En la década de 1920, los palestinos realizaron numerosas rebeliones contra las colonias judías. Una de las más importantes fue la “sublevación de Buraq”1, en referencia al muro oeste de la mezquita Al-Aqsa, llamado “muro de Buraq” por los musulmanes y “muro de los lamentos” por los judíos. El levantamiento se produjo en reacción al intento de apropiación del muro por parte de los judíos, que ya no se contentaban con el simple derecho de visita y de plegaria.
Contrariamente a las anteriores, en esta revuelta participó la mayoría de las ciudades palestinas, así como numerosos pueblos e incluso colonias israelíes, y dejó un saldo de varias centenas de muertos y de heridos, tanto entre los árabes como entre los judíos. Los británicos la sofocaron a duras penas, con importantes refuerzos de aviones y vehículos blindados, y movilizando sus unidades militares situadas en el exterior.
Tras esa revuelta, el combate del pueblo palestino se orientó más contra el sistema de ocupación británico que contra las unidades de poblamiento sionista (los yishuv). En efecto, el liderazgo del movimiento nacional palestino había perdido toda esperanza de ver un cambio de posición del Reino Unido en relación a la declaración Balfour y el proyecto de un “hogar nacional judío”. En octubre de 1933, en varias ciudades palestinas, sobre todo Jerusalén y Jaffa, estallaron levantamientos contra las autoridades británicas en protesta a su inacción ante el armamento de las organizaciones sionistas y la inmigración judía en Palestina. Esas movilizaciones, así como la gran manifestación del 21 de noviembre de 1935 en Haifa2, dieron lugar a la huelga general del 20 de abril de 1936 convocada por un comité nacional de Nablus. Esa convocatoria también fue posterior al asesinato de cuatro palestinos, incluida una mujer en Jaffa, por colonos judíos. Eso marca el inicio de la revuelta de 1936-1939.
Temiendo que el liderazgo de la huelga general quedara en manos de los comités locales que se encontraban en el terreno y por lo tanto que el rol de los partidos políticos palestinos se volviera marginal, los jefes de los partidos se reunieron el 25 de abril de 1936 y anunciaron la formación del Alto Comité Árabe, presidido por el muftí de Jerusalén, Mohamed Amin al-Husayni. Ese comité llamó a continuar con la huelga general hasta que las autoridades británicas aceptaran las demandas del movimiento nacional árabe, a saber: interrupción total de la inmigración judía; prohibición de la apropiación de las tierras por parte de los judíos, y formación de un gobierno nacional responsable ante un parlamento.
Las autoridades británicas emplearon varias maniobras para aplacar la revuelta, como la instauración del estado de emergencia y la movilización de unidades militares provenientes de Malta y del Reino Unido. Pusieron en práctica castigos colectivos contra los habitantes de ciudades y pueblos palestinos, bombardeando casas y percibiendo impuestos. Así, destruyeron la ciudad vieja de Jaffa, donde se habían refugiado los revolucionarios palestinos, y detuvieron a miles de revolucionarios árabes. Decenas de ellos fueron condenados a muerte.
Las autoridades mandatarias apoyaron la formación de “grupos de paz”, unidades armadas compuestas de palestinos que se oponían a al-Husayni. También legitimaron la existencia de la Haganá, una organización paramilitar sionista que nació a comienzos de la década de 1920 bajo la forma de grupos de autodefensa dentro de los yishuv.
La intifada de diciembre de 1987 por la libertad y la independencia
La primera vez que se utilizó la palabra “intifada” para designar un momento de revuelta palestino fue durante las manifestaciones de febrero y marzo de 1969. El movimiento tenía la particularidad de contar con una enorme participación femenina, y marcó el inicio de la utilización de pedradas contra el ejército israelí. Luego de que una gran marcha organizada por las fuerzas nacionales, sindicales, obreras, profesionales y feministas partiera tras la plegaria del Eid desde la mezquita de al-Aqsa, en Jerusalén, las mezquitas fueron vistas como lugar de reunión y de movilización durante la rebelión. En la marcha participaron más de 3.000 personas.
La importancia de esa revuelta reside en el hecho de que permitió que los palestinos recuperaran la confianza en ellos mismos y en su capacidad para enfrentar la ocupación israelí luego de la derrota de junio de 1967. También marcó el inicio de la colaboración entre las fuerzas vivas de la resistencia en Cisjordania y en la franja de Gaza. Se extendió a lo largo de dos décadas, hasta dar lugar a la intifada de diciembre de 1987, que permitió desplazar el centro de gravedad de la resistencia nacional palestina –hasta entonces concentrada en el exterior a partir del surgimiento de la resistencia armada a mediados de la década de 1960– hacia el interior de los territorios ocupados. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) volvió a estar en primer plano después de haber perdido en el verano de 1982 su “base segura” durante la invasión de Beirut por Israel, que había derrotado a la resistencia armada y la había obligado a retirar sus fuerzas de esa ciudad.
