Marzo de 1939. Hace más de un mes que Cataluña cayó en manos de las fuerzas franquistas. Cerca de medio millón de refugiados republicanos españoles huyen por el norte, en lo que aún hoy sigue siendo la migración más importante de la historia en una frontera francesa. Pero la retirada no es el último capítulo de la guerra civil española: en el sudeste de la península ibérica, los últimos bastiones republicanos caen uno tras otro. Las hostilidades culminan en el “cuelo de botella de Alicante”. Sin poder huir por Valencia ni por el sur de España, que ya estaba en manos de los franquistas, los milicianos y civiles republicanos se ven obligados a tomar el mar.
Desde Alicante, varios miles de personas embarcan de emergencia rumbo al puerto más cercano, Orán. La flota republicana proveniente de Cartagena llega a puerto en Argel, antes de ser desviada, con 4.000 personas a bordo, hacia Bizerta, en Túnez. En total, en pocos días probablemente hayan llegado a las costas de África del Norte entre 10.000 y 12.000 españoles, tal vez más, según algunos testimonios.
Recluidos por la Tercera República Francesa
Si bien un puñado de republicanos son recibidos por sus allegados en Orán, que posee una fuerte comunidad hispánica, a partir del 10 de marzo de 1939 el gobierno de la Tercera República Francesa que administra África del Norte le pone un freno a su llegada. Desde hace un año, los decretos-leyes Daladier regulan la entrada de refugiados: clasifican entre “la parte sana y dedicada al trabajo, y los indeseables de la población extranjera”, imponen arrestos domiliciarios y reclusiones en centros de internamiento… El mismo esquema será retomado en Argelia, Marruecos y Túnez.
Mientras el alcalde de Orán celebra con gran pompa la victoria franquista, una parte de los republicanos son mantenidos por la fuerza en embarcaciones convertidas en barcos-prisiones. Quienes logran desembarcar permanecen en carpas, sobre todo en el muelle distante de Barranco Blanco. Eliane Ortega Bernabeu, cuyo abuelo estaba a bordo de uno de esos barcos, el Ronwyn, relata:
Estaban totalmente aislados, apartados de los habitantes. Sin embargo, algunos oraneses venían a ayudarlos, les traían comida, que subían a bordo de los navíos utilizando cuerdas. En cambio, otra parte de la población no quería recibir a esos españoles, porque les preocupaba la enorme cantidad que eran. El alcalde de la ciudad, el padre Lambert, era amigo de Franco. Contribuyó enormemente a crear un clima de temor en la población.
En el puerto de Orán, la situación se eterniza: miles de republicanos permanecerán allí más de un mes, en condiciones de insalubridad y subalimentación total.
Trabajos forzados
En Túnez, los marinos y los civiles de la flota republicana también son apartados de la población. Rápidamente son enviados en tren hacia el centro del país y a campos de internamiento, sobre todo el de Meheri Zebbeus. En Argelia, luego de desembarcar, los refugiados también son llevados a campos de internamiento: “Había civiles, obreros, sindicalistas encerrados detrás de alambre de púa, y bajo la amenaza constante de las bayonetas”, señala Eliane Ortega Bernabeu.
En los numerosos campos, la mayoría de los cuales se encuentra en territorio argelino, se aplica la misma legislación que en la metrópoli. Peter Gaida, historiador alemán y autor de varias obras sobre los campos de trabajos forzados y los republicanos, explica:
Los exiliados son considerados como peligrosos para la defensa nacional, están obligados a ofrecer prestaciones a cambio del asilo: una parte de ellos va a los campos de internamiento, la otra a las Compañías Trabajadores Extranjeros (o CTE).
Se trataba de prestaciones legales, ya que Francia estaba en guerra y los franceses también eran requisados.
En Argelia, las mujeres, los niños y también los inválidos fueron enviados a varios campos: Carnot (Orleansville) o Molière eran los más conocidos. Los combatientes iban a Boghar y Boghari, donde eran alistados para satisfacer las necesidades de mano de obra de la potencia ocupante. Su fuerza de trabajo fue utilizada principalmente para renovar caminos en la región de Constantina y para explotar las minas de carbón y de manganeso en el sur de Orán.
