Economía

Los países del golfo Pérsico se desviven por los capitales extranjeros

Fondos soberanos, inversiones extranjeras, endeudamiento discreto de las empresas petroleras y hasta venta de acciones: los países del Golfo buscan dar un golpe ganador que les permita atraer capitales extranjeros, esenciales para diversificar la economía regional más allá de la renta petrolera.

En el Mercado Financiero de Dubái (DFM)
Marwan Naamani/AFP

De cara a la salida a bolsa de la Autoridad de Electricidad y Agua de Dubái (Dubai Electricity and Water Authority, DEWA), el jeque Mohammed bin Rashid Al Maktum, mandatario del emirato de Dubái, capital económica de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), hizo el “road show” en persona. “Invertir en DEWA es invertir en el futuro de Dubái”, aseguró Al Maktum. Esta muestra de interés por la cotización bursátil de la empresa pública que abastece de agua y electricidad a los 3,4 millones de habitantes del emirato es la última señal hasta la fecha de la voluntad del emirato de reactivar el mercado financiero de Dubái (DFM). Siguiendo los pasos de Abu Dabi y de Riad, donde se han multiplicado las salidas a bolsa, Dubái se vale de su bolsa de valores como un medio privilegiado para alentar el flujo de capitales extranjeros.

La salida a bolsa en octubre de 2021 de la empresa de energía saudí ACWA Power ilustra la relación, a veces abstracta, que existe entre los mercados bursátiles del Golfo y el financiamiento de las empresas locales. Durante su salida, la empresa recaudó 1.200 millones de dólares vendiendo parte de sus acciones, y el accionario principal, el fondo soberano saudí Public Investment Fund (PIF), aprovechó la oportunidad para reducir su participación y reorientar sus capitales al financiamiento de otros proyectos. La salida a bolsa de una creciente cantidad de empresas en los índices bursátiles del Golfo, en particular en Arabia Saudita, ofrece una estrategia de salida clara a los inversores de primera hora, cuya presencia es fundamental para el lanzamiento de proyectos empresariales. Para los financiadores, también representa una oportunidad para invertir al detalle en la economía regional.

Sin embargo, hasta ahora las bolsas del Golfo funcionan en circuito cerrado porque no logran seducir a los compradores extranjeros. Más de la mitad de las empresas que cotizan en el Tadawul (la bolsa de valores de Arabia Saudita), la bolsa de Abu Dabi y el Dubai Financial Market registraban menos de 5% de participación extranjera a fines de 2021. La mayoría de las acciones están en manos de entidades estatales, inversores y ciudadanos de los seis países del Consejo de Cooperación del Golfo. Esta falta de interés de parte de los inversores internacionales se explica en parte por la escasa capacidad de innovación y de expansión internacional de la mayoría de las empresas del Golfo, por índices bursátiles poco diversificados y poco representativos del sector no petrolero de las economías regionales y por el hecho de que muchos de los grandes conglomerados familiares que dominan la economía fuera del sector de los hidrocarburos no cotizan en bolsa, como tampoco lo hacen las pequeñas y medianas empresas.

Las empresas del sector petroquímico y del sector bancario representan cerca del 60% del peso del índice bursátil Tadawul”, analiza Mazen al-Sudairi, responsable de investigación en Al Rajhi Capital, en Riad. Las grandes empresas públicas que constituyen la base de las plazas bursátiles del Golfo “pueden ser interesantes” para los fondos de gestión pasiva extranjeros, pero “no tienden a generar interés entre los gestores activos, que temen que los intereses del Estado primen sobre sus propios intereses como accionarios minoritarios”, comenta Hasnain Malik, director de la estrategia “mercados emergentes y fronteras” en Tellimer, un proveedor de datos sobre los mercados emergentes.

Ofrecer un entorno atractivo para los inversores

Los países de la región aspiran a que los gerentes de los fondos de inversión internacionales agreguen los valores que cotizan en las bolsas del Golfo a sus carteras de acciones, así que redoblan la apuesta para que sus economías se vuelvan más atractivas para las empresas extranjeras atraídas por inversiones en especie: por ejemplo, abrir una joint venture (empresa conjunta) o una fábrica, lanzar un nuevo producto o radicar una sede central regional a equidistancia de los mercados africanos y asiáticos. Para acrecentar una imagen que ya es considerada liberal en relación con los estándares regionales y convencer a las empresas –y también a las personas de fortunas colosales– de establecer su residencia en las orillas del golfo Pérsico, los Emiratos Árabes Unidos lanzaron un plan de reformas sociales durante la crisis de covid-19 que incluyó la democratización de las visas de residencia de larga duración, la despenalización de las relaciones consensuales fuera del matrimonio e incluso la creación de un tribunal para tratar los asuntos familiares no musulmanes.

En Arabia Saudita, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, que compite en materia de atractivo con los Emiratos Árabes Unidos, y en particular con Dubái, intenta hacer olvidar la versión ultra rigorista del islam que el reino propagó por el mundo durante décadas y presentar una nueva Arabia Saudita ante el mundo y los inversores extranjeros. Los cambios sociales simbolizados por el otorgamiento a las mujeres del derecho a conducir y el desarrollo de una oferta de entretenimientos adornada con las lentejuelas de la globalización marcan el comienzo de una nueva era que prioriza el potencial de consumo que representa la juventud saudí. El reino también modernizó su cultura comercial, que en otra época era inflexible. Según el ministro de Inversiones, Khalid al-Falih, se han revisado más de la mitad de las 400 reglamentaciones relativas a las inversiones directas extranjeras con el objetivo de acrecentar el interés de los inversores extranjeros por la primera economía del mundo árabe. Para los próximos diez años, Khalid al-Falih anunció un total de inversiones “superior a los 3 billones de dólares” (2,65 billones de euros). Un objetivo ambicioso. Desde la creación en 2016 del Programa de Transformación Nacional, Arabia Saudita “no solo no cumplió sus objetivos, sino que retrocedió en relación al punto de partida” en materia de inversiones extranjeras, analiza Bloomberg.

