Columna de opinión

La resistencia, un “privilegio de los blancos”

Rusia se enfrenta en Ucrania a una resistencia inesperada que afectará la imagen de sus fuerzas armadas y sus ambiciones en el escenario internacional. Occidente toma al pueblo ucraniano como un modelo de heroísmo, mientras que los movimientos de resistencia nacional en Oriente Próximo son calificados de terroristas. Una posible intervención armada en Irán podría revelar una vez más esa doble moral.

Soldados ucranianos ayudan a la gente a cruzar un puente destruido durante la evacuación de civiles de la ciudad de Irpin, al noroeste de Kiev, el 8 de marzo de 2022
Serguei Supinsky/AFP

Resulta fascinante observar el paroxismo del nacionalismo occidental que genera la crisis ucraniana entre los analistas, los comentaristas militares, los medios de comunicación y las poblaciones. Vale la pena entonces detenerse en varios puntos del discurso europeo para aprender algunas lecciones útiles para Oriente Próximo.

Occidente resiste

En primer lugar, Europa y Occidente siguen estando muy presentes en la Historia. Tras el final de la Guerra Fría, el intelectual norteamericano Francis Fukuyama escribió que, como ideología, el capitalismo liberal occidental le había ganado el combate al comunismo y al marxismo. Tal vez su tesis no sea falsa, pero es prematura: el capitalismo liberal occidental se enfrenta a la amenaza de un capitalismo autoritario acompañado de un hipernacionalismo bajo la forma de dos potencias: la Rusia de Vladimir Putin y la República Popular China de Xi Jinping.

Los errores políticos y militares de Rusia en Ucrania podrían ser el indicador de la derrota y de la próxima caída de una de esas dos potencias, y del containment de la otra. La incapacidad de Rusia para alcanzar victorias significativas y rápidas con un mínimo de pérdidas en ambos bandos hizo que cayeran por tierra sus pretensiones de subirse al estatus de gran potencia.

La potencia militar es un factor clave de la política internacional, pero su utilización implica riesgos que van desde un desempeño lamentable hasta la derrota pura y simple, y si uno u otro suceden, disminuyen el prestigio y la jerarquía de una nación frente a las otras. La impericia de Rusia desde el comienzo del ataque contra Ucrania tal vez no haya alcanzado el nivel de la Guerra de Invierno con Finlandia de 19391. Pero actualmente, frente a los ucranianos, Moscú sigue siendo incapaz de tener en cuenta las dimensiones sociales y logísticas de la situación, y los disparos de reconocimiento resultaron ineficaces para apoyar el avance de su infantería y de sus blindados frente a unidades móviles de élite ucranianas altamente motivadas. Estos reveses no solo son vergonzosos en el terreno, sino que también llevaron al mundo a reconocer que Rusia había sido sobrestimada.

Me arriesgaría a decir que solo quedan dos grandes potencias, a saber, Estados Unidos y la República Popular China. El ejército estadounidense sigue gozando del prestigio y de la admiración que le valieron sus actuaciones durante la operación Tormenta del Desierto en 1991 y durante la rápida invasión y ocupación de Irak en 2003, y su potencia no se ha visto afectada por los resultados finales de estas dos guerras, en particular la debacle en Afganistán de mediados de 2021.

En segundo lugar, la exaltación de la resistencia heroica de Ucrania desmiente la noción de la decadencia de Occidente y demuestra que todos los discursos sobre el retroceso del espíritu y del ardor marcial son exagerados. Si bien el filósofo alemán Oswald Spengler2 ha sido el primero en escribir al respecto, el tema también ha sido abordado por los rusos y los chinos estos últimos años, en mi opinión, de manera exagerada.

Resistente blanco y terrorista moreno

En tercer lugar, una agresión abierta genera una resistencia nacional. Nadie puede dejar de impresionarse ante las reacciones heroicas de los ucranianos frente a un acto de agresión manifiesta. Pero esta exaltación de la resistencia por parte de Occidente también reveló una mentalidad colonial. Es evidente que las resistencias nacionales en Oriente Próximo no reciben el mismo tipo de elogio. Las declaraciones –a veces estúpidas– de los responsables occidentales y los comentarios de los medios de comunicación ponen al descubierto esa doble vara. El marine ucraniano que se sacrificó sobre un puente cerca de Jersón en lo que parecía una misión suicida ha sido alabado hasta más no poder; si semejante acto ocurriera en Oriente Próximo, ¡los medios hablarían de un fanatismo que solo explicarían por la cultura!

Los comentaristas mediáticos incluso se convierten en consejeros militares que les explican a los civiles y militares ucranianos cómo utilizar tácticas de guerra urbana con pequeñas unidades, mientras los responsables de países de Europa Occidental dicen que no ven ninguna objeción a que sus ciudadanos viajen a combatir a Ucrania. Los refugiados ucranianos son bienvenidos en Europa Occidental porque son inmigrantes “calificados” que poseen competencias, pero también son “rubios y tienen ojos celestes como nosotros”, como describió en las redes sociales un observador que no era rubio ni tenía ojos celestes. Antes que nada, esta guerra logró convertir a Ucrania en una nación plenamente europea. Hace 80 años, gran parte de los abuelos de los europeos occidentales consideraban a los ucranianos como simples eslavos de segunda categoría –inferiores– en el límite extremo de Europa. Hoy en día, sus hijos y nietos los aceptaron plenamente como europeos que se les parecen, y los reciben como refugiados, se presentan como voluntarios para servir en el ejército ucraniano o en grupos paramilitares, y hasta los gobiernos les ofrecen armas letales. De modo que, para concretar esa rápida transformación, la guerra surtió más efecto que el devenir de los valores y de las normas comunes.

