Siria. Quneitra, zona colchón bajo ocupación israelí
Desde diciembre de 2024, el ejército israelí multiplica las incursiones en la zona desmilitarizada del Golán sirio, mientras sigue ocupando el resto de la meseta. Expulsados de sus pueblos, los habitantes se encuentran abandonados a su suerte, privados de sus tierras y ante una creciente militarización de su entorno. Testimonios de una vida cotidiana bajo presión.
Sobre la planicie desprovista de vegetación de Quneitra sopla un viento frío. Después de la última barrera de las fuerzas del Ministerio de Interior sirio, se despliega la zona desmilitarizada del Golán. En este octubre de 2025, esta región del sur de Siria revela sus paisajes, compuestos por el negro de las piedras volcánicas y el ocre de la hierba quemada por el sol. La atmósfera es calma y la vida parece tranquila. Sin embargo, aquí y allá, los montículos de piedras levantados en el medio de la ruta generan intriga. Son uno de los índices dejados por el paso de los soldados israelíes. Barreras móviles con las cuales el ejército controla a una población de facto bajo ocupación.
Tras la caída de Bashar al-Assad, el 8 de diciembre de 2024, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, le ordenó al ejército apoderarse “de las posiciones del antiguo régimen” en los Altos del Golán, con el pretexto de temer “la ruptura del acuerdo de 1974”. Ese año, Israel y Siria firmaron el acuerdo de repliegue, que definía una zona de separación a lo largo de la frontera entre los Altos del Golán sirio, del cual una parte está ocupada por Israel desde la guerra de junio de 1967 y fue anexada ilegalmente en 1981, y el resto de Siria. Quienes rompieron el acuerdo y atravesaron la frontera de la zona colchón fueron, sin embargo, las tropas israelíes. Se posicionaron rápidamente en los pueblos del interior de la zona desmilitarizada, en la vertiente siria del monte Hermón, un sitio estratégico que domina gran parte del sur de Siria.
“Liberar el corredor de David”
Sabta Faraj vivía en Hamidiyah, un pueblito situado a pocos metros de la línea Alfa, que marca la frontera oeste con el Golán ocupado. El 18 de diciembre de 2024, en el pueblo penetraron soldados israelíes granadas en mano y forzaron las puertas de las casas. Treinta familias fueron expulsadas. Los militares se instalaron un período breve en las viviendas, y las destruyeron unas semanas más tarde. El único rastro de la vivienda de Sabta: las fotos de su teléfono, que muestra con orgullo en la casa de su hermana, donde se refugió, a unos kilómetros de Damasco. “Es nuestra tierra, no tienen derecho a permanecer aquí”, les habrían gritado los soldados a los habitantes, antes de explicar que querían “liberar el corredor de David”, un proyecto israelí orientado a conectar los Altos del Golán ocupado con el Kurdistán iraquí, y que le permite a Tel Aviv tener un acceso terrestre hacia el norte de Siria y de Irak. Actualmente, se compone principalmente de una franja de tres kilómetros a lo largo de la línea de demarcación que el ejército israelí intenta controlar reforzando su presencia.
En el pueblo de Al-Rafid, a unos kilómetros al sur de Hamidiyah, los habitantes también escucharon hablar de esa franja. Los soldados israelíes pasan casi todas las noches por Al-Rafid. Llegan en convoy, rodean las casas, separan a hombres y mujeres, interrogan a los primeros, a veces con amenazas. Omar Ismael, el patriarca del pueblo, relata que las preguntas son siempre las mismas: “¿Dónde están las armas? ¿Y los miembros de Hezbolá?”. Los habitantes recibieron de parte de los soldados israelíes la orden de dejar de acceder a sus tierras que lindan con la frontera con el Golán ocupado. Gran parte de los campos son ahora inaccesibles. Zayed, un campesino del pueblo, estima que están afectadas 200 familias o unas 1500 personas. Desde la ruta que lleva a Al-Rafid se distinguen las palas de los aerogeneradores israelíes instalados en la parte anexada del Golán.

Nasser Ahmad, pastor de ovejas, perdió gran parte de su ganado. El 18 de marzo de 2025, tras haber recibido disparos israelíes cerca de la línea Alfa, a pocos kilómetros del pueblo de Al-Rafid, contabilizó 75 animales muertos. Afirma que los soldados abrieron fuego sin previo aviso mientras pastaba su ganado. “Representa una pérdida enorme. Hoy no tengo con qué alimentar al resto de los animales y tengo problemas para comprar alimentos para mi familia”, se lamenta. Nasser estima que la operación tenía un objetivo claro: transmitir un mensaje a los otros ganaderos y darles a entender que ahora tienen prohibido el acceso al lugar.
Siete nuevas bases israelíes
Majid Al-Fares, funcionario del Ministerio de Información sirio, admite que algunos habitantes mantuvieron vínculos con las milicias cercanas al antiguo régimen, sobre todo Hezbolá, pero principalmente por razones económicas. “Hoy en día, sabemos quiénes son y los vigilamos”, explica, con el objetivo de demostrar que esos individuos ya no son una amenaza y que las autoridades controlan la situación. Algunos días después de la ofensiva de Hamás del 7 de octubre de 2023, las autoridades israelíes anunciaron que fortificarían la línea Alfa, so pretexto de protegerse de un nuevo “ataque terrorista” desde Siria.

