En Uzbekistán, un resurgimiento islámico bajo vigilancia estricta

Desde la caída de la URSS, que defendía el ateísmo, la exrepública socialista de Asia Central se esfuerza por promover su propia identidad islámica a través de la puesta en valor de un patrimonio cultural milenario. Sin embargo, el resurgimiento religioso va acompañado de una estricta vigilancia del Estado, sobre todo en las redes sociales, so pretexto de luchar contra el extremismo islamista.

Es un complejo arquitectónico con cúpulas azules y decoraciones coloridas, rodeado de espacio abierto.
Taskent, 28 de agosto de 2051. Madrasa (escuela religiosa) Barak-khan.
Ymblanter / wikimedia

La construcción todavía no terminó, pero los guías turísticos ya la presentan como “uno de los lugares más importantes de la capital”. En la gran plaza frente a la antigua mezquita Tillya Sheikh y al apacible jardín interior de la madrasa (escuela religiosa) Barak-khan, los obreros trabajan en los últimos detalles del futuro Centro de Civilización Islámica de Taskent, en el noroeste de la capital uzbeka, metrópoli de más de tres millones de habitantes.

Los habitantes de Taskent esperan desde hace años la apertura del inmenso museo, cuya construcción comenzó en 2018 y que a comienzos del año próximo abrirá sus puertas al público. Pero para septiembre de 2025, ya había recibido a varias delegaciones académicas religiosas provenientes del extranjero. Todos celebran este mastodonte arquitectónico de 45.000 metros cuadrados edificado en tres niveles, dominado por una majestuosa cúpula turquesa de 65 metros de alto.

Es un homenaje impactante a la arquitectura timúrida1 de Samarcanda, joya histórica de Uzbekistán, así como a los grandes sabios uzbekos, como el imán Muhammad Al-Bujari (810-870); Al-Tirmidhi (824-892); Ibn Sina, conocido con el nombre de Avicena (980-1037), y también Al-Biruni (973-1048 ó 1052).

El museo albergará en particular el “Corán de Uthman”, uno de los Corán más antiguos, escrito poco después de la muerte del profeta, conservado y protegido bajo el reinado de Tamerlán (1336-1405), conquistador turco-mongol del siglo XIV. Apropiado por los rusos en el siglo XIX, regresó luego a Asia Central por decisión de Lenin tras la Revolución de Octubre (1917). Como señaló el presidente Shavkat Mirziyoyev a comienzos del año:

La civilización y las enseñanzas islámicas siempre se basaron en la ciencia, la cultura y la educación […]. Su objetivo principal es reunir en un solo lugar el patrimonio milenario de la cultura islámica asociado a nuestro país.

Rodeado de un complejo de hoteles y tiendas de souvenirs, el Centro de Civilización Islámica, que suscita al mismo tiempo orgullo nacional y, en la vida diaria, una relativa indiferencia de la población de Taskent, se prepara para convertirse en uno de los sitios culturales más importantes del país, con un alcance diplomático declarado. “Las futuras visitas diplomáticas se van a llevar a cabo en este centro”, explica Akhror Burkhanov, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores y encargado del control del desarrollo del centro.

El patrimonio religioso también está valorizado en la antigua capital del imperio de Tamerlán, Samarcanda. El 27 de mayo de 2025, fue designada “capital cultural del mundo islámico” por la Organización Islámica para la Educación, la Ciencia y la Cultura (ICESCO) Fundada en Marruecos en 1982, la ICESCO es una organización internacional especializada en la educación, la ciencia y la cultura que reúne a 53 países musulmanes. Todos los años designa tres “capitales islámicas”. Comisión de los Estados Unidos para la Libertad Religiosa Internacional.]], en asociación con el Ministerio de Cultura uzbeko. A algunos centenares de metros de Registán, el corazón histórico de la ciudad, está en curso la ampliación del mausoleo de Al-Maturidi, imán y filósofo originario de la ciudad. Las autoridades desean convertirlo en uno de los principales sitios sagrados de Samarcanda.

Una identidad musulmana asumida

En esta antigua república soviética donde el 90% de la población es musulmana, la puesta en valor del patrimonio islámico se da a la par de un aumento de la práctica de la religión. “La religión está cada vez más presente, aquí y en los otros países postsoviéticos de la región con mayoría musulmana”, dice Ilkham Umarakhunov, un experto del islam en Asia Central radicado en el Kirguistán y coordinador de proyectos para la prevención del extremismo religioso. “La gente es cada vez más practicante, y las mezquitas están llenas. Es un proceso normal luego de 70 años de ateísmo forzado bajo la Unión Soviética”, asegura el experto.