El flujo actual de capitales extranjeros se mantiene limitado en parte por la necesidad de realizar mayores esfuerzos para proteger los derechos de propiedad intelectual, resolver las violaciones existentes y garantizar a los inversores un acceso a una justicia transparente e independiente del poder establecido. “Las medidas que deben tomarse para aumentar las inversiones son la transformación digital, la implementación de una política comercial centrada en las exportaciones para mejorar el acceso a los principales mercados, y garantizar un proceso consultivo para las reformas reglamentarias y la formulación de normas”, agrega Steve Lutes, vicepresidente para los negocios en Oriente Medio en la Cámara de Comercio de Estados Unidos. Otro freno es la prohibición de que los extranjeros posean el 100% de la participación de una empresa registrada en los países del Golfo, con la excepción de los Emiratos Árabes Unidos, que ahora autoriza la propiedad plena en muchos sectores de actividad.

“Invertí sumas importantes, pero según el sistema de la kafala, sigo siendo un simple empleado bajo el patrocinio de un catarí, que es el accionario mayoritario […] Muchas empresas quieren invertir en el Golfo, pero muchas terminan abandonando el proyecto porque quieren hacer negocios sin la tutela de un patrocinador”, comentaba en enero de 2020 Sayed Ali Zakir Naqvi, un empresario pakistaní que dirige una flota de taxis Uber en Catar. Además, los países del Consejo de Cooperación del Golfo se niegan a homologar sus prácticas comerciales, lo que priva a los inversores extranjeros de la posibilidad de acceder a la región bajo la forma de un mercado único de 60 millones de consumidores.

Ciudad futurista, rentabilidad incierta

Además de los esfuerzos a nivel nacional para crear las condiciones propicias para el desarrollo orgánico de estructuras sociales y económicas más atractivas para los inversores extranjeros, la región –y sobre todo Arabia Saudita– apuesta a una oferta de megaproyectos estatales. A Neom, una ciudad futurista que actualmente solo existe en Power Point, la presentan como un lugar donde pueden invertirse cerca de 500.000 millones de dólares de capital (440.000 millones de euros). Sin embargo, los críticos dudan de la rentabilidad del proyecto y lo definen como megalómano, al igual que la experiencia fallida de la Ciudad Económica Rey Abdalá, que sucumbió en el olvido incluso antes de su lanzamiento. Para suscitar interés por los megaproyectos entre los inversores, Riad les aplica un toque verde para atraer flujos de capitales destinados a proyectos que cumplen con los criterios medioambientales, sociales y de buenas prácticas (ESG, según sus siglas en inglés).

Pero ante la cautela de los inversores extranjeros, el Reino debe resignarse a la evidencia: diversificar la economía local dependerá antes que nada del despliegue de capitales saudíes. Así, el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán anunció que en el marco del programa Shareek (Asociado) participaron veinticuatro empresas del sector privado, incluido el gigante petrolero Saudi Aramco y la empresa petroquímica SABIC. Objetivo: recortar los dividendos de los accionarios e inyectar en su lugar 1,3 billones de dólares en la economía saudí durante los próximos diez años. Según Scott Livermore, economista en jefe en Oxford Economics Oriente Medio, plegarse hacia el interior y “no depender de las inversiones directas extranjeras también puede reducir el riesgo a la hora de cumplir algunos objetivos del programa Saudi Vision 2030”. Se trata de una participación voluntaria anunciada que, teniendo en cuenta las prácticas empleadas en el país en el pasado, deja planear la sospecha de que las empresas podrían haber sido forzadas a invertir en megaproyectos sin relación directa con su sector de actividad. La iniciativa se inscribe en el marco de un vasto plan de inversiones de 3,2 billones de dólares (2,8 billones de euros) y cuenta con la participación del Public Investment Fund. El fondo soberano se compromete a inyectar 40.000 millones de dólares por año en la economía saudí hasta 2025, a pesar de que las tasas de rendimiento de los capitales invertidos a nivel local son actualmente menos elevadas que las tasas para las inversiones en los mercados bursátiles o inmobiliarios en el exterior. Los inversores extranjeros no pasan de soslayo este dato, y tienen motivos para dudar del verdadero potencial de rentabilidad de los proyectos lanzados por el príncipe heredero saudí.

En paralelo a resignarse a movilizar sus propios capitales, los países del Golfo aceptan apostar su mejor carta, las empresas petroleras, para convencer a los inversores extranjeros. Esas empresas –sobre todo Saudi Aramco y la empresa petrolera nacional de Abu Dabi en los Emiratos Árabes Unidos–, listas para proveer las últimas gotas de petróleo que consuma el mundo, son vehículos propicios para atraer inversiones extranjeras. En 2021, las empresas energéticas del Golfo emitieron 30.500 millones de dólares de deuda (27.000 millones de euros), el nivel más elevado en por lo menos 25 años. La cifra recuerda con violencia que, para los inversores extranjeros, las economías árabes del Golfo siguen estando asociadas antes que nada al potencial largo plazo que ofrecen sus sectores energéticos y a la fuerte rentabilidad del capital invertido en las empresas petroleras nacionales.