
Al igual que el presidente norteamericano George W. Bush, que lanzó a sus fuerzas armadas al asalto de Irak en 2003, Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, inculpado por la Corte Penal Internacional (CPI) por crimen de guerra y crimen contra la humanidad, aspira — mucho más allá de Irán — a “volver a trazar el mapa de Oriente Próximo”. Si los neoconservadores pensaban que la toma de Bagdad abriría una era democrática en toda la región, los dirigentes de Tel Aviv creen librar un combate apocalíptico contra “el Mal”, so pretexto de defender la llamada “civilización judeocristiana”. Pero esta nueva agresión israelí alimenta las llamas de conflictos que harán que la región y los países se vuelvan invivibles. Israel se jacta de librar una guerra en “siete frentes”: Gaza, Líbano, Cisjordania, Irak, Irán, Yemen y Siria; podría agregar Jerusalén Este, donde se intensifican la expansión de las colonias y la confiscación de las propiedades palestinas.
Irán es el blanco principal de los ataques recientes, con la excusa falaz de la amenaza nuclear, tan engañosa como las presuntas armas de destrucción masiva disimuladas por Sadam Huseín. Los bombardeos israelíes ocurren mientras se desarrollaban las negociaciones entre Washington y Teherán, con mediación de Omán, en torno al programa nuclear iraní y el levantamiento de las sanciones económicas. De modo que, por segunda vez, Israel sabotea una salida diplomática.
Ya en mayo de 2018, alentado por Netanyahu, Donald Trump había retirado a los Estados Unidos del tratado nuclear iraní firmado tres años antes, avalado por dos resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Acto seguido, el presidente estadounidense intensificó las sanciones contra Irán, que, de hecho, eran mucho más duras que las instauradas hasta el año 2015. Las nuevas sanciones penalizaban a cualquier empresa que hiciera negocios con el país, fuera norteamericana o no, prohibiendo de facto a Teherán vender su petróleo y sus productos petroquímicos. Fue un estrangulamiento progresivo de un país miembro de las Naciones Unidas, con medidas ilegales que suscitaron muy pocas reacciones de parte de la “comunidad internacional”. Respecto de la idea de que Irán estaba en vísperas de poseer un arma nuclear, basta con reproducir algunas declaraciones retomadas complacientemente por los medios de comunicación para darse cuenta de que ese fantasma no es para nada nuevo [ver recuadro más abajo].
Inversión de la culpabilidad
Desde hace varios decenios, Teherán es presentado de manera invariable como la principal amenaza para la estabilidad en Oriente Próximo, tanto por sus ambiciones en materia de energía nuclear como por la naturaleza islámica de su régimen. Hemos escuchado una y otra vez a Benjamín Netanyahu insistir con esa afirmación, incluso ante la Asamblea General de la ONU, mientras llevaba a cabo una campaña de limpieza étnica en Gaza y bombardeaba las ciudades y pueblos del sur de Líbano y barrios enteros de Beirut. Si bien esa retórica es la misma que sostiene desde hace mucho tiempo Arabia Saudita, la reacción de Riad –primera capital en denunciar la ofensiva israelí– y, luego, la de los otros países del Golfo, enfatiza la aspiración de los países de la región a la estabilidad. ¿Quién tendría la ingenuidad –por no decir la mala fe– de creer que ese papel de amenaza regional es otro Estado de la región si no Israel?
Esta amenaza israelí es incontrolable sobre todo porque –¡oh sorpresa!– recibe el respaldo, sin ningún tipo de matiz, de las cancillerías occidentales. Así se cierra el paréntesis que acababa de abrirse cuando se criticaba a Tel Aviv por el genocidio que realiza en Gaza desde hace 20 meses; desaparece el capricho de trazar algún tipo de línea roja contra los dirigentes israelíes, aunque con frecuencia solo se traducía en la incriminación de Benjamín Netanyahu, para preservar la inocencia israelí, mientras las fuerzas políticas del país y gran parte de la opinión pública apoyaban su política en Gaza. La sagrada unión occidental está de regreso, y ahora invoca otra vez el famoso “derecho de Israel a defenderse”, en plena violación del derecho internacional.