El ímpetu de simpatía y de apoyo europeo a una guerra de resistencia nacional librada por un “pueblo blanco” trae a la memoria la época de las guerras napoleónicas, al comienzo del siglo XIX, cuando los gobiernos y los pueblos europeos vitoreaban la resistencia nacional del pueblo español, que efectuaba una guerrilla brutal contra los franceses de Napoleón, así como la del pueblo calabrés contra el mismo enemigo. Estas guerras han estado marcadas por atrocidades en ambos bandos. Luego del final de las guerras napoleónicas en 1815, las guerras internas fueron reprimidas despiadadamente en Europa porque estaban asociadas a los levantamientos del proletariado industrial. Desde luego que ha habido excepciones, como la importante simpatía que generaron la guerra de liberación de Italia bajo la dirección del jefe de la guerrilla nacionalista Giuseppe Garibaldi o la fallida leva en masa de los franceses luego de la derrota de las fuerzas convencionales en la guerra franco-prusiana de 1870-1871.

Pero fuera del mundo europeo, donde las potencias coloniales intentan someter a los pueblos morenos, negros o amarillos, las guerras de resistencia nacional han sido consideradas como “fuera de la ley”. La idea de que los pueblos “salvajes” y “semicivilizados” se atrevieran a oponerse a los “beneficios de la civilización” que Europa les brindaba a esas regiones “atrasadas” resultaba totalmente incomprensible.

Y si mañana esto ocurriera en Irán

Por último, a partir de lo visto en la crisis ucraniana, Oriente Próximo puede extraer algunas conclusiones en relación a las guerras de resistencia nacional. Si Irán fuera atacado por sus presuntas transgresiones, ¿su resistencia recibiría el mismo nivel de apoyo que en el caso de Ucrania? ¿El atacante encontraría el mismo nivel de rechazo a su ofensiva militar que Rusia? La respuesta a ambas preguntas es un no inequívoco. ¿Por qué?

Irán no es un país occidental ni europeo, así que no es un país “civilizado”. No es un país cristiano, sino musulmán, lo cual es una condena desde la visión de Occidente. Es cierto que los iraníes son indoeuropeos, pero Irán no es un país “blanco”. No son europeos “como nosotros”, al contrario de la transformación que se ha operado con los ucranianos. La realidad es que el orden internacional está impregnado de la innegable existencia de una jerarquía del color de piel y del “privilegio blanco”, que un observador en Twitter denominó “el pasaporte del color de piel”. Algunos podrían afirmar que existe otra razón que convierte a Irán en un país indeseable: no es una democracia; pero no pienso que la ausencia de democracia sea el verdadero problema y el motivo de la hostilidad occidental. Un ataque contra Irán se volvería legítimo y legal por medio de innumerables justificaciones que serían presentadas ante Naciones Unidas para ser aprobadas antes del lanzamiento del asalto. Irán no tiene aliados ni muchos simpatizantes en el mundo, algo que revela una dimensión importante de la potencia de un país y que los observadores suelen pasar por alto. Desafiar a Occidente es una acción costosa, como acaba de descubrirlo Rusia, y como le ocurriría a China si decidiera anexar Taiwán. Irán es mucho más débil que estas dos potencias, a pesar de que su capacidad de daño en Oriente Próximo dista de ser insignificante. Occidente dispone sobre todo de un enorme poder sobre la economía mundial y puede ejercer represalias con un efecto devastador sobre el país elegido como blanco de su ira.

En caso de confrontación, Irán, por su parte, no estaría en condiciones de librar una guerra de resistencia nacional eficaz. La resistencia nacional frente a un asalto enemigo limitado a ataques aéreos y marítimos requeriría un lazo estrecho y sólido entre el Estado y la sociedad. Pero Irán, a pesar de lo que digan sus dirigentes, tiene grandes dificultades para movilizar a su sociedad en la defensa contra este tipo de agresión exterior: existe un profundo abismo entre la sociedad y el Estado que afecta su cohesión y su resiliencia. En cambio, si una potencia extranjera cometiera el error fatal de emprender una invasión terrestre y una ocupación a gran escala, el nacionalismo iraní podría renacer con fuerza, como lo hizo durante la guerra entre Irán e Irak de 1980-1988.

Gran parte de este abismo es obra del propio régimen iraní. Y respecto a la respuesta del mundo exterior a una eventual agresión, podemos estar seguros de que no leeremos consejos en Twitter sobre la forma de librar una guerra urbana ni escucharemos ninguna clase de elogio a la resistencia iraní. Al contrario, los iraníes serían vituperados por la utilización de prácticas “poco recomendables” y de métodos de resistencia “irracionales”, el mismo tipo de métodos que hoy son aclamados en Ucrania. La resistencia nacional es un privilegio blanco.

1En noviembre de aquel año, tras el fracaso de las negociaciones entre la URSS y Finlandia –Moscú exigía la creación de una zona colchón destinada a proteger Leningrado–, el Ejército Rojo pasó al ataque, pero necesitó más de cuatro meses para vencer a la resistencia del pequeño ejército finlandés.

2Oswald Spengler (1880-1936), conocido por su libro La decadencia de Occidente.