En el nuevo museo de la capital, se dedicará una exposición al “Nuevo Uzbekistán” instaurado por el presidente Shavkat Mirziyoyev, que está en el poder desde 2016. El concepto pretende romper con el “antiguo Uzbekistán” de su predecesor, Islam Karimov, que gobernó con poder absoluto durante un cuarto de siglo, desde la independencia en 1991 hasta su muerte.

Tras la independencia, Karimov reabrió las mezquitas y estableció una “ley sobre la religión” que volvía a colocar al islam en el centro de la identidad nacional. Fue un cambio importante luego de decenios de dominio soviético, durante los cuales el régimen impuso un estricto ateísmo de Estado, cerró los lugares de culto y prohibió la enseñanza religiosa. Pero el “resurgimiento religioso” estuvo acompañado por una represión masiva de los musulmanes justificada por el auge del Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU) y del Hizb ut-Tahrir (Partido de la Liberación), un partido panislamista que pretende fundar un nuevo califato . A fines de la década de 1990 y comienzos de 2000, esos grupos efectuaron una serie de atentados en la capital y en el este del país que tenían como blanco al presidente Karimov y el secuestro de soldados, policías y turistas. El poder se volvió contra todos los musulmanes, sin distinción.

“¡Los jóvenes de menos de 16 años no tenían derecho de ir a la mezquita!”, recuerda Behruzbek Yadgorov, estudiante de la universidad de Taskent. Para él, la población ganó libertad religiosa en comparación con el decenio anterior.

De hecho, el actual presidente, Shavkat Mirziyoyev, insufló un viento de libertad: en 2017, 16.000 uzbekos que figuraban en una lista negra elaborada a partir de simples sospechas de extremismo religioso fueron liberados de las prisiones. La difusión del azán, el llamado a la oración, regresó a las ciudades, y se toleraron los signos religiosos exteriores, como el uso del hiyab en las mujeres o el de la barba en los hombres. Sin embargo, aunque “la religión está separada formalmente del gobierno” según la Constitución, el Estado sigue controlando rigurosamente la práctica religiosa por medio del muftiado, el consejo espiritual musulmán dirigido por un muftí y un consejo de ulemas (teólogos).

El muftiado controla los imanes, las mezquitas, las escuelas religiosas y la difusión de los mensajes islámicos, y al mismo tiempo permanece estrechamente vinculado al Estado a través del Comité de Estado para los Asuntos Religiosos, un organismo gubernamental que supervisa las prácticas. El muftiado fue contactado pero no respondió nuestra consulta.

Vigilancia masiva

La esfera religiosa sigue vigilada de cerca, a pesar de la apertura promovida en el primer mandato de Mirziyoyev. “Puedo ir a la cárcel por compartir un hadiz con mis hijos. Claro que hay un problema”, declara un empresario de Taskent que pidió mantener el anonimato. El empresario dice que la policía lo interroga con frecuencia por el largo de su barba y que sufre controles de identidad prolongados y humillantes. Según un informe de la Comisión de los Estados Unidos para la Libertad Religiosa Internacional (USCIRF), en 2024, Uzbekistán dictó más de 1250 sanciones administrativas por actividades religiosas. Varias organizaciones no gubernamentales (ONG) describen un panorama similar, como Human Rights Watch, que en su informe de 2025 señaló:

Al someter a exprisioneros religiosos a controles arbitrarios y perseguir a musulmanes por acusaciones de extremismo poco claras e imprecisas, las autoridades uzbekas impiden el registro de las comunidades religiosas.

En los últimos meses, esos controles regulares se traducen en multas o condenas cortas, en particular por la difusión de contenidos religiosos en internet. El año pasado, la Administración Espiritual de los Musulmanes de Uzbekistán limitó la presencia de los imanes en las redes sociales. Algunos medios uzbekos también informaron que el Muftí les prohibió personalmente a los imanes expresarse en las redes sociales.

Hace poco se tramitó un juicio que cobró mucha repercusión contra el bloguero religioso Alisher Tursunov, apodado “Mubashshir Akhmad”, administrador del canal Azon Global en Youtube. Allí, Tursunov propuso un abanico de contenidos vinculados al islam, a veces críticos de la laicidad defendida por el Estado. También extendía sus reflexiones religiosas a la geopolítica y la cultura popular, desde el boicot de McDonald’s, debido a la guerra contra Palestina, hasta figuras emblemáticas de la identidad uzbeka.

