La trastienda del avance de China en Oriente Próximo

Las relaciones entre China y los países árabes son las más fluidas desde la Segunda Guerra Mundial, y no solo en el ámbito económico. Pekín aprovecha la oportunidad, pero no llega a remplazar a Washington. ¿Podrán cambiar la situación los estrepitosos planes de Donald Trump?

Nusa Dua, 15 de noviembre de 2022. El presidente chino, Xi Jinping (centro) conversa con el presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohamed Ben Zayed (izquierda) durante la apertura de la cumbre del G20 en Nusa Dua, en la isla indonesia de Bali.
BAY ISMOYO / POOL / AFP

A la chita callando –salvo aquel acuerdo que patrocinó entre Arabia Saudita e Irán, en marzo de 2023–, China destronó a Estados Unidos y se convirtió en el primer socio comercial de los países árabes de Oriente Próximo y en uno de los principales inversores de la región (el primero o el segundo, en función de los años). Según la Corporación Árabe de Garantía de Inversiones y Créditos a la Exportación (Dhaman), el gigante asiático ahora representa un tercio de las Inversiones Directas Extranjeras (IDE). Hace 17 años, tenía una presencia estimada en… apenas 1 %.

Este ascenso fulgurante es el resultado de una convergencia inédita de las estrategias de todos los actores implicados. Por el lado de China, a los intereses mercantiles clásicos –asegurar su abastecimiento energético y conquistar mercados– se añade la ambición de convertirse en una potencia mundial, apta para reunir a los países del Sur en torno a sus propias normas y valores. Esto se efectúa a través de la Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative, BRI), cuya prestigiosa historia y sus interacciones con el mundo árabe-musulmán son hábilmente adaptadas al presente. Para John Fulton, uno de los grandes especialistas de las relaciones sino-árabes, “China es antes que nada un actor económico con una creciente participación política y diplomática pero todavía con pocos roles en materia de seguridad”. Pekín ya trabaja en ese sentido, aunque de manera discreta.

Sinergia entre Riad, Abu Dabi y Pekín

Para los países del Golfo, y también Egipto, la voluntad de salir de la relación casi exclusiva con Estados Unidos, de desarrollarse a un menor costo y de no limitarse a su función de proveedores de energía constituye un potente impulsor de los lazos con Pekín. Así fue como se asociaron la “Visión 2023” –el grandioso proyecto de transformación de Arabia Saudita imaginado por el príncipe heredero, Mohamed bin Salmán (con frecuencia designado por sus iniciales, MBS)– con la nueva ruta de la seda, diseñada por el presidente Xi Jinping. Lo mismo ocurrió con el plan más discreto conocido como “Visión 2031”, del presidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Mohamed bin Sayed (MBZ). Como escribe la investigadora invitada del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (CEFR) Camille Lons:

Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos se convirtieron en potencias medias de primera clase, motivadas por su ambición de desempeñar un papel en un orden mundial en mutación y en la creciente competencia geopolítica entre China y Estados Unidos.

Justamente, atrás quedó para los estadounidenses la época en que las relaciones entre los países del Golfo estaban estructuradas enteramente por el oro negro. El petróleo “drilled in America” (“extraído en Estados Unidos”), para emplear la expresión del presidente Donald Trump, ahora ha tomado la posta, y Estados Unidos se convirtió en el primer productor del planeta (19,4 millones de barriles por día en 2023 contra 11,4 millones de Arabia Saudita). Por cierto, ya desde el final de su segundo mandato el expresidente estadounidense Barack Obama hablaba de “orientarse a Asia”, no sin preocupar, de paso, a los gobiernos de la región que ya no se sentían realmente protegidos. Sin embargo, Washington no se desprendió de la carta de Oriente Medio y mantiene sus bases y/o sus tropas en los Emiratos, Catar, Baréin, Arabia Saudita, Jordania…

Joe Biden, recibido con parsimonia

China ocupa exactamente la posición inversa. Su apetito de petróleo estructura sus relaciones internaciones, pero es incapaz de movilizar un aparato de seguridad a la estadounidense, a pesar de su base en Yibuti. Así que su presencia la va a imponer recurriendo a los lazos económicos para avanzar sus peones estratégicos. Si bien las relaciones comerciales no datan de ayer, el “giro chino” hacia el Golfo se concretó efectivamente durante el último decenio. En 2016, Pekín publicó su primer libro blanco sobre “la política árabe de China”, que establece cinco ámbitos de cooperación: energía, tecnología, sector aeroespacial, economía y cultura. Seis años más tarde, en diciembre de 2022, Xi Jinping fue recibido en Riad con una puesta en escena grandiosa. Su avión fue “escoltado por cuatro aviones de caza en el cielo saudí, y cuando aterrizó en la pista, fue sobrevolado por otros seis reactores que dejaban una estela roja y amarilla, los colores de la bandera china” (Le Monde, 9 de diciembre de 2022).