El transahariano, un viejo sueño colonial
Los dirigentes de la Tercera República Francesa deciden entonces conectar las minas de Kenadsa, situadas al sur de Orán, con los ferrocarriles marroquíes. Dos mil republicanos españoles y miembros de las Brigadas Internacionales integran la Compañía General Transahariana para construir las vías en el desierto. En su libro Camps de travail sous Vichy (“Campos de trabajo bajo el gobierno de Vichy”, editorial Les Indes Savantes, que se publicará en francés en junio de 2021), Peter Gaida publica el testimonio de uno de ellos, internado en el campo de Colomb-Béchard, en Argelia:
Nos enviaron a cuatro kilómetros del oasis para quitar la arena de una enorme duna petrificada de más de 2.000 metros de largo. La temperatura era asfixiante, más de 40º a la sombra, el agua era escasa y estaba caliente. Así comenzaron las disenterías, las crisis de paludismo, los vómitos y los fuertes dolores de cabeza.
Luego del armisticio del 22 de junio de 1940, el gobierno de Vichy en el poder pone en marcha un viejo sueño colonial: la edificación de un ferrocarril estratégico, el transahariano, también llamado “Mediterráneo-Níger”. La idea es conectar las colonias de África del Norte con las de África occidental, o más bien, las capitales de ambos imperios coloniales, Argel y Dakar. Vichy emprende entonces la construcción de un enlace ferroviario de 3.000 kilómetros en pleno desierto. Pero los objetivos son múltiples: la cuestión también es transportar tropas militares, materiales y carbón explotado en Marruecos. Además, existe un proyecto en África Occidental para irrigar el río Níger y crear un cultivo de algodón gigantesco, para que Francia pudiera independizarse de los británicos. Para ello se necesitaba un ferrocarril que llegara hasta Argel.
Se trataba de una obra colosal, y estaba dividida en tres fases: la construcción de un eje Orán-Gao, bordeando el Níger; un segundo eje de Gao a Bamako, y un tercero que llevaría la línea ferroviaria hasta Dakar.
El horror de los campos
La mano de obra es ideal: las Agrupaciones de Trabajadores Extranjeros (Groupements de Travailleurs Étrangers, GTE, sucesores de los CTE) disponen de un marco legislativo represivo, una sutil alianza entre el colonialismo y el fascismo. En Marruecos, Túnez y Argelia se crean campos de internamiento. Pero los republicanos españoles no son los únicos que serán enviados a las diferentes construcciones: “Desde los campos franceses, como el de Vernet, serán deportados a los de África del Norte, en barco, anarquistas y comunistas franceses, miembros de las Brigadas Internacionales y personas con perfiles muy diversos. Para Vichy, ‘se trata de boca inútiles y de brazos necesarios’”, explica Peter Gaida.
Además, varios miles de judíos son excluidos del ejército francés y asignados a las Agrupaciones de Trabajadores Israelitas (Groupements de travailleurs israélites, GTI). “En los campos también hay norafricanos, principalmente líderes de movimientos nacionalistas en Túnez y en Argelia. Así que hay una población bastante mixta, e incluso hay rastros de judíos alemanes y de yugoslavos”, comenta Gaida.
En la región de Orán, los detenidos políticos considerados como peligrosos son internados en los campos de Djelfa, Djeniene Bourezg o Hadjerat M’Guil. “En total hay seis campos dedicados a la represión”, comenta Eliane Ortega Bernabeu. “Son campos de la muerte, como los llamaban los republicanos internados. Entre 1940 y 1942, en Berrouaghia, todos los indicadores que hemos podido registrar demuestran que fallecieron al menos 750 personas de hambre, de frío o de las sevicias.”
Los reclusos sufren castigos, vejámenes y torturas. “El campo de Meridja [en Argelia] cerró después de que los republicanos hicieran una huelga de hambre para protestar contra los actos de tortura. En realidad, fue reabierto por Vichy un poco más al norte, con el nombre de Ain el-Ourak”, continúa Eliane Ortega Bernabeu. La construcción del transahariano, por su parte, se interrumpe: solo se construirán 62 kilómetros de vías.
