La pandemia covid-19 ha provocado a la aviación civil la crisis más grave de su historia, tras lo cual Airbus ha decidido anunciar la entrada en servicio del primer avión comercial “cero emisiones” en 2035, un proyecto futurista cuyo nombre de guerra es ZEROe. El fabricante europeo de aviones presentó en un video publicado en septiembre de 2020 tres conceptos de aviones de propulsión de hidrógeno, incluida un ala voladora que puede transportar hasta 200 pasajeros. El progreso tecnológico genera esperanzas de reducir la huella de carbono de la aviación, pero el “hidrógeno verde», obtenido mediante la división de moléculas de agua través de la electrolisis alimentada por energías renovables, se considera aún demasiado caro para ser viable comercialmente. De hecho, la realidad tiene más matices.
El petróleo sigue siendo esencial para las industrias que son particularmente difíciles de descarbonizar, entre las que se encuentran fundamentalmente el transporte marítimo, el sector minero y la producción de acero, plástico y cemento. Según las previsiones de BP, el gigante británico de los hidrocarburos que se ha comprometido a reducir su producción de gas y petróleo un 40 % de aquí a finales de la década, la demanda mundial de petróleo se podría mantener en entre 30 y 95 millones de barriles diarios en 2050. La Organización de Países Exportadores de Petróleo(OPEP), por su parte, pronostica una producción mundial de 109 millones de barriles por día en 2045.
Arabia Saudita, el mayor exportador de crudo del mundo, ve en esta lenta descarbonización de la economía global la oportunidad para seguir beneficiándose con la renta del petróleo. “Somos conscientes de que las soluciones energéticas sostenibles son cruciales para lograr una transición energética mundial más rápida y armoniosa. […] Pero, siendo realistas sabemos que esto llevará algún tiempo, ya que en muchas dominios hay pocas alternativas al petróleo”, declaró en marzo de 2021 Amin Nasser, director de Saudi Aramco. El gigante petrolero, considerado la principal fuente de ingresos de Arabia Saudita, representa una décima parte de la producción mundial y planea satisfacer las necesidades energéticas de China durante los próximos cincuenta años.
Saudi Aramco tiene la ventaja de explotar unos yacimientos de petróleo relativamente poco profundos y disfruta así de los costos de producción más baratos del mundo, aproximadamente la mitad del precio de Rusia y casi tres veces menos que el petróleo de esquisto estadounidense. Esta competitividad se ha visto reforzada por la caída del costo del flete marítimo durante varias décadas, lo que ha garantizado a Riad poder exportar crudo de bajo costo, en detrimento del medio ambiente. De hecho, los petroleros son responsables de casi una cuarta parte del CO2 emitido por el transporte marítimo en el mundo.
Contaminar de forma más limpia
Arabia Saudita presenta otro argumento para situarse como un actor clave en las últimas horas de la era del petróleo ya que produce, después de Dinamarca, el oro negro «más limpio» del mundo. Esta retórica de un petróleo “con bajas emisiones de carbono” se basa en un estudio científico cofinanciado por Saudi Aramco y publicado en 2018 por la revista estadounidense Science que analiza las emisiones de 8.966 campos petroleros activos en 90 países, esto es, el 98 % de la producción mundial. El documento concluye que extraer, procesar y transportar un barril de petróleo saudí a su centro de refinado emite 27 kilogramos de CO2, la segunda tasa más baja del mundo. Esto le permite a la compañía argumentar que el uso de crudo con baja intensidad de carbono permitiría ahorrar al menos 18 gigatoneladas (Gt) de equivalente a CO2 a finales de siglo. Sin embargo, esta cifra es sólo una gota respecto a las emisiones globales de CO2 relacionadas con la energía: alrededor de 600 Gt desde 2000. “Es normal que Saudi Aramco quiera publicar estas cifras. Le dan una buena imagen y permiten decir que si usted consume petróleo saudí, emite menos carbono que si se consume petróleo de cualquier otro lugar”, comenta Jim Krane, investigador especialista en energía del Instituto Baker de la Universidad Rice en Texas.
Al esconderse detrás de este «lo mejor de lo peor», Saudi Aramco evita, en efecto, abordar la necesidad de reducir el volumen total de emisiones de gases de efecto invernadero y no simplemente de contaminar más limpio. Una actitud que escandaliza: “Seguir en el camino del último hombre en pie para llegar al final de la civilización petroindustrial es una herejía. Estamos explotando los límites planetarios y jugando con fuego. Ha llegado el momento de entender lo que está en juego, que es nada menos que la habitabilidad del planeta”, comenta Arthur Keller, experto en vulnerabilidades sistémicas de las sociedades modernas, en limitaciones energéticas y ambientales, y en estrategias de resiliencia. El investigador añade: “El mercantilismo egoísta y obstinado de los países del Golfo es tanto más sorprendente cuanto que es una zona geográfica que tiene todo que perder, ya que la desregulación del cambio climático le afectará brutalmente”. En efecto, algunos estudios científicos indican que la región del Golfo Arábigo podría volverse parcialmente inhabitable después del 2070, especialmente durante los meses de verano.
