Para salir del estancamiento, Palestina necesita elecciones democráticas

Tras el fracaso de los acuerdos de Oslo, el «acuerdo del siglo» enterró definitivamente la idea de un Estado palestino. La reciente ola de violencia de la que se han beneficiado Hamás e Israel es la consecuencia. La organización de elecciones democráticas debe permitir que la movilización iniciada en Jerusalén Este se extienda a Palestina.

Ramallah, 28 de abril de 2021. Manifestación contra cualquier aplazamiento de las elecciones legislativas y presidenciales palestinas
Abbas Momani/AFP

La terrible violencia que se ha desatado en Palestina e Israel este último mes marca el colapso de un proceso de paz de casi tres décadas que nunca funcionó. Todo comenzó con los Acuerdos de Oslo, que no brindaron las condiciones necesarias para ofrecer una real coexistencia entre israelíes y palestinos a largo plazo ni aportaron la confianza suficiente para implementar una solución de dos Estados. Además, al conceder algunos poderes de gobernanza a la Autoridad Palestina (AP), los acuerdos, respaldados por la comunidad internacional, transformaron a la Autoridad en guardián de Palestina, en un contexto de una ocupación inexorable.

Los repetidos fracasos para reabrir las negociaciones en torno a la solución de dos Estados derivaron luego en “el acuerdo del siglo”. Ese proyecto hegemónico de la administración Trump confirmó que los Estados Unidos habían renunciado tanto a su estatura moral como al respeto del derecho internacional. Los acuerdos le concedieron a Israel plenos poderes para oficializar su anexión ilegal de los territorios palestinos y proseguir con la colonización. Los Estados árabes involucrados en los Acuerdos de Abraham lo apoyaron por razones estratégicas, porque en un contexto geopolítico marcado por el retiro de Estados Unidos de la región, Israel representaba para ellos un aliado práctico contra Irán.

“El acuerdo del siglo” destruyó el inestable edificio de paz construido por Oslo. Desbarató los derechos de los palestinos y liquidó totalmente la idea de un Estado palestino. La reciente ola de violencia es la consecuencia inevitable de ello, y deja aún más en evidencia el fracaso de la normalización de las relaciones diplomáticas. También trae a la memoria los enfrentamientos en Gaza entre Hamás e Israel en 2008 y 2014.

El juego perverso de Hamás y de Israel

Sin embargo, si se observa con mayor detenimiento, esta nueva crisis no repite solamente la historia reciente. Hay que señalar un hecho nuevo: la convergencia de intereses de Hamás y de Israel para cortar de raíz la movilización popular. Hamás y el gobierno de Netanyahu temen todo lo que representa lo sucedido en Sheikh Jarrah, es decir, la génesis de un nuevo movimiento cívico en favor de los derechos de los palestinos. Al igual que muchos otros movimientos sociales, los palestinos de Sheikh Jarrah eligieron la desobediencia pacífica en lugar de la lucha armada; además, el movimiento nació independientemente de Hamás en Gaza y de la Autoridad Palestina en Cisjordania, así que ofrece un nuevo marco de referencia política para muchos palestinos.

Esta situación presenta una paradoja histórica. Hasta hace muy poco tiempo, la región esperaba que el problema palestino inspirara una primavera árabe. Sin embargo, lo que ha primado en la ecuación palestina es el espíritu de resistencia cívico de la primavera árabe. La resistencia de los residentes palestinos de Jerusalén Este contra los desalojos forzados de parte del Estado de Israel se apoya en redes de solidaridad horizontal que asocian nuevos lenguajes de resistencia. El movimiento se vio reforzado por el activismo transnacional y el apoyo internacional, con manifestaciones de solidaridad en gran parte del mundo árabe y de Occidente.

La no violencia del movimiento es lo que causó la violenta respuesta israelí, que a su vez causó la entrada en escena de Hamás contra Israel. La situación en Cisjordania es de lo más reveladora. Han perdido la vida veinticinco palestinos, la mayor cantidad de muertos en una sola crisis desde la intifada de al-Aqsa, hace veinte años. Y sin embargo, las manifestaciones a lo largo y ancho de Palestina e Israel continúan. No se observaba una movilización popular de semejante amplitud desde la huelga general de 1936. Al mismo tiempo, no se veía tanta cantidad de arrestos de parte de las fuerzas israelíes desde la segunda intifada: desde abril, las fuerzas de seguridad han detenido a miles de manifestantes palestinos.