En Túnez, las condiciones en los campos parecen apenas más clementes que en Argelia o en Marruecos. La mitad de las 4.000 personas que llegaron en 1939 volvieron a España, luego de una promesa de amnistía formulada por Franco. Victoria Fernandez, hija de un republicano español exiliado en Túnez, relata:
“Según mis investigaciones, luego de su vuelta a España, fusilaron por lo menos a 25, y los otros vivieron en condiciones extremadamente difíciles. De los 2.000 que permanecieron en Túnez, una parte importante fue enviada a campos en la región de Kasserine, donde trabajaron en plantaciones hortícolas y de árboles frutales, o para diversas empresas.
En numerosas ocasiones se han reportado maltratos, sobre todo en la región de Gabès. “Además, enviaron a 300 marinos republicanos al desierto, al sur del país. Politizados y refractarios, eran aún más indeseables que los otros”, continúa Victoria Fernández. Paralelamente, unos 5.000 hombres tunecinos de confesión judía serán asignados a trabajos forzados, en distintos campos, cerca de las primeras líneas.
Liberación de Francia, asistencia al Frente de Liberación Nacional
El desembarco de los aliados en África del Norte en noviembre de 1942, conocido con el nombre de “Operación Torch”, reconfigura la situación: la incertidumbre se instala en el gobierno francés, y los generales Henri Giraud y Charles de Gaulle se disputan el control de Argelia y de Marruecos. En Túnez ingresa la Wehrmacht, que permanecerá seis meses: “Durante ese período de ocupación alemana, una parte de los republicanos españoles huyeron hacia Argelia, los otros intentaron disimular su identidad. Los que fueron atrapados fueron enviados a los GTE, en la región de Kasserine”, explica Victoria Fernández.
Otros republicanos hacen el camino inverso desde Argelia y Marruecos. Peter Gaida escribe:
Les proponen firmar un contrato de trabajo, volver, o tomar las armas. Así que muchos se alistan en las fuerzas vinculadas a la Francia Libre, y atacan a las fuerzas alemanas en Túnez. Luego de la partida de la Wehrmacht del país, algunos desembarcan en Sicilia, y volvemos a encontrar rastros suyos en las fuerzas de la Francia Libre en Provenza. De modo que, luego de ser refugiados de la Guerra Civil Española, de haber sido internados por la Tercera República y de haber sido trabajadores forzados bajo el gobierno de Vichy, terminan combatiendo por la liberación de Francia. Un destino pocas veces valorado, del que son víctimas y a la vez héroes.
En 1943, una parte de los republicanos españoles partió hacia Casablanca, antes de embarcar para México o América del Sur. “Otros se quedaron, como mi familia. En realidad, pensaban que Franco terminaría siendo depuesto, dormían con la valija debajo del colchón”, recuerda Eliane Ortega Bernabeu. Su nacimiento en Orán en 1954 coincide con el comienzo de la guerra de liberación nacional en Argelia:
No soy una pied-noir, en primer lugar porque es un término colonial, pero también porque no soy francesa. Soy una española de Orán. Los republicanos llevaban consigo los valores democráticos, así que se oponían firmemente al colonialismo. Para ellos, la explotación de un pueblo por otro era un horror. Mucho más tarde, me di cuenta de que mi padre pagaba su cuota en el Frente Nacional de Liberación. Él y los otros veían la pobreza de los indígenas, la explotación, la tortura. Automáticamente se adhirieron a su combate.
Los españoles que quedaron en Túnez terminaron yéndose, principalmente debido a problemas económicos. La última ola dejará el país tras la muerte de Franco, cuando España reconoció su servicio en la marina.
Del paso de los republicanos en el Magreb subsisten lápidas, muy pocos textos, muchas zonas de sombra por iluminar. Peter Gaida1, Eliane Ortega Bernabeu, Victoria Fernández y muchos otros siguen juntando incansablemente los fragmentos de esa historia. Una manera de darles a las víctimas de los campos un reconocimiento que, 80 años más tarde, todavía se hace esperar.
1Peter Gaida también es el creador de la exposición Rotspanier (“los españoles rojos”), que presenta la historia de los trabajadores forzados olvidados de la Segunda Guerra Mundial.