Prueba de ello es la cortina de alambre de púas en las inmediaciones de Al-Rafid. Fue colocada poco después del anuncio israelí. Los habitantes dialogan sobre el mejor camino a seguir para evitar las barreras mientras pasa un convoy de la Fuerza de las Naciones Unidas de Observación de la Separación (FNUOS) compuesto por un camión seguido por tres coches utilitarios blanco con la sigla “UN”. Desde la firma del acuerdo de 1974, los agentes de la ONU están a cargo de vigilar la implementación de los términos del acuerdo. Solo tienen un mandato de observación, sin poder coercitivo. Su campo de acción es extremadamente limitado. No están autorizados a intervenir directamente durante incursiones o violencias, incluso flagrantes.

Las consecuencias de las incursiones también alcanzan al sector de la salud. El médico Mahmoud Ismail ya no puede visitar a sus pacientes de noche, y las barreras militares vuelven imposible el acceso al hospital Al-Salam para las emergencias. La antigua capital regional, Quneitra, donde antes se encontraba el hospital regional, ahora es inaccesible, porque pasó a estar bajo control israelí.
Según Majid Al-Fares, desde diciembre de 2024 se crearon siete nuevas bases israelíes en la zona colchón, algunas en alturas hasta entonces sin ocupar. Se impone la lógica del hecho consumado: fortalecer la presencia militar a largo plazo, sin acuerdo bilateral ni reconocimiento internacional.
Un sentimiento de abandono
Las barreras y las incursiones permanentes también perturban la economía. En Swaissa, al norte del pueblo de Al-Rafid, Khaled Al-Krian, empleado municipal, nota un alza generalizada de los precios, en particular del combustible. Para ganarse el favor de la población, en varios pueblos de la zona colchón, los camiones israelíes suministran víveres o insumos médicos. “Conocen perfectamente las estructuras locales, esas distribuciones son tanto operaciones de inteligencia como gestos humanitarios”, afirma el sexagenario.

Frente a estas incursiones y agresiones, en la población reina un sentimiento de abandono. “El gobierno no se ocupa de nosotros, no tenemos acceso a ningún servicio de base y no recibimos ninguna ayuda”, se lamenta Khaled Al-Krian. Espera que el acuerdo de seguridad que al parecer estaría por firmarse entre Israel y Siria brinde respiro y tranquilidad a la región. Khaled estima que solo sería aceptable una negociación que implique un regreso al acuerdo de repliegue de 1974 y a las delimitaciones de ese entonces. Pero tiene poca esperanza, debido a que permanecen numerosas lagunas: el retiro del monte Hermón, rechazado por Israel, y desde luego, la cuestión del Golán, que sigue siendo considerado como territorio sirio ocupado por la ONU y la comunidad internacional, excepto por Estados Unidos. Siria dice que por el momento descarta cualquier tipo de normalización de relaciones con Israel. Mohammed Al-Htimi, presidente de la asociación de ganaderos de Swaissa, es categórico: “El gobierno le teme a Israel, eso es todo”. Ese sentimiento también lo comparte la familia Bakr. En Trenjeh, al pie del monte Hermón, los Bakr viven esperando el regreso de su hijo Kinan, un granjero de 38 años que la madrugada del 11 de agosto de 2025 fue detenido en su casa por soldados israelíes. Eran las 2 de la mañana cuando su madre, Houda Bakr, escuchó ruidos y percibió las luces de los láseres de los soldados israelíes que rodeaban la casa. Recuerda los gritos de los soldados y la requisa brutal infligida a su marido. “Nos sentimos humillados”, dice Houda. Los soldados luego intentaron ingresar a la casa. Fue en ese momento cuando salió Kinan.
“Lo maniataron, lo arrastraron afuera y lo insultaron”, recuerda Imane, su esposa. “Querían saber dónde estaban las armas. Kinan quería defenderse pero le seguían pegando.” La familia asegura que solo poseía una pequeña pistola. El resto de la familia fue llevada a un ambiente de la casa, antes de que Kinan fuera interrogado nuevamente. Desde entonces, no volvieron a ver a su hijo.

En los días siguientes, Mahmoud Bakr, el padre, se acercó a una de las bases de la FNUOS. “Me dijeron que no podían hacer nada, pero que intentarían organizar una reunión con los israelíes”, recuerda. Desde entonces, no tuvo más noticias. Contactó a la alcaldía local y luego a HaMoked, una asociación israelí de derechos humanos que ayuda a los palestinos ante las autoridades israelíes y que interviene principalmente en cuestiones de detención y de libertad de circulación. La asociación confirmó que el ejército israelí niega que Kinan esté detenido y que ni siquiera tiene conocimiento de su caso. Los motivos de su secuestro todavía son confusos. Israel podría verse tentado a justificarlo por actividades de contrabando, que son moneda corriente en esa región fronteriza. Pero “esas actividades ya ocurrían en la época de Bashar al-Assad y eso nunca fue un problema para ellos”, asegura el padre, que no niega que su hijo haya podido realizarlas.
Un año después de las primeras incursiones israelíes en la zona colchón del Golán, el statu quo impuesto por el acuerdo de 1974 está roto de hecho. La militarización se intensifica y los civiles son desplazados, mientras la ONU se mantiene como espectadora. Los habitantes, por su parte, pierden poco a poco la esperanza.