Lo que genera esta convergencia de intereses de Hamás y del gobierno israelí, que se desean el exterminio mutuo y que hoy sin embargo están alineados en posiciones comunes, aunque manera fortuita y no por un pacto mutuo, es el temor a esta movilización popular. Israel está acostumbrado a los conflictos violentos, pero se encuentra totalmente desorientado en el campo del vocabulario moral de los derechos civiles. Del mismo modo, la visión ideológica de Hamás se apoya en la lucha armada y no en un movimiento popular democrático arraigado en la cuna de la Palestina histórica, Jerusalén.

Los Acuerdos de Oslo derogaron la antigua condición de “actor terrorista” de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y la convirtieron en una instancia gubernamental. La ironía de la historia del proceso de paz es que Hamás también podría perder su etiqueta de “organización terrorista” ya que en el contexto de la situación actual, Israel debe encontrar un interlocutor.

Tanto Hamás como Israel se beneficiaron con la violencia. El gobierno israelí ratificó su estrategia de militarización de la cuestión palestina haciendo hincapié en su derecho a la legítima defensa. Incluso quienes se presentan como alternativas políticas a Netanyahu, como Benny Gantz, han apoyado el bombardeo de Gaza. Hamás, por su parte, corre el riesgo de transformarse en la versión palestina de Hezbolá. El conflicto le permitió pasar de la condición de organización de resistencia nacional a la de potencia militar con capacidades armadas que le permiten inscribirse en una temporalidad milenarista y supranacional, sin preocuparse por los intereses de su pueblo. Ninguna de los dos actores busca realmente una solución pacífica. Se refuerzan uno al otro de manera perversa, en el marco de una puesta en escena ritualizada en repetición continua, dentro de líneas rojas bien definidas y conocidas por cada uno de ellos.

¿Quién saca ventaja con el crimen?

Varios actores regionales reforzaron su talla internacional con el conflicto. El eje Catar-Turquía, que se posiciona contra el eje Emiratos-Arabia Saudita-Israel, apareció enseguida como el defensor de Palestina. Recep Tayyip Erdogan, en particular, fue saludado en el mundo musulmán por su retórica combativa contra Israel y su invocación religiosa a proteger a los residentes palestinos de Jerusalén contra nuevas agresiones. Y el emir de Catar volvió a jugar el papel de protector del pueblo palestino.

Gracias a la crisis, también Egipto y Jordania ganaron visibilidad por sus esfuerzos desplegados en la negociación de alto el fuego. Dada la compleja situación en la que se encuentra el reino hachemita, Jordania tenía la obligación de actuar. La monarquía conserva su condición de guardián de los lugares santos de Jerusalén, pero también teme pagar un precio muy alto si a la larga se convierte en el Estado sustituto para los palestinos. En Egipto, Abdel Fattah al-Sisi osciló entre el activismo propalestino y la mediación no partidaria propia de la era Mubarak.

Y otros actores internacionales salieron muy mal parados de la crisis. Los Estados Unidos quedaron aún más marginados como árbitros de paz y pusieron en riesgo cualquier posibilidad futura de recuperar ese papel. Las repetidas intervenciones de la administración Biden para echar por tierra las discusiones en el Consejo de Seguridad de la ONU que instaban a un alto el fuego dejaron bien en claro que su influencia diplomática tiene límites considerables y sobre todo, que no piensa poner en cuestión la excepción israelí.

La Unión Europea (UE) no se manejó mejor. Recién logró coordinar una acción colectiva entre sus Estados miembros tras una semana de violencia, y no pudo hacer mucho más que lanzar un tímido llamado a la paz. La UE sigue manteniéndose a la sombra de los Estados Unidos.