Por otra parte, el programa nuclear israelí y la negativa categórica de Tel Aviv a un control del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) jamás conmovieron a los dirigentes occidentales. En su conferencia de prensa del viernes 13 de junio, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, no le dedicó ni una sola palabra a las víctimas civiles iraníes, cuando la cantidad de muertos se eleva hasta el momento a 224, y en cambio sugirió que solo las instalaciones militares y nucleares habían sido blanco de los ataques de Israel. El colmo de la inversión de la culpabilidad fue cuando le atribuyó a Irán la “pesada responsabilidad de la desestabilización de toda la región”. Parecía la ex primera ministra israelí Golda Meir, cuando les reprochó a los “árabes” obligar a los israelíes a “matar a sus hijos”.
Mientras duren los bombardeos israelíes, una amenaza mucho más pesada se cierne sobre la población civil iraní, así como sobre los países de la región: la de una catástrofe nuclear y ecológica. El viernes 13 de junio, el sitio de enriquecimiento de uranio de Natanz, situado entre las ciudades de Isfahán y Kashan, fue blanco de bombardeos israelíes. Una situación que el director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi, calificó de “extremadamente preocupante”. Si la hambruna organizada en Gaza casi no inmuta a los dirigentes occidentales, ¿reaccionarán ante el riesgo de radiación en las poblaciones de Oriente Próximo?
Hacer olvidar Gaza
Al abrir este nuevo frente, Israel confirmó la ruptura con su doctrina militar estratégica, que recomendaba guerras cortas y contra una cantidad limitada de adversarios. Hoy en día, no busca el fin de las hostilidades sino su prolongación, incluso violando los acuerdos ratificó. Así, Tel Aviv firmó un texto de alto el fuego con Líbano que entró en vigor el 27 de octubre de 2024. A pesar de eso, sigue ocupando parte del territorio y, entre esa fecha y el 3 de abril de 2025, cometió 1500 violaciones del alto el fuego, sin que Francia, que participa en la supervisión del acuerdo, haya levantado la voz.
En Gaza, la tregua entró en vigor el 19 de enero y permitió la liberación de numerosos rehenes y de centenares de prisioneros políticos palestinos. Pero el 18 de marzo, Israel la infringió y reanudó unilateralmente los bombardeos, lo que revela la poca importancia que les atribuye a los rehenes. En esa ocasión tampoco protestaron Estados Unidos ni los occidentales, sino que culparon a Hamás. No es insignificante que el ataque contra Irán haya sido lanzado 48 después de un blackout total en Gaza, es decir, un corte de todos los medios de telecomunicación tras un ataque israelí a un cable de fibra óptica. Aislada del mundo, Gaza, que a duras penas comenzaba a recuperar el lugar que le corresponde dentro de la cobertura mediática, ahora desapareció de los titulares, y el genocidio continúa fuera de la atención del mundo. Durante los tres días que duró el blackout total, el ejército israelí mató a hombres, con frecuencia jóvenes, que iban en busca de ayuda humanitaria en el corredor Netzarim para alimentar a sus familias, víctimas de la hambruna organizada. Su sangre se mezcló con el polvo blanco vital que se derramaba de las bolsas de harina. Entre ellos estaba Obeida, el sobrino de nuestro corresponsal Rami Abu Jamus. Tenía 18 años.
Si bien esta voluntad de Netanyahu de librar una guerra sin fin contiene una dimensión personal — el temor a una sentencia por sus juicios por corrupción y a una comisión de investigación sobre sus responsabilidades personales en el fracaso del 7 de octubre de 2023 —, sería erróneo limitarse a esa lectura. Netanyahu no apunta a hacer emerger un Oriente Próximo democrático, como habían soñado los neoconservadores norteamericanos, sino a sembrar el caos para impedir el surgimiento de cualquier Estado o fuerza estructurada capaz de resistir en el entorno de Israel.