Extraditado de Turquía en mayo de 2025 a pedido de Taskent, Tursunov fue acusado de difundir contenidos religiosos en internet “pasibles de atizar la discordia confesional y amenazar el orden público”. A Tursunov también lo acusaron de haber producido y compartido sin autorización documentos de carácter religioso, en una violación de las estrictas regulaciones sobre la práctica del islam en Uzbekistán. El 9 de octubre recibió una condena de dos años y medio de cárcel. Contactados por Orient XXI, sus abogados dijeron que su cliente no quiso apelar y aseguran que en los tribunales será cada vez más común ver ese tipo de litigios.

Tursunov es originario de Namangán, en el valle de Ferganá, la región más conservadora de Uzbekistán. Ese territorio llano, de una población de 16 millones de habitantes y enclavado entre Kirguistán y Tayikistán, era durante el período soviético el principal centro del islam clandestino. Los grupos radicales rechazaban las formas de culto populares locales y luchaban por imponer una práctica literal del islam. En las calles hoy se ven más mujeres con velo que en otras regiones del país. “En Taskent promueven la identidad islámica; aquí, nosotros la practicamos”, bromea Behruzbek Yadgorov. En Chust, su pueblo natal a 20 kilómetros de la capital regional Namangán, de más de 700.000 habitantes, los viernes, a la hora de la oración, se crean embotellamientos frente a la mezquita, reservada a los hombres.

Esa devoción hizo que el valle de Ferganá y Namangán sean los territorios más controlados. Este verano boreal, según los medios locales , en Namangán se cerraron cinco escuelas religiosas “ilegales”. A fines de agosto de 2025, las esposas de imanes de Namangán fueron convocadas a una reunión para comunicarles que debían llevar el fular no alrededor del cuello, a la manera árabe, sino como lo establece la tradición local, con un nudo en la espalda. Los maridos de las que desobedecieran fueron amenazados de expulsión de las mezquitas por la rama local del muftiado.

En la ciudad, la gente evita comentar abiertamente estos hechos. Kobiljon Murzabayev, director de la madrasa que, en el momento de su creación, en 2016, reagrupó al conjunto de las escuelas religiosas de la ciudad, descarta posibles represiones a los musulmanes practicantes. “Simplemente tenemos nuestras propias tradiciones, ¡y queremos conservarlas!”

“¡Hoy, cada distrito tiene su mezquita!”, se alegra Berkhader Mukhodin, portero de la madrasa Mulla Kirghiz, un antiguo edificio de 100 años al lado del mercado central de la ciudad. Mukhodin se complace de la mezquita Yusufkhan oglu Qasimkhan, la última gran mezquita construida en Namangán en 2022, en un barrio periférico de la ciudad en pleno auge inmobiliario.

El fantasma del extremismo, siempre presente

Ilkham Umarakhunov, que entre 2022 y 2023 participó en el seguimiento de las recomendaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) junto a Ahmed Shaheed, relator especial de la ONU sobre la libertad de religión o de convicción, nos explica:

Los grupos extremistas religiosos siguen presentes en Uzbekistán: los movimientos ultrasalafistas, el Hizb ut-Tahrir. Dado su pasado y su población muy densa, el gobierno hace todo para no darles la oportunidad de instrumentalizar la cuestión del islam. Es un enfoque pragmático (…) No hay una enorme persecución de los musulmanes en Uzbekistán, sino discriminaciones y un control extendido, que continuará durante los próximos años.

Si bien la toma de Kabul en 2021 reavivó las preocupaciones del país de Asia Central, que comparte una frontera de 130 kilómetros con Afganistán, ahora el principal motivo de preocupación es Estado Islámico del Gran Jorasán (ISIS-K), rama de Estado Islámico fundada en 2015 que milita por un yihad global. Este movimiento islamista fundamentalista, que reivindicó el atentado en Moscú en la primavera boreal de 2024, representa la principal amenaza en la región, en particular porque recluta ciudadanos uzbekos y/o originarios de la región.

El investigador Olivier Ferrando, autor de un estudio publicado en enero de 2024, dice que, por el momento, esa amenaza es limitada, ya que los uzbekos no se radicalizan en el país. Según Ferrando, “eso ocurre principalmente en el extranjero, en los países de acogida de trabajadores migrantes, donde la política restrictiva del gobierno uzbeko no tiene ningún efecto directo. Allí se incuba la reaparición de un islam político”. Sobre todo en Rusia, donde se encuentra más del 80% de los migrantes uzbekos.

Pero para el Estado uzbeko, todavía se cierne la amenaza: este verano boreal, se desmanteló una célula de dieciséis personas de Estado Islámico en Namangán. El equilibrismo de Uzbekistán entre soft power religioso y control interior llegó para quedarse.

1NDLR. Relativo a la dinastía turco-mongola integrada por descendientes de Tamerlán, que reinó de 1405 a 1507 en el Jorasán y luego fue depuesto por los uzbekos.