Entonces se organizaron tres cumbres: una bilateral, con MBS y sus asesores; otra a nivel regional, con el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), compuesto por las seis monarquías; y por último, una cumbre sino-árabe más amplia que incluía a Egipto, Túnez y Palestina… Se habrían firmado contratos por un monto de 50.000 millones de dólares (47.000 millones de euros), aunque resulta difícil diferenciar los compromisos firmes de las promesas imprecisas. Lo cierto es que, unos meses antes, el 7 de julio de 2022, el presidente estadounidense, Joe Biden, había sido recibido con parsimonia por MBS. Un contraste sumamente impactante. Entre 2016 y 2022, los intercambios comerciales entre China y los miembros del CCG se más que duplicaron. Primero, con Arabia Saudita (125.000 millones de dólares – 119.000 millones de euros), seguido por los EAU (95.200 millones de dólares – 90.700 millones de euros), Omán (40.400 millones de dólares – 38.500 millones de euros), Kuwait (31.500 millones de dólares – 30.000 millones de euros), Catar (24.500 millones de dólares – 23.300 millones de euros), según datos de la Administración de Aduanas y del Ministerio de Comercio de China, así como del Observatorio Francés de las Nuevas Rutas de la Seda.

Como era de esperar, los productos energéticos y petroquímicos ocupan el primer lugar de las importaciones chinas y representan entre el 75 % y el 40 % de las exportaciones de los miembros del CCG hacia China. Las coempresas (sino-saudíes, sino-emiratíes) proliferan, al igual que las inversiones cruzadas: la empresa saudí Aramco se asoció con la china Sinopec en Fujian (China) o es copropietaria con el gigante petroquímico Rongsheng, o la Abu Dhabi National Oil Company (ADNOC) selló una alianza estratégica con la China National Petroleum Company (CNPC).

La mira puesta en los puertos y la inteligencia artificial

Las empresas chinas también participan en la construcción de puertos, que con frecuencia van acompañados de importantes complejos industriales, e incluso inmobiliarios, como la zona económica de Jizán (en el mar Rojo), en Arabia Saudita, con beneficios económicos y fiscales considerables, así como los puertos de Yanbu y de Yeda (mar Rojo), destinados a convertirse en polos comerciales. También cabe mencionar la terminal del puerto de Jalifa, en los EAU, o incluso la inmensa zona económica del Canal de Suez, donde empresas chinas (públicas y privadas) se comprometieron a invertir más de 8.000 millones de dólares (7.600 millones de euros) en los próximos años.

Estas plataformas portuarias e industriales presentan un interés económico para todos, ya que facilitan la conexión entre los países asiáticos, africanos y europeos. Pero también revisten un interés esencial en materia de seguridad para China, ya que el estrecho de Bab el-Mandeb y el Canal de Suez pueden transformarse en cerrojos herméticos para quien los controle. Tal es la pesadilla de Pekín en caso de un enfrentamiento con Estados Unidos, su competidor, dado que dos tercios de sus mercaderías transitan por el mar.

La cooperación económica va más allá de estos sectores tradicionales. También responde a las decisiones estratégicas de los dirigentes del Golfo de utilizar los recursos del petróleo para terminar con su dependencia del petróleo y modernizar sus países. Así, con el apoyo y la pericia de China, número uno en ese ámbito, han visto la luz proyectos vinculados al hidrógeno y a las “energías verdes”. Las empresas chinas participan en los proyectos de energía solar más grandes del mundo: las centrales solares Mohammed bin Rashid Al Maktoum, en Dubái, y la Noor, en Abu Dabi. Se trata de un ejemplo entre otros.

El avance chino más espectacular se produjo en las telecomunicaciones, el e-commerce y la inteligencia artificial (IA). A partir de 2019, Huawei desplegó su red 5G en todas las monarquías del Golfo, en asociación con empresas locales. La empresa de tecnología china, rechazada por los países occidentales, en particular por Washington, que la prohibió, “desempeñó un papel bisagra (…) para la transformación digital de la región”, ya sea en el marco de las “ciudades inteligentes”3, los centros de datos, la biogenética, el reconocimiento facial o… la vigilancia de la población. En septiembre pasado, los Emiratos tendieron la primera red de IA en los países árabes. Desde fines de enero de 2025, Arabia Saudita alberga un centro de almacenamiento de datos cloud para la región construido por el grupo chino Tencent.