La rebelión también obligó a Jordania a renunciar al control de Cisjordania el 31 de julio de 1988 y a disolver los lazos legales y administrativos entre las orillas este y oeste del río Jordán. Alentó además al Consejo Nacional Palestino a declarar unilateralmente la independencia de Palestina y a adoptar la iniciativa de paz durante su 19a sesión celebrada en Argel a mediados de noviembre de 1988. El Mando Nacional Unificado de la intifada hacía hincapié en sus objetivos de libertad y de independencia, centrándose en los territorios ocupados de 1967 –separados del territorio de 1948 por la “línea verde”–, que se convirtieron en su zona de intervención. Esa primera intifada se distinguió por su carácter popular y democrático, a tal punto que en ella participaron todas las clases sociales palestinas. También estaba muy organizada, y a pesar de haber optado por una resistencia no armada, logró aislar al ejército israelí y alimentar una oposición a las políticas de ocupación, así como condenar a las autoridades de Tel Aviv a un aislamiento internacional seguro.
Sin embargo, la segunda parte de esa intifada (primavera boreal de 1989 – verano de 1990) estuvo marcada por los conflictos internos, no solo entre los miembros de la OLP y los del movimiento islamista Hamás, sino también en el interior de la OLP misma. En efecto, surgieron disensos en torno a la gestión de la intifada, que experimentó una burocratización a ultranza luego de la creación de varias decenas de instituciones y de comités financiados con dinero proveniente del exterior.
Asi, cuando Irak invadió Kuwait el 2 de agosto de 1990, el mando de la OLP se encontraba en plena crisis política. La iniciativa de paz estaba en un punto muerto, en particular después de la suspensión de las negociaciones por parte de Estados Unidos, so pretexto de que el mando de la OLP se había negado a condenar una operación kamikaze cometida por una de sus facciones. Por otra parte, la intifada no logró transformarse en un movimiento de desobediencia civil global capaz de lograr nuevas conquistas políticas. Al mismo tiempo, desde las antiguas repúblicas del bloque soviético llegaban nuevas olas de inmigración judía.
Por su parte, los países árabes se dividieron luego de la invasión de Kuwait por Irak, y por esa razón fueron incapaces de presionar al gobierno norteamericano. Ante una decepción evidente, la OLP decidió adoptar la iniciativa política propuesta el 12 de agosto de 1990 por Sadam Husein, que quería abordar todos los conflictos de Oriente Próximo en conjunto. La solución comenzaría por el retiro “inmediato y sin condiciones” de Israel de todas las tierras árabes ocupadas en Palestina, Siria y el Líbano.
Pero la derrota del ejército iraquí ante la coalición internacional y su retiro de Kuwait dio como resultado el asedio político y económico –por parte de los países árabes y también por el resto de la comunidad internacional– de la OLP, culpable de haber apoyado a Bagdad. Así que la Autoridad Palestina (AP) no tuvo otra opción más que aceptar las condiciones de los estadounidenses para participar en el Congreso Internacional por la Paz previsto por Washington y entablar negociaciones secretas con los israelíes. Esas negociaciones dieron lugar a la Declaración de Principios palestino-israelí, conocida con el nombre de “acuerdos de Oslo”, y al reconocimiento mutuo entre la OLP e Israel.
La decepción luego de los acuerdos de Oslo
Siete años después del histórico apretón de manos en la Casa Blanca entre Yasir Arafat e Isaac Rabin, la AP solo controlaba un quinto de Cisjordania y dos tercios de la franja de Gaza. Ambos territorios solo representaban el 22% del territorio de la Palestina histórica, y siguen siendo considerados como objeto de negociación por Israel, al igual que la decisión del Consejo de Seguridad de la ONU que instaba a Israel a retirarse de los territorios que ocupa desde junio de 1967. En paralelo, la expoliación de las tierras, la colonización y la judaización de Jerusalén continuaron, y las condiciones de vida de los palestinos no dejaban de deteriorarse.
La segunda intifada, que comenzó en septiembre de 2000, fue la consecuencia lógica de esa situación, sobre todo luego del fracaso, en julio de ese mismo año, de las negociaciones de Camp David entre Yasir Arafat y Ehud Barak. Esa rebelión se desató con la visita de Ariel Sharón a la mezquita de Al Aqsa, y expresa el hartazgo de los palestinos y su convicción de que es inútil negociar sin ejercer presión. A partir de las primeras semanas, aparecieron divisiones entre las fuerzas participantes, algunas de las cuales querían mantener la dimensión popular de la revuelta, mientras que otras deseaban orientarla hacia la acción armada. Y también había fracturas entre quienes querían circunscribirla a los territorios ocupados de 1967 y aquellos que querían extenderla más allá de la línea verde.
Políticamente, la segunda intifada opuso a la autoridad nacional –que veía la rebelión como una oportunidad de mejorar las condiciones de negociación– con las fuerzas nacionales laicas –que la consideraban como un medio de realizar el objetivo de independencia– y con las fuerzas religiosas, que la tomaban como un medio de implementar su línea política basada en la idea de la liberación de todo el territorio nacional palestino.
