra época.

A lo largo del último siglo han ido reapareciendo, tozudos, muchos restos del Madrid andalusí, aunque no siempre han sido bien tratados: restos de la milenaria muralla, huellas en el trazado urbano, materiales arqueológicos relacionados con la vida cotidiana… Incluso un inmenso cementerio islámico, cuyos inquilinos siguen allí, mirando hacia la Meca desde los cimientos de las casas que se construyeron sobre las tumbas cuando el islam y sus espacios sagrados desaparecieron formalmente en el siglo XVI. No está señalizado y poca gente conoce su existencia, a pesar de ser el cementerio más antiguo de la ciudad. Junto a los restos materiales existe un patrimonio inmaterial a veces sorprendente. El nombre de la patrona católica de Madrid, la virgen de la Almudena, procede de la denominación árabe de la alcazaba que dio origen a Madrid: al-mudayna, «la pequeña ciudad» o «la ciudadela». De modo aún más asombroso, investigaciones recientes sugieren que el patrón, san Isidro, personaje legendario cuyo origen se sitúa en la época de la conquista cristiana, podría ser en realidad un personaje sincrético creado a partir del recuerdo de un murshid sufí, Yunus al-Azdi, que vivió en los años anteriores a la conquista.

Todo ello es sin embargo muy poco conocido debido a que han sido muy escasas, y generalmente privadas, las iniciativas de visibilización e interpretación de este patrimonio, y menos desde una perspectiva amplia y totalizadora que trate de dar coherencia a materiales dispersos de distinta naturaleza (arqueológicos, documentales, históricos, antropológicos). Hace dos años se creó el Centro de Estudios sobre el Madrid Islámico (CEMI), con la vocación de recuperar y dar a conocer ese legado, así como de promover que los poderes públicos lo protejan, especialmente el Ayuntamiento de Madrid, que es quien tiene el compromiso de poner en valor el patrimonio histórico, artístico y cultural de la ciudad. El CEMI depende de una veterana institución, la Fundación de Cultura Islámica (FUNCI), creada hace más de veinte años por el célebre antropólogo Julio Caro Baroja y el pensador marroquí Cherif Abderrahman Jah con el objeto de preservar y difundir el legado vivo de la civilización andalusí.

En este sentido, la recuperación del legado islámico madrileño cumple una doble función. Por un lado, preservar y dar a conocer una pieza esencial de la historia de la ciudad. Y por otro, algo tan necesario en estos tiempos de islamofobia y rechazo a la diferencia como es contribuir a una percepción de la diversidad como característica propia, constituyente, de Madrid desde su fundación misma. Y no como un fenómeno importado ni reciente. Madrid, que se abrió tarde al cosmopolitismo del que gozan desde hace más tiempo otras capitales europeas, tiene la paradójica riqueza de su origen mestizo. Al Madrid multicultural del siglo XXI le debería interesar mucho redescubrirlo.

1« Monsigneur, estant à Toulette avoecq le roy et la royne, fu adverti de la multitude des blans Mores habitant ès Espaignes. Esbahy du cas […] », in Antoine de Lalaing, Collection des voyages des souverains des Pays-Bas, ed. M. Gachard, t. I, Bruxelles, 1876.