Enseñanza del mandarín en las escuelas

Además, Camille Lons asegura:

Algunas de las mejores instituciones y empresas de investigación de IA (…) como la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdalá, en Arabia Saudita, y la Universidad de Inteligencia Artificial Mohamed Bin Zayed (MBZAI), en los EAU, están dirigidas por profesores de origen chino y sino-estadounidense.

El objetivo es trasladar los modelos digitales a la lengua árabe y construir economías innovadoras, en un sector hasta ahora dominado por los grupos estadounidenses (Microsoft, OpenAI, Google, etc.); las empresas chinas intentan adaptarse. No sorprende que los EAU (en 2019) y Arabia Saudita (en 2023) hayan incorporado la enseñanza del mandarín en las escuelas primarias y secundarias.

Para China, la conquista de mercados constituye un resorte importante, pero sería un error quedarse solamente en el aspecto económico. Pekín busca sobre todo compartir, incluso imponer, sus normas tecnológicas, un punto al mismo tiempo ideológico y técnico de la competencia con Estados Unidos. De hecho, todo el mundo sabe que la IA y sus múltiples aplicaciones no son neutras. La competencia entre China y Estados Unidos no proviene, como en la época de la Guerra Fría, de una oposición entre sistemas antagónicos. Ambos son capitalismos (solo que uno es un poco más estatal que el otro). La disputa se juega entre dos concepciones diferentes de un mundo multipolar donde China pretende ganar influencia estratégica, en particular en el sur global.

¿Hacia petroyuanes?

Otro símbolo importante es el comienzo de la utilización de las divisas locales en los intercambios comerciales. Se trata de sumas todavía modestas, pero parecen el comienzo de un posible apartamiento de la moneda única de transacción, el dólar estadounidense. El embargo contra Rusia, desconectada del sistema financiero internacional (SWIFT), preocupó a gobernantes y empresarios, acostumbrados a los petrodólares. Solo se necesita una decisión de Estados Unidos y sus inversiones quedan bloqueadas. Así que los fondos soberanos4]] ]]]]kjfklerjr]]]] empezaron a diversificar sus inversiones hacia el sector inmobiliario y las startups tecnológicas en China.

Acto seguido, y por primera vez, el gobierno chino emitió obligaciones de Estado (deuda soberana) en el mercado financiero de Riad. Tenía la ambición de recolectar 2.000 millones de dólares (1.900 millones de euros), pero las órdenes de compra ascendieron a… 40.000 millones (38.000 millones de euros), una muestra de la confianza de los magnates y de las familias ricas en la economía china, incluso en medio de una desaceleración. Y sobre todo, Pekín demostró que podía convertirse en un actor importante del reciclaje de los famosos petrodólares, hasta ahora en manos de Washington. Así que el sistema financiero internacional podría tambalearse si la lógica fuera llevada al extremo. Pero por el momento, fue solo para dar una señal.

Si bien China teje hábilmente su propia red, Estados Unidos sigue siendo un actor clave, cuando no determinante, en el ámbito militar, estratégico, diplomático y económico. Así, Trump (1er mandato) y luego Biden ejercieron presión sobre MBZ para que redujera el alcance de las inversiones chinas en el puerto de Califa, a pocos metros de las fuerzas norteamericanas en la base área de Al-Dhafra. Para demostrar que no bromeaban, privaron a Abu Dabi de los aviones F-35 y de los drones MQ-9 que los EAU querían adquirir. Además, la empresa de inteligencia artificial emiratí G42, que había sellado acuerdos con BytDance, la casa matriz china de TikTok, tuvo que disolver su asociación para poder trabajar con Microsoft.

“Si hay que elegir un bando…”

No obstante, es poco probable que eso logre detener el cambio en curso. Por un lado, con esta competencia feroz, los dirigentes árabes sacan mejor partido de sus intereses: “No tenemos ninguna intención de elegir un bando entre las grandes potencias”, aseguró hace poco el asesor diplomático del presidente Mohamed bin Zayed. Y hasta incluso pueden ejercer una extorsión sutil para sacar el máximo provecho de ambos competidores.

Por otro lado, China evita coaccionar a los países de la región para elegir su bando mientras trabaja junto a ellos con constancia (en términos diplomáticos). China “cultiva de manera proactiva lazos con los suníes y chiíes, las repúblicas y las monarquías, Irán y los países árabes, y se conforma a las expectativas y las preferencias de las elites dirigentes”, aseguran tres investigadores chinos, Sun Degang, Yang Yingqi y Liu Si. China también articula las relaciones bilaterales y la integración en organizaciones multilaterales.