En el mundo árabe, los Emiratos Árabes Unidos fueron tomados por sorpresa, porque habían apostado a la desaparición de cualquier veleidad de revuelta de parte de los palestinos. El año pasado, luego de sellar los Acuerdos de Abraham, se los felicitaba por haber contribuido a dar nacimiento a una nueva era de paz multilateral. Sin embargo, la crisis reciente confirmó que el acuerdo de los Emiratos Árabes Unidos con Israel es más una herramienta estratégica de cooperación bilateral en cuestiones regionales que un instrumento para lograr un avance de los intereses de los palestinos. Mientras en las redes sociales se expresaban voces extraoficiales que adherían al discurso israelí de legítima defensa, el gobierno emiratí se ofrecía para servir de mediador entre Hamás e Israel, aunque finalmente se privilegiaron las iniciativas de Egipto y Jordania.

Sin embargo, los Emiratos Árabes Unidos tienen una carta importante para jugar: Mohamed Dahlan, exlíder de Fatah en Gaza y feroz rival de Mahmud Abás, lo cual lo convierte en un blanco de Fatah. Hamás también desconfía de Dahlan, que conserva una base popular en Gaza y en el pasado criticó a la organización islamista. Dahlan podría volver a entrar en la contienda con el apoyo emiratí.

Irán y Arabia Saudita quedaron al margen de la crisis, lo que refleja claramente sus respectivas debilidades. Arabia Saudita ahora será prudente y buscará encontrar un nuevo equilibrio entre sus intereses nacionales y regionales. El entusiasmo popular que reavivó el sentimiento propalestino bastó para frenar, al menos temporalmente, su discreta inclinación por una normalización de relaciones con Israel.

Irán se enfrenta a otro dilema: se volvió demasiado eficaz en la región. El régimen iraní transfirió sus tecnologías de misiles a Hamás, que adaptó su armamento y produjo por sí mismo los misiles que utiliza actualmente. Pero Irán no se unió al seudoeje chií y optó por permanecer dentro de la familia suní, porque históricamente es una rama de los Hermanos Musulmanes egipcios. Así que Irán no ha podido sacar provecho del conflicto reciente con fines geopolíticos. Por cierto, no ha habido ninguna reacción militar de parte de Hezbolá ante el bombardeo de Gaza, lo cual habría sido señal de una escalada iraní. En cambio, Teherán está más concentrado en el reagrupamiento de sus fuerzas en Irak y en la búsqueda de un nuevo acuerdo nuclear con Occidente.

Elecciones legislativas como única solución

Este paisaje regional cambiante, así como la convergencia de intereses entre Hamás e Israel, sumen a la mayoría de los palestinos en una situación desesperante. Sin embargo, la mejor forma de salir de la crisis sería organizando elecciones, que han sido retrasadas indefinidamente por Hamás y Fatah. Ninguno de los dos actores desea organizar una consulta semejante por temor a perder sus prerrogativas territoriales: Hamás teme perder Gaza ante Fatah, y Fatah teme perder Cisjordania ante Hamás.

Sin embargo, las elecciones le proporcionarían un beneficio fundamental al pueblo palestino. Le darían un gobierno legítimo que podría representarlo en el mundo y reactivar la posibilidad de una solución de dos Estados o de cualquier otro estatus creíble. Eso permitiría que las nuevas voces palestinas, como los jóvenes militantes y los movimientos sociales que se movilizaron en torno a los desalojos de Sheikh Jarrah remplacen a las envejecidas élites que los dirigen desde los Acuerdos de Oslo. También propiciaría el surgimiento de una alternativa política palestina anclada a nivel local, y por último, evitaría la instalación de un futuro gobierno controlado por Hamás, transformado en un Hezbolá palestino, o por Fatah, rehén de su posición ventajosa de guardián subsidiario.

Ahí es donde la comunidad internacional puede intervenir en el buen sentido. Ninguna condena diplomática de Israel terminará con el proceso de ocupación y de anexión, y ninguna sanción o amenaza disuadirá a Hamás de abandonar su postura militar. En cambio, la comunidad internacional debe promover la celebración de elecciones democráticas en Palestina, para darle la palabra a la mayoría silenciosa. Así se podría salir del punto muerto político y abrir un camino alternativo para garantizar los derechos del pueblo palestino.