Hacia un récord de producción
Según Carbon Tracker, un grupo de expertos que analiza el impacto del cambio climático en los mercados financieros y las inversiones en combustibles fósiles, las principales empresas de petróleo y gas que cotizan en bolsa deben reducir su producción un tercio de aquí a 2040 para cumplir con el Acuerdo de París (2016), que prevé, sobre todo, mantener el aumento de las temperaturas por debajo de 1,5° C de aquí a fin de siglo en comparación con los niveles preindustriales.
Saudi Aramco, responsable del 4,38 % de las emisiones globales de CO2 desde 1965 y el mayor contaminador público del mundo, no se suscribe este enfoque. Por el contrario, la empresa quiere incrementar su producción a 13 millones de barriles de petróleo por día, un millón más que su récord anterior registrado en abril de 2020. Su objetivo es incrementar su cuota de mercado frente a los occidentales obligados a reducir su producción bajo la presión de la opinión pública. A menos que elijan seguir el ejemplo de Occidental Petroleum. La empresa estadounidense declaró haber exportado dos millones de barriles 100 % neutros en carbono a India en enero, una primicia mundial. Tras este pomposo anuncio se esconde la compra de créditos de carbono para compensar el millón de toneladas de carbono liberadas a la atmósfera. Una práctica criticada no solo por la falta de transparencia en los métodos de compensación, sino porque también fomenta la idea de «contaminar de forma más limpia».
Sin embargo, para Arthur Keller, Arabia Saudita es una de las pocas naciones que tiene una “gran influencia” para orientar el diálogo internacional sobre la profunda transformación del sistema económico y los estilos de vida con miras a atenuar la presión ejercida por las actividades humanas en la Tierra. “Idealmente (pero eso requiere tal nivel de convicción ecológica que sueño despierto) un consorcio de países exportadores de petróleo podría enviar una señal contundente al resto del mundo diciendo: vamos a proporcionar el petróleo necesario para garantizar la transición hacia una civilización tan libre de carbono y tan libre de plástico como sea posible. Pero en adelante el flujo disminuirá y los precios subirán. Se otorgarán tarifas preferenciales a los países que emprendan ambiciosas iniciativas de transformación social”, sugiere el experto.
Falta de transparencia
A pesar de los esfuerzos desesperados por situarse como un actor recomendable en la transición energética, Saudi Aramco está luchando por poner en práctica la voluntad de transparencia mostrada al entrar en la Bolsa el 1,5 % de sus acciones a finales de 2019. La huella de carbono de la empresa que se destacaba en el prospecto de introducción en la Bolsa en realidad se subestimaba hasta un 50 %, al no tener en cuenta las emisiones de muchas refinerías y plantas petroquímicas. Si bien la compañía ha admitido su error, aún se niega a incluir las emisiones de las fábricas de las que es propietaria junto con otras empresas en su balance de carbono. “Las regulaciones ambientales todavía no son muy estrictas aquí y para una entidad como Aramco que hace vivir a Arabia Saudita no podemos permitirnos imponer unas restricciones demasiado estrictas a la empresa”, comenta Saleh Al-Omar, un empresario saudí que es accionista del gigante petrolero.
Saudi Aramco es también una de las últimas grandes compañías petroleras que cotizan en Bolsa que se niega a revelar sus emisiones de Scope 31 producidas cuando los clientes finales usan sus carburantes. Estos representan generalmente más del 80 % de las emisiones totales de las empresas petroleras. Según una estimación de Bloomberg, en Saudi Aramco representan más del 4 % de todas las emisiones globales. Sin embargo, esta falta de transparencia ambiental no es culpa exclusiva de las compañías petroleras del Golfo. Recién este año la estadounidense ExxonMobil publica por primera vez las cifras de sus emisiones de Scope 3.
Si estas prácticas de las compañías petroleras privan a los Estados y a los fabricantes de informaciones esenciales en busca de un oro negro lo menos contaminante posible para enverdecer su huella de carbono, la cuestión también concierne a la salud pública. Según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), la industria del petróleo y el gas es “la mayor fuente industrial de emisiones de compuestos orgánicos volátiles”, incluidos los contaminantes atmosféricos tóxicos, que se sospecha causan cáncer y enfermedades respiratorias.
En Arabia Saudita la feroz represión del príncipe heredero Mohamed Bin Salman contra la disidencia niega a los saudíes el derecho a pedir cuentas a Saudi Aramco. Además, el control draconiano del debate público por parte de los gobiernos de la zona limita la concienciación de la opinión pública respecto al impacto a largo plazo de la industria petrolera. Según un estudio realizado por la consultora de estrategia Boston Consulting Group (BCG), aunque va en aumento la toma de conciencia medioambiental, una «parte significativa» de la población sigue estando «mal informada». Aproximadamente la mitad de los jóvenes de 18 a 24 años dicen que nunca han oído hablar del término «huella de carbono» o no están seguros de qué significa. Una falta de conocimiento que ahorra a los líderes saudíes el espinoso debate sobre el costo humano inherente al hecho de posicionarse como el último hombre en pie de la era del petróleo.
1NDLR. Emisiones de gases de efecto invernadero que no están relacionadas directamente con la fabricación, sino con otras etapas del ciclo de vida del producto (suministro, transporte, uso, fin de vida, etc.).