Así, Arabia Saudita, los EAU, Egipto (igual que Irán) fueron ascendidos al rango de “socios estratégicos globales”, el nivel más alto de la jerarquía diplomática china. Estos países fueron integrados al grupo de los BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y, desde 2023, Etiopía, Egipto, Irán, los EAU y Arabia Saudita), aunque Riad mantiene su reserva y se limitó a enviar solamente a su ministro de Relaciones Exteriores a la última cumbre, en Kazán, el 22 y 23 de octubre de 2024. Los países también son invitados como “socios de discusión” en la Organización de Cooperación de Shanghái, que hace hincapié en la seguridad y la lucha contra el terrorismo, y son partícipes de las iniciativas internacionales formuladas por Xi Jinping para la seguridad mundial y el desarrolloi.

Además, Pekín pregona que China “no tiene intenciones de superar o de remplazar a nadie en la región” (Xinhua, 24 de enero de 2025). Tampoco pretende estar a la cabeza de un clan, al estilo de la disuelta Unión Soviética. El poder chino apoya a los palestinos, reclama una solución de dos Estados y hasta en julio pasado logró reunir en Pekín a todas las facciones (Hamás y Fatah incluidos). Pero siguió fingiendo que no pasaba nada o casi nada con Israel, lo cual no le causa molestias ni a Abu Dabi ni a Riad.

En suma, la política china logra cierto éxito entre una parte de las elites árabes. Su “modelo de ‘paz por medio del desarrollo’, muy diferente del modelo occidental, que acentúa el déficit de democracia o de hegemonía”, sería “clave para la resolución de los conflictos en el Golfo”, aseguran Sun Degang, Tang Tingqi y Liu Si. Pero lo cierto es que no vemos ningún señal de ello, salvo el acercamiento (frágil) entre Irán y Arabia Saudita.

En cambio, la imagen de China, si bien perdió mucho brillo en Occidente, ha ganado más lustre en Oriente Próximo. Como explican los investigadores universitarios Deakin, Shahram Akbarzadeh y Arif Saba, su “ambicioso plan de proyección de soft power explota su peso económico y promueve los valores asociados a un Estado fuerte y a la estabilidad social”, muy apreciados por los regímenes autoritarios del Golfo. Y su “sistema político también es considerado como atractivo”.

Siempre hay que desconfiar de las encuestas, pero ambos investigadores demuestran que, si bien el 65 % de los encuestados de Arabia Saudita y el 63 % de los EAU estiman que es mejor mantenerse neutros en el enfrentamiento chino-estadounidense, el 29 % de los saudíes y el 26 % de los emiratíes se volverían hacia China a la hora de elegir un bando, contra respectivamente el 6 % y el 11 % a favor de los Estados Unidos. ¡Extraordinario vuelco de la historia… que no es el fin de la historia! Por el momento, Washington sigue manteniendo importantes armas de convicción (petróleo, ejército, dólares…) y un gran poder de negociación. La brutalidad de Donald Trump, sin embargo, podría fragilizar la posición estadounidense.

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Traducción del francés por Ignacio Mackinze

1La “ciudad inteligente” o smart city es un concepto de desarrollo urbano que plantea la utilización de las nuevas tecnologías para mejorar la calidad de los servicios y reducir los costos.

2Fondo Público de Inversiones de Arabia Saudita (Public Investment Fund, PIF): 925.000 millones de dólares de activos (881.000 millones de euros); Autoridad de Inversiones de Abu Dabi (Abu Dhabi Investment Authority, Adia): 1,1 billones (1,048 billones de euros); Autoridad de Inversiones de Kuwait (Kuwait Investment Authority, KIA) : 970.000 millones de dólares (924.000 millones de euros); Autoridad de Inversiones de Catar (Qatar Investment Authority, QIA): 520.000 millones de dólares (495.000 millones de euros).

3La “ciudad inteligente” o smart city es un concepto de desarrollo urbano que plantea la utilización de las nuevas tecnologías para mejorar la calidad de los servicios y reducir los costos.

4Fondo Público de Inversiones de Arabia Saudita (Public Investment Fund, PIF): 925.000 millones de dólares de activos (881.000 millones de euros); Autoridad de Inversiones de Abu Dabi (Abu Dhabi Investment Authority, Adia): 1,1 billones (1,048 billones de euros); Autoridad de Inversiones de Kuwait (Kuwait Investment Authority, KIA) : 970.000 millones de dólares (924.000 millones de euros); Autoridad de Inversiones de Catar (Qatar Investment Authority, QIA): 520.000 millones de dólares (495.000 millones de euros).