
Luego de los bombardeos de Israel y Estados Unidos contra Irán, en junio de 2025, los dirigentes de Teherán amenazan con cerrar el estrecho de Ormuz.
El estrecho es la desembocadura del Golfo Arábigo-Pérsico en el Océano Índico y la vía de paso obligada para los buques que ingresan o salen del golfo, sobre todo petroleros y metaneros. La credibilidad de la amenaza reside en gran parte en el reducido ancho del estrecho (29 millas marinas, o sea, 54 kilómetros), así como en su escasa profundidad, del orden de 60 metros, pero que puede reducirse a 25 metros del lado iraní, es decir, en el norte. La profundidad promedio de 60 metros permite el paso de superpetroleros de un calado de 25 metros. Por eso las vías de navegación se sitúan hacia el sur, cerca de las orillas de la península de Musandam, que pertenece al sultanato de Omán. De modo que esas vías de encuentran principalmente en aguas territoriales omaníes. Los buques que ingresan al Golfo toman la vía norte, mientras que los que salen navegan por la vía sur.
Casi cien petroleros por día
Las vías de navegación son dos carilles de dos millas náuticas cada uno (3,7 kilómetros), separados por una zona colchón de dos millas. En otras palabras, las vías de circulación se limitan a seis millas, es decir, poco más de 11 kilómetros de los 54 que mide el estrecho en sí mismo.
En ellas, el tráfico marítimo es intenso: cada día, por el estrecho transitan casi cien petroleros que salen del Golfo con su carga. Son poco más de 20 millones de barriles, es decir, un 20% del consumo mundial de hidrocarburos y casi el 30% de los intercambios marítimos de gas y de petróleo. Es una proporción alta, pero desde fines de la década de 1970, cuando se estimaba que el 60% del tráfico marítimo de hidrocarburos pasaba por el estrecho de Ormuz, viene sufriendo una caída sensible. Esa reducción se debe a varios factores: por un lado, el descubrimiento de nuevos yacimientos en otros lugares del planeta, además de las infraestructuras de desvío implementadas hace unos cuarenta años, cuando la Guerra Irak-Irán (1980-1988) amenazaba las exportaciones de crudo provenientes del Golfo. Los Emiratos Árabes Unidos construyeron entonces un oleoducto que puenteaba el estrecho de Ormuz y llegaba hasta el puerto de Fuyaira, uno de los siete emiratos de la Federación, el único cuya fachada marítima da hacia el Océano Índico. Arabia Saudita, por su parte, instaló un oleoducto que conectaba sus campos petroleros de la provincia oriental, sobre el Golfo, hasta el puerto saudí de Yanbu, en el Mar Rojo.
Los países más vulnerables, India y China
El carácter estratégico del estrecho de Ormuz —y su vulnerabilidad— fue palpable tras la guerra árabe-israelí de octubre de 1973, luego del embargo petrolero decretado por los países árabes productores de petróleo contra varios países occidentales, a los que les reprochaban su apoyo a Israel. Más tarde, en 1984, durante la Guerra Irán-Irak, la aviación iraquí bombardeó la terminal petrolera de Khang y cargueros de petróleo iraní. En represalia, Irán plantó minas fijas y a la deriva en el sur del Golfo y —¡ya entonces!— amenazaba con cerrar el estrecho de Ormuz. Es lo que se conoció como la “guerra de los petroleros”, que duró de 1984 a 1988.
En ese entonces, como hemos visto, la economía mundial dependía mucho más de esa vía de paso, con frecuencia calificada de “vena yugular”. Estados Unidos, ahora exportador de hidrocarburos, en particular gracias a su petróleo no convencional, depende muy poco del gas y del petróleo del Golfo. Europa depende un poco más, aunque diversificó sensiblemente sus fuentes de suministro a partir de las décadas de 1970-1980. Los hidrocarburos provenientes del estrecho de Ormuz representan una necesidad vital para India y más aún para China, que juntas reúnen más de un tercio de la población mundial. Un cierre del estrecho, aunque sea parcial, desequilibraría el mercado y provocaría una fuerte suba de los precios mundiales, que se sumaría al alza de las primas de seguros para las navieras que fletan petroleros que navegan por esa zona. Las consecuencias se sentirían incluso en los países que ni siquiera importan hidrocarburos del Golfo.
Un arma de último recurso
Falta considerar la factibilidad de que Irán propicie un cierre del estrecho. Es algo poco probable, pero no imposible, al menos por una duración limitada, antes de la intervención de las fuerzas extranjeras, que restablecerían la “libertad de navegación”. Además de las minas fijas o a la deriva que podrían soltar en el sur del Golfo, los iraníes también podrían hundir petroleros que atraviesan el estrecho y así bloquear el paso de los siguientes. O también podrían hundir su propia flota.
Se plantea entonces cuál sería el interés de Irán en hacer esa maniobra, porque significaría asfixiar su economía y cometer un acto hostil contra dos países cercanos: India y China. Sin embargo, los iraníes siempre afirmaron que sería una medida de último recurso, como la utilización desesperada de la bomba atómica que no poseen. Dos escenarios permiten proyectar una acción suicida a la escala de todo el país: un ataque masivo contra el territorio iraní o el riesgo inminente de una caída del régimen.