Rápidamente, la segunda intifada dio un giro militarizado a través de los atentados suicidas, que tomaron otra dimensión con los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. En efecto, la política de la administración de George W. Bush, poco interesada en la reanudación del diálogo entre palestinos e israelíes, había consistido hasta entonces en apoyar al gobierno de Ariel Sharón mientras se le pedía que actuara moderadamente ante los palestinos. También apuntaba a que la confrontación se mantuviera limitada a los territorios palestinos, para que no tuviera consecuencias nefastas sobre la política estadounidense en la región, sobre todo respecto a Irak. Pero tras los atentados del 11 de septiembre, Ariel Sharón comprendió rápido que esa nueva situación le permitía presentarse como la punta de lanza de la guerra contra el terrorismo, consolidando así el entendimiento político entre la derecha conservadora estadounidense y la nacionalista israelí.
La militarización de la intifada dio lugar a un acalorado debate en el ámbito palestino. Algunos investigadores palestinos la comparan con la de 1987, que se distinguió por su carácter pacífico y popular. Para la profesora Islah Jad, de la Universidad de Birzeit, la segunda intifada se vio afectada por la ausencia de participación popular masiva, algo que pudo observarse en los funerales de los mártires. Esa ausencia se debió a la debilidad de los partidos y de las formaciones políticas, muchos de cuyos cuadros habían pasado a ONG y quienes podrían haber ayudado a estructurar una movilización popular. Eso tuvo como consecuencia “un retroceso notable en el discurso y la cultura de la corriente nacional demócrata laica” y permitió que los movimientos políticos religiosos “ganaran legitimidad y peso en la organización de las masas”, triunfando sobre todo en las diversas elecciones estudiantiles y sindicales, y resistiendo la ocupación por medio de la militarización y de atentados suicidas, en los que empezaban a participar fuerzas del Fatah de Yasir Arafat, mayoritario dentro de la OLP.
¿Hacia una tercera intifada?
Desde 2002, el gobierno de George W. Bush, que no dejaba de acusar al presidente de la Autoridad Palestina Yasir Arafat de alentar el terrorismo, insistía cada vez más en la necesidad de una reforma que permitiera excluirlo del mando de la AP y de la OLP. Por su parte, el gobierno de Sharon aprovechó la oportunidad para debilitar a la AP, en especial luego del sitio del cuartel general de Arafat en Ramala y de la invasión del ejército israelí de ciudades administradas por la Autoridad Palestina.
Luego del fallecimiento de Yasir Arafat el 11 de noviembre de 2004, algunas voces se alzaron para anunciar el fin de la época de la “legitimidad histórica” y exigir la celebración de elecciones. En efecto, el 9 de enero de 2005 se realizó una elección presidencial. El candidato de Fatah, Mahmud Abás, resultó vencedor con el 63% de los sufragios. En su programa electoral, Abás insistió en la necesidad de reformar el régimen político, reactivar el rol de las instituciones y generalizar el proceso democrático. También llamó a terminar con la militarización de la intifada y a regresar a la mesa de negociación, estimando que era la única vía para llegar a una solución política que protegiera los derechos del pueblo palestino y contribuyera a mejorar su imagen ante la opinión pública internacional, asegurándole apoyo económico. Así, la intifada perdió la base objetiva que la justificaba, y sus brasas fueron apagándose poco a poco.
En su estudio sobre la posibilidad de una tercera intifada en Palestina publicado por el Carnegie Middle East Center el 8 de febrero de 2018, Michael Young subraya que los investigadores más importantes del centro llegaron a la conclusión de que el alejamiento de toda posibilidad de solución de dos Estados (según los criterios internacionales), el sentimiento de frustración generalizada entre los palestinos y el deterioro de las condiciones de vida podrían favorecer el estallido de una tercera intifada, que seguramente tomaría una forma diferente a las dos anteriores. Ali Jarbaoui, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Birzeit que participó en el estudio, escribe: “Es poco probable que vuelva a surgir una intifada popular como la de 1987, porque los acuerdos de Oslo cambiaron la situación por completo. Actualmente, la ocupación es mayormente invisible para los palestinos, que están enclavados en lo que ahora se llama áreas A y B3. De hecho, en la vida cotidiana ya no hay contacto directo con las fuerzas de ocupación, salvo en los puestos de control que se encuentran en la entrada de las zonas de residencia, o en las principales rutas. […] No surgirá ninguna intifada si la mayor parte de los palestinos no están convencidos de su utilidad”.
Jarbaoui señala que, de ocurrir, la próxima “tomará la forma de grandes protestas populares pacíficas y continuas en los centros de las ciudades palestinas, con la esperanza de captar la atención de la comunidad internacional y reclamar que finalice la larga ocupación israelí”.
1NDLR. El buraq es el caballo alado con el que el profeta Mahoma habría efectuado su viaje nocturno entre La Meca y Jerusalén.
2Esa movilización tuvo lugar con motivo del funeral del jefe Izzedin al-Qassam, quien falleció durante una emboscada tendida por el ejército británico en los alrededores del pueblo de Yabad, en la región de Yenín, contra el grupo armado que dirigía al-Qassam.
3NDLR. Áreas administrativas de Cisjordania definidas por los acuerdos de Oslo II que solo alojan a palestinos.