El comportamiento del primer ministro israelí en Siria es significativo. Tel Aviv aprovechó la caída del régimen de Bashar al-Ásad no solo para extender el territorio que ya ocupa ilegalmente en el Golán, sino para atizar las tensiones internas, bombardeando regularmente el territorio e intentando tejer alianzas con las “minorías”, ya sean drusos o alauitas, para impedir la reconstitución de un Estado sirio estable. Netanyahu también retoma la vieja estrategia de la alianza de las “minorías” que siempre ha distinguido, al menos en parte, a la política israelí, sobre todo en Líbano durante la guerra civil (1975-1989), a través la alianza con grupos maronitas. Su objetivo es claro, y lo explicita Michael Young, redactor en jefe del blog Diwan, en una columna publicada el 16 de enero de 2025 en L’Orient-Le-Jour:
Para los israelíes, la fragmentación de Siria y de los países árabes circundantes sería un logro. No solo garantizaría la debilidad de los vecinos de Israel, sino que también significaría, en el caso de Siria, que no haya un gobierno creíble para cuestionar la anexión ilegal de los Altos del Golán. Los Estados árabes debilitados también abren otras puertas, en especial, la que permite que Israel proceda a una limpieza étnica de la población palestina empujándola hacia los países vecinos, sin toparse con gran resistencia. Esas serían las ventajas de una partición del país según las líneas etnoconfesionales, que permitirían a los israelíes establecer zonas colchón cerca de sus propias fronteras o zonas de influencia en otras partes.
Un Oriente Próximo caótico y dividido en el que reinaría un Estado abiertamente liberado del derecho internacional, esa es la promesa de Israel, cuyos aliados occidentales se aseguran de proveerle los recursos para ponerla en marcha.
Anthony Cordesman y Khalid Al-Rodhan son dos investigadores que, en su libro publicado en junio de 2006, Iran’s Weapons of Mass Destruction: The Real and Potential Threat, hacen un inventario de las previsiones de los servicios de inteligencia y de las autoridades sobre el plazo que le llevaría a Irán ser capaz de acceder al arma nuclear. Los ejemplos siguientes fueron informados por Alain Gresh en su blog Nouvelles d’Orient hace ya casi 20 años.
Fines de 1991: informes presentados al Congreso y evaluaciones de la CIA estiman que existe “una fuerte probabilidad de que Irán haya adquirido todos o prácticamente todos los componentes necesarios para fabricar entre dos y tres bombas nucleares”. Un informe de febrero de 1992 para la Cámara de Representantes sugiere que esas dos o tres bombas serían operacionales entre febrero y abril y de 1992.
24 de febrero de 1993: el director de la CIA, James Woolsey, afirma que Irán estaba a ocho o diez años de ser capaz de producir su propia bomba nuclear, pero que, con ayuda exterior, podría convertirse en una potencia nuclear en un plazo más breve.
Enero de 1995: el director del organismo estadounidense para el control de armas y el desarme, John Holum, testifica que Irán podría tener la bomba en 2003.
5 de enero de 1995: el secretario de Defensa, William Perry, afirma que Irán podría estar a menos de cinco años de construir una bomba nuclear, aunque “la rapidez… dependerá de cómo trabajan para conseguirla”.
29 de abril de 1996: el primer ministro de Israel, Shimon Peres, afirma que “dentro de cuatro años, [Irán] podría tener armas nucleares”.
21 de octubre de 1998: el general Anthony Zinnym, jefe del US Central Command, afirma que Irán podría tener la capacidad de enviar bombas nucleares dentro de cinco años. “Si tuviera que hacer una apuesta, diría que serán operacionales dentro de cinco años y que tendrán las capacidades”.
17 de enero de 2000: Una nueva evaluación de la CIA sobre las capacidades nucleares de Irán afirma que la CIA no excluye la posibilidad de que Irán ya posea armas nucleares. La evaluación se basa en el reconocimiento por parte de la CIA de que no es capaz de seguir con precisión las actividades nucleares de Irán y por lo tanto no puede excluir la posibilidad de que Irán tenga el arma nuclear.